domingo, 5 de marzo de 2017

Sergio Antonio Corona Páez y el oficio de historiar

(1950-2017)
La muerte es el ciclo de la vida. Se escribe fácil, no así cuando se trata de un ser querido, algún familiar, o un amigo muy cercano. Nos duele y sentimos ese irremediable vacío, esa tristeza tan humana con la que todos algún día nos doblamos. El pasado primero de marzo, falleció el Dr. Sergio Antonio Corona Páez, cronista oficial de Torreón e historiador de primera línea. Nos conocimos hace 16 años y desde entonces mantuvimos un intenso diálogo, una entrañable amistad. Corona Páez fue mi maestro, mentor, pero sobre todo, mi gran amigo. Por eso me duele escribir estas palabras a manera de memoria y homenaje.

Desde su nacimiento, un simbólico 12 de octubre de 1950, su destino quedó signado para la escritura de la historia, para el oficio de historiar. Desde muy chico tuvo esa consciencia histórica al comenzar a juntar las piezas del rompecabezas genealógico. Ese tesoro familiar lo llevó a remontarse varios siglos atrás, lo que sin duda, marcó su carrera profesional como historiador. Corona Páez fue el mayor historiador de la región, tanto por su producción historiográfica, como por su alcance internacional. Hace unos días, su esposa Patricia Reyes Fernández, recibió llamadas y mensajes de condolencias desde Estados Unidos, Alemania, España, Chile… lo que nos habla de los lazos del investigador. Como historiador, fue un pensador original que hizo para sí un trabajo local —la historia de la Laguna, la historia de Torreón— con una carácter global.

La calidad de su labor académica llegó lo mismo a Estados Unidos que Francia, donde su libro y tesis doctoral, “La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras” (2004), fue reconocido en la Feria Internacional del Libro, en París, en el 2011. Igualmente, otro de sus trabajos, publicado colectivamente bajo el título “Turismo del Vino. Análisis de casos internacionales”, ganó la distinción “Gourmand World Wine Book”, en ese mismo año. La trascendencia de sus estudios sobre la economía colonial en Parras durante los siglos XVII y XVIII, no sólo renovó el conocimiento historiográfico del Norte de México, sino además, se volvió, en palabras del historiador Pablo Lacoste, un libro de texto en universidades sudamericanas. Como pocos investigadores, su obra es un referente internacional para los estudiosos de la historia lagunera. Para muestra, basta ver las referencias indexadas en revistas académicas y arbitradas. En ese sentido, Torreón tuvo un cronista de lujo, un historiador bajo un notable talante de científico social.

A Corona Páez le debemos la explicación más robusta y acuciosa sobre las raíces coloniales de La Laguna y su sentido de identidad regional. Un claro ejemplo, lo encontramos en el libro “El país de La Laguna, impacto hispano-tlaxcalteca en la forja de la Comarca Lagunera” (Primera edición, 2006; segunda 2011). Se trata de un libro imprescindible para  todos los interesados en esta región del noreste mexicano, y sobre todo, para los laguneros ávidos de conocer sus raíces. En ese libro, muestra a la vez claridad y sencillez del lenguaje, pero basado en un profunda investigación de fuentes primarias. Como historiador fue un paciente documentalista, un erudito conocedor del Antiguo régimen. Quienes lo frecuentamos constantemente, advertíamos que vivía en dos mundos. El presente y el siglo XVIII. Para dicha de tantos, su bagaje, su puntual conocimiento lo compartió con generosidad, no sólo para los académicos y especialistas, sino a través de una extensa labor de divulgación en los dos principales periódicos de la región, El Siglo de Torreón y Milenio Laguna. Igualmente, en el blog Crónica de Torreón, con más de medio millón de visitas, mismo que se interrumpió a finales de diciembre pasado, cuando su estado de salud ya no le permitió actualizarlo. En cientos y cientos de artículos, Corona Páez difundió su amor por Torreón y La Laguna. Gracias a sus palabras, conocimos detalles, explicaciones y sucesos de la región, pero sobre todo, nos enseñó a ver la ciudad de otra manera.  Su legado mostró y demostró que la historia es una disciplina rigurosa, metódica, y que incluso, en sus demostraciones, alcanza una validez científica. No como verdad inamovible, pero sí verificable y revisable a la manera que enseñó Karl Popper.



Había en él, el espíritu de anacoreta dedicado a la historia, al pensamiento, a la paciente búsqueda y reflexión. No había prisas; sino parsimonia, orden. Tanto en su vida como en su trayectoria profesional, llevó calma y método. Como estoico enfrentó los últimos dos meses de su vida. Dejó una obra prolífica en más de una treintena de libros y varios centenares de artículos. Su valiosa labor al frente del Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana de Torreón, también dejó huella para tantos investigadores y estudiantes que acuden a las fuentes archivos. Lo mismo puede decirse de su labor como maestro en la Universidad Iberoamericana. 
Adiós amigo, te vamos a extrañar.

5 de marzo 2016 
El Siglo de Torreón