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viernes, 24 de febrero de 2012

Consejo de la crónica

La semana pasada el Cabildo de Torreón aprobó la creación del Consejo de la Crónica. En principio me parece loable la iniciativa que tiene como propósito promover la memoria en su vertiente de crónica e historia. Nuestra ciudad, como otras del Norte, vive una profunda crisis de inseguridad, una decadencia de sus espacios públicos y relaciones, le urge retomar su identidad. En consecuencia, no sólo necesita fuerza y armas en las calles, sino memoria y divulgación de su historia. Necesita un redescubrimiento que mueva al orgullo y la identidad a sus ciudadanos. Sin duda la historia nos puede ayudar. Por eso, el esfuerzo en esa materia debe promoverse. El consejo quedó integrado por Sergio Antonio Corona Páez, Don José León Robles de la Torre, Rodolfo Esparza, Jesús Sotomayor Garza, María Saldaña, Oralia Esparza y Gildardo Contreras.

El principal promotor del Consejo ante el Cabildo y quien llevó el punto a la Comisión de Gobernación fue Rodolfo Esparza, director del Archivo Municipal. Sin embargo, lo que es plausible, se fue innecesariamente por una vía reprobable y que exhibe una lógica del engaño. Como si no fueran suficientes los agravios y las críticas de baja estofa a la persona y el trabajo del Cronista de la ciudad, el Dr. Corona Páez nunca fue informado de su inclusión en el Consejo, pero en cambio si se utilizó indebidamente su nombre. Es decir, fue invitado al Consejo, mas no lo enteraron, ni tampoco se buscó que así fuera.

Es reprobable la falta de cuidado por la formas. Hace tiempo que Don Jesús Reyes Heroles no es referente en eso de la forma y el fondo. 


El desprecio por las formas revela la naturaleza de los individuos


¿Por qué el director del Archivo Municipal, Rodolfo Esparza Cárdenas llevó a la Comisión Gobernación el nombre del Cronista sin su autorización previa? ¿Por qué utilizó su nombre indebidamente? ¿Por qué si recurrió a los medios para publicitar el Consejo, fue incapaz de notificar al Cronista? ¿No funciona su teléfono? ¿No sabe dónde encontrarlo? ¿Qué le impide o quién se lo manda? Con ese “cuidado” de las formas Esparza Cárdenas no sólo engañó a los regidores, sino al alcalde Eduardo Olmos Castro.

La manera engañosa como se manejó este funcionario, no sólo ensucia de antemano una causa noble como la promoción de la historia, sino que exhibe la calidad deshonrosa de su trabajo. No basta una disculpa de Esparza Cárdenas por utilizar sin autorización el nombre Corona Páez, por lo menos tiene que renunciar al cargo por simular actos públicos. Señor Esparza ¿sabía el alcalde que no notificó antes al Cronista de Torreón? ¿Por qué utilizó su nombre sin previo consentimiento? ¿Así acostumbra ejercer los cargos públicos, falseando datos, simulado notificaciones? A estas alturas, lo menos que necesita el alcalde Olmos Castro son funcionarios que opaquen aún más la administración. Es una pena.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Arqueología de La Laguna



La perspectiva muestra ángulos, vistas que unos ven y otros no. Los mismos trazos percibidos desde fuera ofrecen otra lectura, y a veces para ver con claridad hay que alejarnos, cambiar de lugar. De esa misma manera, interrogarnos sobre la identidad o la pertenencia a un sitio, una ciudad, una región, implica también una perspectiva, un cierto abordaje que varía según quien percibe. En este sentido, la historia de La Laguna puede ser abordada desde la literatura, y justamente esa es la propuesta que nos hace Edgar Salinas Uribe en su nuevo libro: “Arqueología de un imaginario: La Laguna”. El ensayo de 110 páginas fue recientemente publicado bajo el sello editorial de Juan Pablos y el Ayuntamiento de Torreón.

“¿Qué va de La Laguna? ¿Para qué vivir allí? ¿Por qué ir a morir en sus desiertos?” se pregunta Salinas Uribe en una búsqueda por explicar su estancia en La Laguna. Sin embargo, al tratar de explicarse para sí su por qué en estos desiertos, el autor propuso una explicación de la región, la identidad y el constructo del imaginario que llamamos desde el siglo XVI La Laguna. Si nuestro gran historiador Sergio A. Corona Páez explicó la construcción cultural de los laguneros a través del rigor y la profundidad de leer los documentos de otros siglos, Salinas Uribe lo hace desde los cuentos, las novelas y los poemas escritos desde el imaginario lagunero. En el libro recorre Una estepa del Nazas del poeta Manuel José Othón para luego ir a la poética hecha canto cardenche: “Yo ya me voy/ a morir en los desiertos,/ me voy de ejido/ a esa Estrella Marinera” dice una estrofas más emblemáticas del canto lagunero.

El Yo ya me voy a morir en los desiertos, afirma su autor, es algo de lo mejor de la poética cardenche, esa que más allá de rimas y métrica, versos y estrofas correctas, se teje con sotol, desierto, mucho trabajo, cansancio, explotación y exceso de nostalgia, ya sea de lo que fue, de la mujer imposible o de la risa que no será.

El libro hace una auténtica arqueología, acaso como quería el filósofo francés Michel Foucault, a través de las letras dispersas en el árido paisaje lagunero: de Magdalena Mondragón a Yolanda Natera, de John Reed a Francisco L. Uriquizo, de Saúl Rosales a Jaime Muñoz Vargas y Francisco Amparán, hasta llegar incluso a la versión ultramoderna de Wenceslao Bruciaga y sobre todo, Carlos Velázquez. Por cierto, este último ya célebre por la Biblia Vaquera (un triunfo del corrido sobre la lógica).

Hay algo de Octavio Paz y Sigmund Freud en la Arqueología, porque trata de explicar la identidad lagunera no solamente en los lugares comunes de un equipo de fútbol, sino en las posibilidades que ofrece la literatura y la historia. Por eso el libro abre un camino en dos sentidos: por un lado, las letras forjadas en el arte del cuento, la novela y la poesía; por otro, en las explicaciones que historiadores como William Meyers, Manuel Plana, Corona Páez y María Vargas Lobsinger por mencionar algunos, han realizado sobre nuestra historia. De ahí que el ensayo nos marque varias etapas que pasan por la economía agrícola algodonera, esa época de oro donde el agua del río Nazas fue una fuente extraordinaria de riqueza hasta la ciudad industrial y moderna. No obstante, entre ambos momentos, Salinas Uribe retoma la ruptura de 1936: “con el decreto del 6 de octubre está fechada, también, el acta de defunción del Padre fundador de La Laguna moderna”.

En fin, no se trata aquí de contar el libro sino de apuntar una discusión que ha retomado el autor sobre la identidad y lo lagunero. A esta discusión están invitados, porque el próximo jueves a las 8 de la noche en las instalaciones del Icocult, debatiré al respecto con Salines Uribe. Ahí los esperamos.

twitter.com/uncuadros