miércoles, 13 de enero de 2016

Esta columna no es sobre El Chapo


Sin lugar a dudas, la noticia más relevante por estos días fue el fallecimiento de David Bowie, el gran artista londinense. Su música sencillamente es excelsa y el impacto que tuvo se distinguió desde 1969 a la fecha. Antes de morir, a pesar del cáncer, lanzó su último disco, Blackstar. Fue una despedida a su modo, un tanto oscura. La música de Bowie es sofisticada, refrescante, inteligente, innovadora, experimental. No hizo piezas para un día, sino para durar décadas y todavía más. Cuarenta años después, hay canciones de Bowie que siguen vigentes, y mientras escribo lo escucho. Como pocos, fue la vanguardia misma. Space Oddity, Heroes, The Man Who Sold the World y muchos discos más, tienen una enorme actualidad. Por estos días y para después, la música de fondo es de Bowie. El gran David Bowie.
Tras la pausa musical, viene la dura realidad. El panorama económico sí que importa y afecta a la mayoría de los ciudadanos. Por lo mismo, más vale dejar las noticias que saturan los medios; ad nauseam. La mayoría de los analistas económicos habla de un mal panorama, pero en México hemos aguantado años peores. Hay varias generaciones acostumbradas a los vaivenes sexenales, cuando un presidente tras otro quebró el país, -no sin antes enriquecerse-. Pero la estabilidad es frágil ante una mala administración. Después de historias similares, ya casi todo podemos aguantar. De esa manera, la historia parece repetirse. Tras años de dispendio y vacas gordas en la década pasada, el petróleo está por lo suelos y todavía puede caer más. ¿Qué significa esto para México? La finanzas públicas del país dependen considerablemente de los ingresos petroleros. Al caer a precios ridículos, cae también el ingreso del gobierno. Y no hay manera de sostener al obseso, sin adquirir antes más deuda. Ante la delicada situación, los contribuyentes sostenemos a un gobierno que no es congruente con sus finanzas. Gasta y gasta, aunque sus ingresos ya no lo permitan. ¿Adónde va todo ese dinero? Usted ya sabe la respuesta.
El gobierno crece internamente, pero sin aumentar el valor público. Como mal administrador, vive de prestado y todavía exige más. ¡Es un alcohólico! Nuevamente la administración federal contrató más deuda para financiar artificialmente la operación de este año. Así empieza el 2016, pero en las manos, tenemos una bomba de tiempo donde los bancos nunca pierden. Ya entrado en gastos, la presidencia compró un modesto avión por más de 6 mil millones de pesos, lo cual es la envidia de las economías ricas. Más todavía, dejamos como poca cosa al más acaudalado jeque árabe. Pero el obseso gobierno no se somete a dieta, y sí termina por someter más a los contribuyentes cautivos. Mientras tanto, al llegar a los 18, el dólar ya alcanzó mayoría de edad, aunque dirán que una devaluación más ya ni se siente. Es costumbre y ahí vamos de nuevo.
Hasta el cansancio se nos repitió las bondades las reformas. A las televisoras le hicieron un jugoso negocio al perdonarles millones y millones. Más vale estar bien con los medios. En cambio a la mayoría ofrecen migajas con los precios de la gasolina y las tarifas de la luz. Así las cosas del 2016.
13 de enero 2016
El Siglo