miércoles, 13 de enero de 2016

El niño del tren del Norte

Sin duda, una de las imágenes más inquietante del 2015, fue el cadáver de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años que murió ahogado en una playa turca. La terrible imagen difundió el drama de miles de migrantes sirios que salieron de su país expulsados por la guerra. Desde África o Medio Oriente, este año miles de migrantes fueron hacia Europa. También desde Centroamérica, otros miles buscan llegar a Estados Unidos. En el camino, muchos pierden la vida o sufren tales penurias, que la migración muestra descarnadamente la miseria de las sociedades. La mayoría de los gobierno restringe sus fronteras, e incluso, hasta la xenofobia reafirma su vigencia en los Estados más civilizados. Lejos de ser pasajeras, las migraciones se han vuelto el sello del siglo XXI. ¿Y a nosotros qué, dirán algunos?
Tan sólo hace unos días, el gobernador de Texas, Greg Abbott, volvió alertar a la Guardia Nacional y al gobierno nacional, sobre el aumento de los menores migrantes que cruzan a Estados Unidos. Según datos los datos del gobierno estadounidense, los pasados meses de octubre y noviembre, 10 mil 595 menores inmigrantes no acompañados cruzaron la frontera desde México por el suelo texano. La cifra dobla a lo registrado durante el año 2014: 5 mil 129. Se trata de niños y niñas que prefieren arriesgar la vida, a quedarse en la pobreza de sus países. Incluso, prefieren migrar a ser víctimas de la violencia de pandillas y criminales que también extorsionan a los pobres. La mayoría de esos niños migrantes proviene de Honduras, Salvador, Nicaragua y Guatemala.
Al respecto, hace unos meses leí el libro, Dionisio. El niño del tren del norte (133 páginas, Ediciones Proceso, 2015), autoría de la actual investigadora del Ciesas, Paulina del Moral González. Desde las primeras líneas, el libro nos impacta porque narra en primera persona, el peligroso trayecto que hace Dionisio, un menor hondureño, que busca de llegar a los Estados Unidos. Lo significativo del libro es el testimonio que deja desde el año 2001. Migraciones hubo desde décadas atrás. Lo distinto a partir de esa década, fue la presencia de menores migrando sin compañía. Niños y adolescentes migrantes. Dionisio nos dice cómo la gente se sorprendía por ver a un niño trepado en La Bestia. Hoy esa imagen parece cotidiana y quince años después se volvió un problema internacional de notable magnitud. Ya no se trata de unos cuantos casos, sino de miles de niños detenidos en la frontera gringa. Miles deportados a sus países de origen, pero también muertos y desaparecidos. El relato que nos deja Dionisio conmueve por la dureza de las situaciones que vive un niño. A fuerza de lapidaria realidad, el niño vive como adulto. Por lo mismo, el relato es a veces ingenuo, y otras habla un hombre desengañado a base de golpes. La vida de Dionisio me recordó la película La Jaula de Oro (2013), del director Diego Quemada-Díez, donde nos presenta la vicisitudes de tres menores que buscan llegar a Estados Unidos desde Guatemala. Ya se imaginará cómo les va en sus país de origen, pero sobre todo, los peligros que enfrentan en México.
Dionisio viajó solo en el ferrocarril y se embarcó hacia el sueño americano. Quería que lo adoptaran en Estados Unidos y estudiar. En su trayecto trabajó en cuanto pudo como campesino y hasta pescador. Vivió por temporadas en Veracruz, el Distrito Federal, Guadalajara y también en Torreón, donde pasó largas noches durmiente en una tumba del panteón municipal número 1. En algún momento fue detenido por la policía y lo consignaron a la Residencia Juvenil para menores en Torreón. Ahí del Moral pudo hablar con él largo y tendido. La mirada que ofrece su libro es antropológica. Ayuda a comprender la migración y sus circunstancias. Inclusive, nos explica la falla de las autoridades por condenar a un menor que portaba un cuchillo para su defensa. La autora reconstruye una especie de diario del menor migrante. Al concluir la historia, no preguntamos: ¿Dónde estará Dionisio? ¿Seguirá vivo? No lo sabemos, y sin embargo, gracias al empeño de la antropóloga Paulina del Moral, nos queda algo de la existencia de Dionisio.
23 de dic, 2015
El Siglo de Torreón