Tolerancia transexenal
Vaya días de violencia los que se han vivido esta semana. Como si no fuera suficiente, el monstruo siempre pide más. Aún así, pero desde otra condición, un famoso empresario norteño llama al optimismo desde su cuenta en Twitter, y todavía se pregunta por qué hablan mal de México. Pero más allá de la indignación sobre la barbarie, hay algo más profundo, cotidiano y menos espectacular que antecede, y al mismo tiempo muchos ciudadanos toleran: la corrupción.
Menos mal, como afirma nuestro Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, la corrupción no afecta las inversiones. En otras palabras, no importa lo que digan las encuestas y las estadísticas del Transparencia Internacional, tampoco importa que en los últimos diez años, se “avance” hacia atrás. Pero quizás la corrupción en el caso mexicano, es tan habitual y común, que no se repara en la indignación. ¿Para qué?, dirán orgullosos algunos. Luego entonces, no nos sorprendamos con fenómenos mayores como los asociados al narco y al crimen organizado, si antes vemos “bonos de marcha” ocultos, profesores que cobran por ubicuidad en dos gobiernos (véase el informe de Mexicanos Primero), ciudadanos dispuestos a corromper. De esa manera, hay un conjunto de pequeñas prácticas que en realidad debilitan el entramado de confianza en las instituciones, sean estas la familia, el club deportivo, la iglesia, la policía o las autoridades.
Ya en otros textos he abordado cómo las instituciones de procuración de justicia desalientan la justicia, pero ahora, el enfoque lo podemos centrar en la capacidad de tolerancia con la que muchos ciudadanos abrazan prácticas de corrupción, por eso la indignación ya no cabe. Hace décadas un presidente había lanzado su campaña diciendo que la “solución somos todos”. Al paso del tiempo, la malicia popular terminó decir “la corrupción somos todos”. De alguna manera no estamos tan lejos de esa práctica. Y no hablamos hasta el cansancio de crimen organizado, sino de prácticas que forman parte del arreglo social.
En los últimos veinte años se logran avances loables, que sin embargo, ahora quedan en duda o se ven riesgos por retrocesos, inercias y resistencias. El caso del IFE y el IFAI son emblemáticos. El IFE, logró generar certeza y confianza en las elecciones, cosa que se creía imposible en su momento. Ahora, tras veinte años de existencia y con la renovación de tres de sus consejeros en puerta, hay serios señalamientos sobre un IFE al servicio de partidocracia. Hace tiempo que el Consejo perdió el carácter frente al poder de los partidos. Y no se trata de nostalgia, pero sí de reconocer retrocesos ante logros visible. Sergio Aguayo Quezada ha analizado con claridad, y ahora circula su libro, “Vuelta en U”, sobre el estancamiento de la democracia. Y tiene razón cuando argumenta que el dinero público, más que ayudar, ha viciado los intereses de los partidos. Por eso la partidocracia.
Algunas cifras recién publicadas en Enfoque (1-X-2010), muestran como el IFE arrancó con un presupuesto de 1,086 millones de pesos, para terminar en la exorbitante cantidad de 5,619 millones de pesos para el presente año. Asimismo, los partidos vieron crecer exponencialmente sus recursos. En ese mismo año de 1991, para las elecciones federales los partidos habían recibido 108 millones, para luego alcanzar un récord en 2003 con ¡5,789 millones! En este año del Bicentenario, los dineros dispuestos fueron 3,012 millones. Visto así, el 2012 será un gran negocio. Dos décadas después, la millonaria democracia mexicana ha resultado contraproducente y poco benéfica para impulsar el cambio de prácticas “normales” como la corrupción.
Más reciente, la creación del IFAI en el sexenio anterior, abrió un capítulo inédito en materia de transparencia y acceso público a la información gubernamental. Algo hay de la vieja demanda, que durante décadas pugnó el gran Daniel Cosío Villegas: hacer pública la vida pública. No obstante los obstáculos, las resistencias y los embates incluso de los tribunales, el SAT o la PGR, el IFAI, ha logrado afianzar el derecho a la información. De manera sencilla, las posibilidades de la apertura, nos han mostrado el contenido de las decisiones públicas, no pocas veces bajo la sombra de la corrupción, o en el mejor de los casos, de la ineficiencia y el despilfarro. Por lo tanto, no resulta extraño que un tesorero de un municipio, usted complete el nombre, en vez de dar cifras exactas, menciona estimaciones. En el fondo, tras diez años de medir la corrupción, los mexicanos no sólo aceptamos la corrupción, también la toleramos.