viernes, 15 de enero de 2016

Un gran día para Coahuila

Foto

Hoy fue un gran día para Coahuila. ¡Un día histórico!
La justicia española detuvo y envió a prisión a Humberto Moreira, exgobernador de Coahuila, autor de la megadeuda de más de 36 mil millones de pesos en el estado. 

En El País: 
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/15/mexico/1452876054_142959.html


miércoles, 13 de enero de 2016

Esta columna no es sobre El Chapo


Sin lugar a dudas, la noticia más relevante por estos días fue el fallecimiento de David Bowie, el gran artista londinense. Su música sencillamente es excelsa y el impacto que tuvo se distinguió desde 1969 a la fecha. Antes de morir, a pesar del cáncer, lanzó su último disco, Blackstar. Fue una despedida a su modo, un tanto oscura. La música de Bowie es sofisticada, refrescante, inteligente, innovadora, experimental. No hizo piezas para un día, sino para durar décadas y todavía más. Cuarenta años después, hay canciones de Bowie que siguen vigentes, y mientras escribo lo escucho. Como pocos, fue la vanguardia misma. Space Oddity, Heroes, The Man Who Sold the World y muchos discos más, tienen una enorme actualidad. Por estos días y para después, la música de fondo es de Bowie. El gran David Bowie.
Tras la pausa musical, viene la dura realidad. El panorama económico sí que importa y afecta a la mayoría de los ciudadanos. Por lo mismo, más vale dejar las noticias que saturan los medios; ad nauseam. La mayoría de los analistas económicos habla de un mal panorama, pero en México hemos aguantado años peores. Hay varias generaciones acostumbradas a los vaivenes sexenales, cuando un presidente tras otro quebró el país, -no sin antes enriquecerse-. Pero la estabilidad es frágil ante una mala administración. Después de historias similares, ya casi todo podemos aguantar. De esa manera, la historia parece repetirse. Tras años de dispendio y vacas gordas en la década pasada, el petróleo está por lo suelos y todavía puede caer más. ¿Qué significa esto para México? La finanzas públicas del país dependen considerablemente de los ingresos petroleros. Al caer a precios ridículos, cae también el ingreso del gobierno. Y no hay manera de sostener al obseso, sin adquirir antes más deuda. Ante la delicada situación, los contribuyentes sostenemos a un gobierno que no es congruente con sus finanzas. Gasta y gasta, aunque sus ingresos ya no lo permitan. ¿Adónde va todo ese dinero? Usted ya sabe la respuesta.
El gobierno crece internamente, pero sin aumentar el valor público. Como mal administrador, vive de prestado y todavía exige más. ¡Es un alcohólico! Nuevamente la administración federal contrató más deuda para financiar artificialmente la operación de este año. Así empieza el 2016, pero en las manos, tenemos una bomba de tiempo donde los bancos nunca pierden. Ya entrado en gastos, la presidencia compró un modesto avión por más de 6 mil millones de pesos, lo cual es la envidia de las economías ricas. Más todavía, dejamos como poca cosa al más acaudalado jeque árabe. Pero el obseso gobierno no se somete a dieta, y sí termina por someter más a los contribuyentes cautivos. Mientras tanto, al llegar a los 18, el dólar ya alcanzó mayoría de edad, aunque dirán que una devaluación más ya ni se siente. Es costumbre y ahí vamos de nuevo.
Hasta el cansancio se nos repitió las bondades las reformas. A las televisoras le hicieron un jugoso negocio al perdonarles millones y millones. Más vale estar bien con los medios. En cambio a la mayoría ofrecen migajas con los precios de la gasolina y las tarifas de la luz. Así las cosas del 2016.
13 de enero 2016
El Siglo

¡Ayuda, ayuda! Se hunde la Morelos

Para no ir tan lejos, una obra dice más que mil palabras. De esa manera, podrán hacerse cientos y miles de spots sobre un gobierno local. Podrá contratarse una cara bonita para decir que es el mejor gobierno, pero al final del día, lo que habla son las obras. Por lo mismo, más vale que sean de calidad. Recién empezamos el año con una noticia sorprendente: ¡la avenida Morelos se hunde! Más todavía, la emblemática avenida, casi se come un automóvil. ¡Imagínese el hambre!






Hacia el inframundo. Foto: El Siglo. 

Como ya es costumbre, cada que llueve en Torreón, la situación es para alarmarse. Y casi podría decirse que eso del "calentamiento global" sí es cierto. ¡No! No es un invento de amargados ecologistas. ¿Se acuerdan de las lluvias atípicas del año pasado? Todavía es fecha que las seguimos culpando. Si hay un accidente, la culpa es de las lluvias atípicas. Si falló el alumbrado, la culpa es de las lluvias atípicas. Si hay baches, la culpa es de las lluvias atípicas. Sin embargo, aquí donde "vencimos al desierto", la lluvia es malestar. Llueva mucho o llueva poco, la ciudad se desquicia. Mejor quedarnos así. Pero la preocupación no nos viene de la sequía, ni de los terregales, sino del agua. Si llueve mucho es problema. Si llueve poco, también. Con la ayuda del obispo, habría que convocar a una misa multitudinaria en el lecho seco del río Nazas. La plegaria sería: ¡Que ya no llueva más! Ni siquiera chipi-chipi.
El agua es cristalina, y por estos días, la lluvia aportó más transparencia que ni participación ciudadana 29. ¡Sí! La pertinaz lluvia exhibió con notable claridad, la calidad de las obras que el gobierno municipal emprendió en la Morelos. ¿Estábamos mejor cuando estábamos peor? "Por favor que ya no llueva", gritaron en lo más alto de la presidencia municipal.
Entre más lluvia más transparencia. Primero un taxi desvió su curso al inframundo. Y el pavimento se movía, se movía, se movía. Luego otro hundimiento más. Y el pavimento se movía, se movía, se movía. Como la lluvia siguió, otro hundimiento nos regaló la lluvia. ¡Cuánta generosidad! ¡Cuánta transparencia! Curiosamente, el mayor crítico que encontró el gobierno de Miguel Ángel Riquelme, no provino del PAN, y mucho menos de algún acucioso periodista, sino de una lluvia que le dio por revelar la verdad en las calles. Parece que las cosas no las ocultaron bien.
Tal vez más pronto que tarde, estemos padeciendo las segundas lluvias atípicas en la ciudad. ¡Más vale preparar el paraguas! Después del regaño al experimentado director de Obras Públicas, Gerardo Berlanga, vino el regaño a Hugo Pérez Agüero, dueño de la empresa que el municipio culpó. Mejor dicho, exculpó, sino desde cuando lo hubieran notado. Sin pudor alguno, el hábil constructor declaró a la prensa: "Pero es falso que los trabajos tengan vicios ocultos, tampoco hubo negligencia". Léase: "vicios ocultos", "negligencia".
Pero no hay que escatimarle crédito a la lluvia. El problema no fue el cuidadoso trabajo de supervisión de la Dirección de Obras Públicas; Berlanga no se equivoca. Tampoco el problema es del constructor responsable de la obra, que hace de la calidad, su mejor sello de trabajo. El problema es de la lluvia y de nadie más. ¡Sí! De nadie más. La lluvia es el responsable de los problemas de la ciudad. Hay que decirlo con todas sus letras, el culpable es la lluvia. No se le olvide esto querido lector. Las obras se hacen bien, pero la lluvia todo lo estropea. Habría que buscar sanciones. Limitar las aguas y hasta hacer un gigantesca techumbre para proteger la Morelos. Así, no dudamos que jamás se volverá a hundir la Morelos.
6 de enero 2016
El Siglo de Torreón

La Plaza de Gómez Palacio

A Gómez Palacio le urgen libros. Sí, muchos libros. De historia, de su gente, de sus calles, de sus primeras arquitecturas que sobreviven. Se ha hablado mucho de la Revolución, como si todavía nos faltara más violencia, pero poco se habla de las historias que se tejen día a día. Hace algunas semanas presenté el libro La Plaza Juárez de Gómez. Apuntes para una microhistoria de Gómez Palacio y otros textos (AGLI editorial, 2015, 270 páginas), de Héctor Raúl Avendaño. 
Y en efecto, las páginas de su libro honran el concepto de microhistoria que Don Luis González y González tuvo a bien dejarnos y hacer escuela para los historiadores. Desde 2012, Avendaño empezó a realizar su libro por entregas. Cada domingo nos adelantó en su columna dominical, Plaza Pública (en homenaje a la columna homónima de Miguel Ángel Granados Chapa), publicada en las páginas de El Siglo de Torreón, pequeñas entregas de lo que ahora es un digno libro sobre Gómez Palacio. El libro se mueve entre la historia y la crónica. Pero el autor no se queda sólo en la nostalgia del pasado, sino que también narra con alegría el presente, y en ocasiones, con justificada crítica. Su libro destaca, entre lo pocos que se han escrito sobre la ciudad lagunera de Gómez, no sólo por la forma en narra las historias, sino por el estilo de su escritura. Lejos de ser un descripción plana y poco imaginativa como acostumbraron los cronistas de antaño, la pluma de Avendaño se distingue por su retórica bien construida. A veces juguetona, otras irónica, pero siempre fiel al estilo de un elegante orador. Sin duda, destaca la vena del campeón de oratoria que adoptó como su barrio, a la Banquetas Altas de Gómez Palacio.
Avendaño, hace de la Plaza Juárez de Gómez Palacio, la protagonista del libro. A partir ahí nos cuenta una serie de pequeñas historias que van construyendo la historia de la ciudad. Por eso habla de los jardines y los sabinos que habitan la plaza, pero también de los primeros choferes que instalaron ahí el sitio de taxis. Igualmente da vida al "Indio Magas Mochas", que al Cine Palacio, una joya Art déco venida a menos.
Fiel a su época de juventud, el autor nos narra preciosos momentos de la historia del rock and roll en los años 50 y 60. Si ya de por sí el tema es interesante por ser uno de los géneros más influyentes, visto desde la historia local se vuelve doblemente relevante. De esa manera aparecen Los Camisas Negras, Los Locos del Ritmo, Los Teen Tops, The Blue Caps, Los Hooligans, The Crazy Boys, Loud Jet's, Rebeldes del Rock, Las Mary Jets, Las Chic's, las Hermanas Julián, y por supuesto, The Baby's Rock. Y ya en el ánimo rockanrolero, surgieron los grupos locales como los Hornet's, Los Blue Comets, Los Espíritus del Rock, Los Happy Boy's, Los Príncipes del Rock, Los Cardenales. ¡Toda una época!
Escuchemos a Avendaño desde la trinchera local: "Llegado el rock y levantada la gran ámpula social que definitivamente afectó a todas las familias con hijos en edad adolescente, hembras y varones, se produjo una inmediata reacción alentada por la Iglesia Católica, las escuelas particulares y las Ligas de la Decencia. Privaban todavía muy fuertemente las costumbres conservadoras de los años anteriores a la década de los sesenta; sobre todo se dejaba sentir la represión sexual que invitaba a la conservación de la virginidad, al recato en el vestir y en los modales. El baile no quedaba excluido, por lo que el nuevo ritmo con sus características de masculinidad, sensualidad y agresividad, resultaba chocante a las buenas familias".
Como un acto de justicia, el autor rescata en sus páginas -de ahí la dignidad de la memoria-, a un gomezpalatino por adopción: el profesor Jesús Reyes Villa. Más allá la militancia partidista, Avendaño realiza un honesto perfil de Reyes Villa, quien fue un hombre de honor en la política de oposición y sobre todo, un gran educador durante décadas. En el lejano año de 1939, acudió al llamado de Manuel Gómez Morin, para fundar en Torreón y Gómez Palacio, el Partido Acción Nacional, que por entonces funcionaba como un Comité regional. Por desgracia, de aquellos políticos honorables, sólo queda la historia.
Con frecuencia escucho muchos laguneros, ya sea de Gómez Palacio o Torreón, decir que "aquí no hay nada". Incluso, hay quienes orgullosos de su "saber", afirman que "aquí no hay historia". Sin duda, historias como las que ofrece Avendaño en su libro, dan santo y seña de nuestra identidad. Es cuestión de aprender a apreciar. Ojalá pronto lean La Plaza de Gómez.
30 de dic/ 2015
El Siglo de Torreón 

El niño del tren del Norte

Sin duda, una de las imágenes más inquietante del 2015, fue el cadáver de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años que murió ahogado en una playa turca. La terrible imagen difundió el drama de miles de migrantes sirios que salieron de su país expulsados por la guerra. Desde África o Medio Oriente, este año miles de migrantes fueron hacia Europa. También desde Centroamérica, otros miles buscan llegar a Estados Unidos. En el camino, muchos pierden la vida o sufren tales penurias, que la migración muestra descarnadamente la miseria de las sociedades. La mayoría de los gobierno restringe sus fronteras, e incluso, hasta la xenofobia reafirma su vigencia en los Estados más civilizados. Lejos de ser pasajeras, las migraciones se han vuelto el sello del siglo XXI. ¿Y a nosotros qué, dirán algunos?
Tan sólo hace unos días, el gobernador de Texas, Greg Abbott, volvió alertar a la Guardia Nacional y al gobierno nacional, sobre el aumento de los menores migrantes que cruzan a Estados Unidos. Según datos los datos del gobierno estadounidense, los pasados meses de octubre y noviembre, 10 mil 595 menores inmigrantes no acompañados cruzaron la frontera desde México por el suelo texano. La cifra dobla a lo registrado durante el año 2014: 5 mil 129. Se trata de niños y niñas que prefieren arriesgar la vida, a quedarse en la pobreza de sus países. Incluso, prefieren migrar a ser víctimas de la violencia de pandillas y criminales que también extorsionan a los pobres. La mayoría de esos niños migrantes proviene de Honduras, Salvador, Nicaragua y Guatemala.
Al respecto, hace unos meses leí el libro, Dionisio. El niño del tren del norte (133 páginas, Ediciones Proceso, 2015), autoría de la actual investigadora del Ciesas, Paulina del Moral González. Desde las primeras líneas, el libro nos impacta porque narra en primera persona, el peligroso trayecto que hace Dionisio, un menor hondureño, que busca de llegar a los Estados Unidos. Lo significativo del libro es el testimonio que deja desde el año 2001. Migraciones hubo desde décadas atrás. Lo distinto a partir de esa década, fue la presencia de menores migrando sin compañía. Niños y adolescentes migrantes. Dionisio nos dice cómo la gente se sorprendía por ver a un niño trepado en La Bestia. Hoy esa imagen parece cotidiana y quince años después se volvió un problema internacional de notable magnitud. Ya no se trata de unos cuantos casos, sino de miles de niños detenidos en la frontera gringa. Miles deportados a sus países de origen, pero también muertos y desaparecidos. El relato que nos deja Dionisio conmueve por la dureza de las situaciones que vive un niño. A fuerza de lapidaria realidad, el niño vive como adulto. Por lo mismo, el relato es a veces ingenuo, y otras habla un hombre desengañado a base de golpes. La vida de Dionisio me recordó la película La Jaula de Oro (2013), del director Diego Quemada-Díez, donde nos presenta la vicisitudes de tres menores que buscan llegar a Estados Unidos desde Guatemala. Ya se imaginará cómo les va en sus país de origen, pero sobre todo, los peligros que enfrentan en México.
Dionisio viajó solo en el ferrocarril y se embarcó hacia el sueño americano. Quería que lo adoptaran en Estados Unidos y estudiar. En su trayecto trabajó en cuanto pudo como campesino y hasta pescador. Vivió por temporadas en Veracruz, el Distrito Federal, Guadalajara y también en Torreón, donde pasó largas noches durmiente en una tumba del panteón municipal número 1. En algún momento fue detenido por la policía y lo consignaron a la Residencia Juvenil para menores en Torreón. Ahí del Moral pudo hablar con él largo y tendido. La mirada que ofrece su libro es antropológica. Ayuda a comprender la migración y sus circunstancias. Inclusive, nos explica la falla de las autoridades por condenar a un menor que portaba un cuchillo para su defensa. La autora reconstruye una especie de diario del menor migrante. Al concluir la historia, no preguntamos: ¿Dónde estará Dionisio? ¿Seguirá vivo? No lo sabemos, y sin embargo, gracias al empeño de la antropóloga Paulina del Moral, nos queda algo de la existencia de Dionisio.
23 de dic, 2015
El Siglo de Torreón