"El límite del poder es la incapacidad de devolver muertos a la vida"
Elias Canetti
El cine es mejor que la realidad. Pero el título de este texto no se refiere a una película de espías, sino a la violencia real ejercida con una licencia oficial. De Irak a franja de Gaza hemos conocido recientemente asaltos impunes donde mueren civiles. En ambos casos, videos estremecedores exhibieron la violencia innecesaria, injustificable.
En nuestro país la situación no difiere mucho de aquellos hechos infames. Dos episodios en la frontera con Estados Unidos nos recuerdan los excesos del poder, la facilidad con la que se puede disponer de una vida humana. En la garita de San Ysidro-Tijuana, en California, el inmigrante mexicano Anastasio Hernández Rojas, fue golpeado brutalmente por agentes de la Border Patrol que lo tenían detenido para su deportación a México. Según la evidencia testimonial, tanto de mexicanos como estadounidenses, Anastasio no sólo estaba sometido, sino que además no representaba amenaza o peligro para los agentes estadounidenses, quienes con sevicia lo golpearon y lo electrocutaron hasta causarle la muerte. Si bien, la grabación de un video a través de un teléfono celular no muestra con claridad las imágenes, sí documentó el audio del aterrador suceso cuando los agentes apaleaban tranquilamente al mexicano.
Tres días después, el 31 de mayo, Anastasio murió en un hospital estadounidense a causa de la golpiza que duró alrededor de quince minutos. Como consecuencia sufrió muerte cerebral y un infarto. Según información de la delegación del Instituto Nacional de Migración, unos veinte agentes fronterizos participaron en la golpiza del mexicano. El terrible hecho, recuerda de cierta manera el caso del taxista afroamericano Rodney King, también apaleado por agentes de la policía en 1992. Por ese entonces, los policías fueron absueltos por un jurado y salieron libres, lo que a los ojos de muchas personas en Los Ángeles fue una clara injusticia tras el abuso de poder verificado en un video. Siguieron entonces los legendarios disturbios violentos que derivaron en incendios, robos, muertes, toques de queda y millones de dólares en pérdidas para la ciudad. ¿No será que agravios como este pueden despertar el malestar social en ciudad de inmigrantes?
Nuevamente, otro mexicano fue asesinado. Sergio Adrián Hernández un adolescente de catorce años murió en la frontera mexicana de Juárez, justo en el límite con , Texas. La situación fue grabada y muestra con claridad cómo los agentes fronterizos se apresuran a detener a varios individuos que rondaban la línea fronteriza, cuando uno de los agentes respondió desproporcionadamente disparando en la cabeza al adolescente, quien ya estaba del lado mexicano. Cínicamente los agentes dijeron que habían recibido pedradas “mortales”. Luego, el Sindicato de la patrulla fronteriza defendió a los agentes, acusando de contrabandista “muy buscado” al muchacho mexicano, es decir, pretendieron justificar lo injustificable. Al respecto, un video registró el terrible acontecimiento donde el poder, impune hasta ahora, encontró su límite.
Las agresiones contra mexicanos en la frontera con Estados Unidos, han demostrado que más allá de las fronteras o la nacionalidad, el abuso de poder, el uso desmedido de la fuerza o incluso el crimen, puede ocultarse bajo la insignia oficial, el uniforme o la licencia gubernamental. Se trata, para decirlo con Baltasar Gracián, de una “razón de establo”.
Hannah Arendt, la gran filósofa alemana escribió en su clásico libro Sobre la violencia: “quienes tienen el poder y sienten que se desliza de sus manos, sean el gobierno o los gobernados, siempre han tenido dificultad en resistir la tentación de sustituirlo por la violencia”.
¿Habrá justicia? ¿Se castigará a los culpables? ¿Acaso Barack Obama también se asesorará para saber qué “traseros patear”? Porque al final lo que ronda tras la violencia, es la impunidad oficial. Pero la excepción escapa a la realidad, o al menos no coincide como en la memorable película de Tommy Lee Jones, Los tres entierros de Melquiades Estrada. Ahí sí, la justicia entre los agentes fronterizos lleva a reconocer el irreparable daño: la muerte.