lunes, 22 de noviembre de 2010

El barril sin fondo


Fue la semana de los millones. Más bien, de los 3.4 billones de pesos. La cifra contiene muchos ceros y es difícil imaginarla. Al mismo tiempo, el tema no es popular, ni tampoco fácil, sin embargo, la aprobación del presupuesto de egresos para 2011 realizada por los diputados, es un asunto crucial para los ciudadanos. De entrada, el presupuesto expresa el dinero público que el gobierno destina en dos sentidos: el sostenimiento y la operación del estado; y el dinero destinado a la inversión pública y social para los ciudadanos.  Así que el interés no debe ser menor, porque el presupuesto suele ser revelador del rumbo, los compromisos, las prioridades y las atenciones del gasto público destinado a la sociedad.

De esta manera, una problemática en específico no requiere solamente de buenos discursos o de una identificación precisa, sino que la política vaya acompaña de un presupuesto para su operación. Por eso resulta tan relevante conocer cómo el gobierno se gasta el dinero de los ciudadanos.
Así, esta semana se ha repetido en boca de funcionarios y diputados una afirmación tan entusiasta como ordinaria: logramos un “presupuesto histórico”. Y en parte tienen razón porque se trata del mayor presupuesto aprobado por el gobierno mexicano, no obstante de la crisis mundial y de la caída estrepitosa de la economía.

Al respecto, conviene preguntar si los “recursos históricos” del gobierno han hecho de este país algo mejor para sus ciudadanos. Por ejemplo, el rubro donde más se destinó dinero fue a la educación pública: 230 mil millones de pesos. ¿Es mucho o es poco? Si comparamos lo que destina México en la educación con respecto a lo que gastan los principales países de la OCDE, nos damos cuenta que el gobierno mexicano no solamente gasta mucho, sino gasta más que varios países ricos en el mundo con notables desempeños. ¿Entonces, por qué si gastamos mucho los resultados son tan pobres? La clave no está tanto en el dinero que se destina a un determinado ámbito o problema, sino en la calidad y eficiencia con la que se aplica ese dinero público. Varios son los factores que ensombrecen la efectividad del gasto en educación: un elevado gasto corriente destinado a nómina, baja inversión en infraestructura y por tanto, un desempeño reprobatorio e insuficiente de los alumnos. Otro pernicioso ingrediente más ha señalado la OCDE: el sindicato.

De los “recursos históricos” pasamos a la cartera abultada para pretender arreglar los problemas. La fórmula mágica es la siguiente: aumentar el presupuesto mejora el desempeño gubernamental. Por lo general esta tesis gusta bastante a políticos y funcionarios que ejercen recursos públicos porque supone que ante el aumento de recursos, el desempeño del gobierno para atender problemáticas o proporcionar servicios mejorará. No obstante, en los últimos años, la evidencia empírica de evaluaciones nacionales e internacionales muestra lo contrario.  
Por ejemplo, las diferentes instituciones de seguridad y orden, como la Secretaría de Seguridad Pública o el Ejército, han ejercido mayores presupuestos, sin embargo, el deterioro exponencial de la seguridad en las calles, ha aumentado significativamente. Dicho de otro modo, la fórmula parece revertirse: ¡más dinero, menos seguridad!.     

Recientemente conocimos las declaraciones contradictorias de dos instancias gubernamentales. Mientras el secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra supone que la pobreza alimentaria acabará en el 2015, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), resaltó en su más reciente estudio sobre la niñez y la adolescencia en el contexto de la crisis económica global, que la cifra de niños en pobreza alimentaria se duplicó en los últimos dos años, lo que equivale a 3.4 millones de niños en riesgo.
Durante el verano pasado, la Cepal (2010) publicó el informe, “El Progreso de América Latina y el Caribe hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio”. Ahí se señala que Brasil, Chile y Perú superaron a México en el cumplimiento de la meta del milenio para reducir a la mitad el porcentaje de la población que vive en situación de pobreza extrema. Entonces ¿qué sucede con tantos recursos destinados al desarrollo social? Es, para decirlo con Santiago Levy, un programa de buenas intenciones con malos resultados.

Pero esta situación ineficiente en manejos de los recursos públicos, no es particular del gobierno federal, sino que la tendencia se extiende a estados, municipios y organismos autónomos como recientemente lo han demostrado descarnadamente los estudios publicados por el CIDE: una Suprema Corte que resuelve la mitad de los casos que en otros países, pero nos cuesta más que la Corte en Estados Unidos. Un IFE  que gasta a manos llenas en burocracia o una Comisión Nacional de Derechos Humanos obscenamente alimentada.
Con estos antecedentes, el histórico presupuesto para 2011 se parece cada vez más a un barril sin fondo, porque no importa tanto la cantidad de dinero que destina el gobierno a sus ciudadanos, sino la eficiencia de su aplicación. Y esto, nunca será poca cosa.

20 de noviembre 2010
el siglo de torreón

De la revolución y el ciudadano imaginario


Hay que reconocer que con motivo del Bicentenario del inicio de la Independencia primero, y ahora del Centenario de la Revolución,  se ha incrementado la difusión de la historia. Eso sin duda, ha sido valioso en un entorno de dificultades y cuestionamientos a los festejos. Quizá el día de mañana, lo mejor de ese festejo quede en la serie de publicaciones, documentales, películas, conferencias y programas como Discutamos México. 

En este sentido, el panel organizado por la Dirección Municipal de Cultura con sede en el Museo Arocena, reunió a Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas, Edgar Salinas y quien escribe esta columna, a fin de reflexionar sobre la Revolución. Pero más que mera historia y recuentos, la propuesta se encaminó a hablar del pasado para pensar el presente. Y justamente, es uno de los valores que sí pueden aportar las conmemoraciones: la construcción del futuro.

Dicho esto, reescribo parte de mi participación en la mesa, celebrada ayer por la noche. ¿Qué implica pensar la revolución de cara a la globalización? ¿Cuánto de aquel México de 1910 está presente en 2010? Psicológicamente la coincidencia de las fechas, es seductora, y por lo mismo, podría suponerse en esa lógica, que algo de gran magnitud sucederá en nuestro país. Sin embargo, para decepción de muchos, la historia no obra por un “Destino”, ni mucho menos por una sucesión de repeticiones. Pero las comparaciones son poderosas y por lo mismo, la tentación de las similitudes lleva a expresar que estamos igual que en esa época, aunque no sea así. Un análisis cuidadoso nos lleva a ver que no es así e incluso, más que cambios, puede haber largas persistencias.

Lo cierto es que tras el derrumbe del viejo orden porfiriano y después de la lucha armada, la revolución tardó más de dos décadas en encontrar un cauce que le permitiera fundar las nuevas instituciones, algunas todavía vigentes en el México contemporáneo.  No obstante, hay algo que la ni la revolución logró transformar en normalidad cotidiana, me refiero a la justicia, la cultura de legalidad y el compromiso cívico. Paulatinamente la ruptura violenta dio pie a la continuidad de los antiguos arreglos y las viejas prácticas. Por eso no dejan de sorprender las permanencias, más que los cambios. De ahí que un agudo observador del tema, Fernando Gonzalbo Escalante, argumentó hace varios años en su libro, “Ciudadanos imaginarios”, la imposibilidad cívica para respaldar un estado con autoridad.  Así, cuando regresó la mirada al sentido del estado, la política y los ciudadanos durante el turbulento siglo XIX, en realidad nos mostró la hechura de una serie de prácticas que contradice el valor de lo público, el sentido de legalidad y la autoridad del Estado. De esa manera, reconocimos muchas de esas prácticas, presentes en la actualidad.

Escalante describe así aquellos tiempos: “la relación entre el orden jurídico y la vida política es uno de los asuntos más complicados de la historia. El modelo cívico no arraigó, no podía hacerlo. Pero no fue simplemente mentira: al contrario. Con esas formas tan adulteradas como se quiera, se organizó el orden político. El orden arraigaba en sistema de lealtades particulares: comunitarias, corporativas, señoriales, patrimoniales, clientelistas. Y ninguno de ellos podía conformarse con el modelo cívico. Porque nadie esperaba para empezar, una ley que fuese igual para todos”.

Bajo estas circunstancias, una sociedad como esa, produce, según Escalante, “una moral que acepta el uso de las instituciones públicas para fines privados”.  Más que una ruptura, la revolución no favoreció, pero tampoco generó las condiciones para romper con esas prácticas. Por el contrario, se acrecentaron, se fortalecieron hasta instituirse en esa especie de ciudadano simulado.

Quizá por eso, la idea discutir la historia, también nos permita identificar los cambios que no han pasado a pesar de las revoluciones. Por lo mismo, resulta tan difícil en el presente, socializar valores cívicos. Ante los problemas actuales, se suma con fuerza  la inseguridad, una problemática que viene de un déficit anterior, de una simulación que ya no funciona, pero no termina de depurarse y crear un nuevo orden. Por eso, si alguna revolución debe de suceder para el México del siglo XXI, ésta tendrá que ser cívica, educativa. ¿Lo estaremos construyendo?
13 de noviembre, 2010
el siglo de torreón

martes, 9 de noviembre de 2010

El informe, Moreira, la sucesión

Obra pública, en competencia con el gasto corriente...

Después de escuchar el quinto informe de resultados del gobernador Humberto Moreira, me quedó la sensación de que Coahuila vive sus mejores tiempos. Muchos primeros lugares se resaltaron durante el Informe: líder nacional en inversiones; el estado donde más jóvenes estudian; primer lugar en crecimiento económico; estado líder en la generación de empleos; primer lugar nacional en obra pública; líder nacional en calidad de vida. 

En este sentido, el gobernador presentó cifras comparadas entre 2005 y 2010, donde sin duda, hay avances, hay atención a rezagos, hay obra pública y sobre todo, un enfoque eminentemente social en su gobierno. Al mismo tiempo, destacó la otra característica de su gobierno: la obra pública. Estos dos aspectos, son los más visibles y notables de su gobierno. El enfoque social le ganó el reconocimiento de las multitudes, sobre todo, de las clases más desfavorecidas económicamente. De alguna manera, su gobierno reafirmó al Estado asistencialista, criticado también como “populista”.
Cargado de recursos millonarios sin precedentes, Moreira tuvo el margen suficiente para operar programas de farmacias a bajo costo, atención médica, zapatos, uniformes escolares, focos, pintura, cemento, y ahora, la operación de un nuevo, ambicioso y amplio programa: la Tarjeta de la Salud.

En paralelo, la monumentalidad de la obra pública (puentes, carreteras, hospitales, muesos y hasta una nueva presidencia municipal para Torreón), le ganó una amplia aceptación de su gobierno en la opinión de la mayoría de los coahuilenses. Desde los primeros años de su gobierno, mantuvo altas calificaciones de aprobación, según la medición de conocidas empresas encuestadoras, registró promedios de ocho y nueve. Con ese margen de popularidad y liderazgo en la opinión pública, también incurrió en excesos. Recuerdo por ejemplo, la pretensión de convertirlo en historia a destiempo. En las páginas de los libros oficiales de primero de secundaria se dedicó más espacio al gobernador y sus obras, que a Francisco I. Madero o Venustiano Carranza.

Hay algo en el poder que siempre tiende a los excesos. Por eso, siempre dispuesto a acrecentar la atención de la opinión pública nacional, hizo “propuestas” espectaculares y estériles como la pena de muerte. Pero sí esto refiere simbolismos y percepciones, en el plano material, la inversión y obra pública dejó una huella importante en el estado. Los números son contundentes: 1 900 kilómetros pavimentados para carreteras rurales; 87 puentes vehiculares; 22 museos;  5 nuevos hospitales.
En otras palabras, uno de cada tres pesos del gasto total del gobierno estatal, se destinó a obra pública, pero otro tanto fue a gasto corriente, en su mayoría destinado a pagar burocracia. Es decir, es cierto que el gobierno de Moreira invirtió sin precedentes en obra pública, sin embargo, gastó una proporción similar en servicios personales. De esta manera, si el gobierno venidero quiere invertir más en sus ciudadanos y en la infraestructura pública del estado, tendrá que reducir en serio su abultado costo de operación. 

En ese rubro, en la ciudad de Torreón brilló la construcción de puentes, desniveles y pasos viales funcionales. La intensa obra pública promovida por el gobernador, pronto enterró el malestar y la corrupción monumental del tristemente célebre Distribuidor Vial Revolución. Así, Moreira entregó una buena obra a los torreonenses, pero no entregó a los responsables de la corrupción anterior. Por eso, la posibilidad de rendición de cuentas, rápido fue olvidada gracias a la funcionalidad de la nueva obra.

Moreira está en el cenit de su poder y prácticamente despidió en Torreón, su “sexenio” de cinco años.  Como ha expresado, aspira a la dirigencia nacional del PRI. Tiene el liderazgo y la fuerza para lograrlo. Además, a la memoria de los viejos tiempos, ha logrado el carro completo en las últimas elecciones y por consiguiente, entrega los mejores resultados a su partido. Es positivo para Coahuila, su aspiración a dirigir el partido, además de provocar una sana competencia en los pequeños círculos priistas, donde se elige la dirigencia nacional. Competencia por cierto, que al interior del partido en el estado, no está dispuesto a abrir, por estar reservado el lugar a la sucesión de su hermano.

Casi al final de su discurso, el gobernador hizo referencia rápida al tema de la inseguridad, que ahora no solamente golpea a La Laguna. Reiteró la defensa de los coahuilenses por parte de su gobierno, sin embargo, la ola delictiva, la violencia, es una amenaza intermitente que parece no disminuir. Finalmente, los ciudadanos deseamos obras necesarias, pero también la garantía para transitar por las mismas.  Queda así, el duro pendiente de la inseguridad.
Twitter/uncuadros

sábado, 6 de noviembre de 2010

Tolerar la corrupción

Tolerancia transexenal

Vaya días de violencia los que se han vivido esta semana. Como si no fuera suficiente, el monstruo siempre pide más. Aún así, pero desde otra condición, un famoso empresario norteño llama al optimismo desde su cuenta en Twitter, y todavía se pregunta por qué hablan mal de México. Pero más allá de la indignación sobre la barbarie, hay algo más profundo, cotidiano y menos espectacular que antecede, y al mismo tiempo muchos ciudadanos toleran: la corrupción.

Menos mal, como afirma nuestro Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, la corrupción no afecta las inversiones. En otras palabras, no importa lo que digan las encuestas y las estadísticas del Transparencia Internacional, tampoco importa que en los últimos diez años, se “avance” hacia atrás. Pero quizás la corrupción en el caso mexicano, es tan habitual y común, que no se repara en la indignación. ¿Para qué?, dirán orgullosos algunos. Luego entonces, no nos sorprendamos con fenómenos mayores como los asociados al narco y al crimen organizado, si antes vemos “bonos de marcha” ocultos, profesores que cobran por ubicuidad en dos gobiernos (véase el informe de Mexicanos Primero), ciudadanos dispuestos a corromper.  De esa manera, hay un conjunto de pequeñas prácticas que en realidad debilitan el entramado de confianza en las instituciones, sean estas la familia, el club deportivo, la iglesia, la policía o las autoridades.

Ya en otros textos he abordado cómo las instituciones de procuración de justicia desalientan la justicia, pero ahora, el enfoque lo podemos centrar en la capacidad de tolerancia con la que muchos ciudadanos abrazan prácticas de corrupción, por eso la indignación ya no cabe. Hace décadas un presidente había lanzado su campaña diciendo que la “solución somos todos”. Al paso del tiempo, la malicia popular terminó decir “la corrupción somos todos”. De alguna manera no estamos tan lejos de esa práctica. Y no hablamos hasta el cansancio de crimen organizado, sino de prácticas que forman parte del arreglo social.

En los últimos veinte años se logran avances loables, que sin embargo, ahora quedan en duda o se ven riesgos por retrocesos, inercias y resistencias. El caso del IFE y el IFAI son emblemáticos. El IFE, logró generar certeza y confianza en las elecciones, cosa que se creía imposible en su momento. Ahora, tras veinte años de existencia y con la renovación de tres de sus consejeros en puerta, hay serios señalamientos sobre un IFE al servicio de partidocracia. Hace tiempo que el Consejo perdió el carácter frente al poder de los partidos. Y no se trata de nostalgia, pero sí de reconocer retrocesos ante logros visible. Sergio Aguayo Quezada ha analizado con claridad, y ahora circula su libro, “Vuelta en U”, sobre el estancamiento de la democracia. Y tiene razón cuando argumenta que el dinero público, más que ayudar, ha viciado los intereses de los partidos. Por eso la partidocracia.

Algunas cifras recién publicadas en Enfoque (1-X-2010), muestran como el IFE arrancó con un presupuesto de 1,086 millones de pesos, para terminar en la exorbitante cantidad de 5,619 millones de pesos para el presente año. Asimismo, los partidos vieron crecer exponencialmente sus recursos. En ese mismo año de 1991, para las elecciones federales los partidos habían recibido 108 millones, para luego alcanzar un récord en 2003 con ¡5,789 millones! En este año del Bicentenario, los dineros dispuestos fueron 3,012 millones. Visto así, el 2012 será un gran negocio. Dos décadas después, la millonaria democracia mexicana ha resultado contraproducente y poco benéfica para impulsar el cambio de prácticas “normales” como la corrupción.

Más reciente, la creación del IFAI en el sexenio anterior, abrió un capítulo inédito en materia de transparencia y acceso público a la información gubernamental. Algo hay de la vieja demanda, que durante décadas pugnó el gran Daniel Cosío Villegas: hacer pública la vida pública. No obstante los obstáculos, las resistencias y los embates incluso de los tribunales, el SAT o la PGR, el IFAI, ha logrado afianzar el derecho a la información. De manera sencilla, las posibilidades de la apertura, nos han mostrado el contenido de las decisiones públicas, no pocas veces bajo la sombra de la corrupción, o en el mejor de los casos, de la ineficiencia y el despilfarro. Por lo tanto, no resulta extraño que un tesorero de un municipio, usted complete el nombre, en vez de dar cifras exactas, menciona estimaciones.  En el fondo, tras diez años de medir la corrupción, los mexicanos no sólo aceptamos la corrupción, también la toleramos.

Torreón, ciudad heroica

Torreón bajo fuego revolucionario

En el difícil ámbito de fortalecer la identidad de una población, es loable la noticia de que Torreón será reconocida como “ciudad heroica”, debido a las tomas armadas que sufrió y sobrevivió la ciudad durante la Revolución. La eficiente gestión del cronista oficial, el Dr. Sergio A. Corona Páez y el profesor Matías Rodríguez Chihuahua, aunado al aval del Cabildo y el alcalde Eduardo Olmos, se prepara ya la sesión solemne del reconocimiento. Los detalles se pueden consultar en el sitio de la prestigiosa historiadora Patricia Galeana, patriciagaleana.net, y en la cronicadetorreon.blogspot.com.
Twitter/uncuadros