Como si estuviéramos en tiempos de jauja, de bonanza desbordante, el IFE destinará 2731 millones para las actividades ordinarias de los partidos y 819 millones para gastos de campaña. El PAN será el que más reciba dinero: 1009 millones; mientras que el PRI recibirá 706 y el PRD, 607. Le siguen en la lista, el Verde con 304, el PT con 287. El partido de la maestra Elba Esther, tendrá la modesta suma de 255 millones y finalmente, el conflictivo Socialdemócrata con 189.
No cabe duda, que en eso de la política no hay crisis financiera ni local ni mundial, ni nada que se le parezca. Al mismo tiempo, grandes empresas en el mundo, con influencia en muchos países, incluyendo México, han anunciado miles de recortes de empleos. Tan sólo fueron anunciados 70 mil despidos por estos días, en diversos países. En nuestro país, el IMSS reportó 413 mil despidos, así como el cierre de 5188 empresas, tan sólo el año pasado. Por otro lado, la Secretaría de Hacienda volvió a reajustar sus expectativas económicas para el presente año, y por su parte, el Banco de México, anunció un decremento de -1.8% también estimó que podrían perderse hasta 340 mil empleos. Si bien, no se trata de ser fatalista, y anunciar lo peor como recién declaró el presidente Calderón, no puede uno menos que preguntarse: ¿Es necesario ese gasto millonario en un momento como este? ¿Estamos condenados los contribuyentes, a cargar por siempre con el pesado gasto de los partidos? ¿No es tiempo de ajustar también el dinero en la política? ¿No sería mejor destinar ese dinero a una actividad productiva?
La crisis se agudiza, pero también abre posibilidades de cambios y reconversión en las economías mundiales, así como en los diferentes sectores productivos. Lo preocupante en México es que nuestra política es monolítica e inamovible. En el país, mantenemos un financiamiento público de primera con resultados poco claros para el avance y fortalecimiento de la vida pública. Por el contrario, estamos ante una política insensible, anacrónica y poco adaptada a las circunstancias reales de la mayoría de los mexicanos. Se trata de una política que está blindada de los horrores del desempleo y los vaivenes del mercado. Mientras las percepciones económicas de la mayoría de los mexicanos se contrajo, los dineros de la política aumentan. Y si la reforma electoral significó un “ahorro”, como tanto lo han aclamado los políticos, en el gasto que tradicionalmente se destinaba a publicidad y medios de comunicación, ese “ahorro” no necesariamente se traduce en una política más eficiente, una política de resultados, ni tampoco impacta en ejercicios presupuestales más acordes a las circunstancias. Vale preguntarse si la democracia mexicana, con su actual modelo de financiamiento público millonario, ha producido mayores beneficios a los ciudadanos. La respuesta es un rotundo no. Y es que en realidad uno no se opondría al financiamiento, si este se reflejara en instituciones de calidad o inversiones públicas razonables. En el foro de “propuestas y compromisos” convocado por el Senado, “México ante la crisis: ¿Qué hacer para crecer?”, ni siquiera se plantea la necesidad de reducir sustancialmente el gasto de los partidos, y mucho menos se proponen acciones de austeridad y reasignación de recursos para áreas de inversión pública.
Es hora de revisar a fondo el tema del financiamiento de la política, un país pobre como México, no puede continuar con este improductivo, pero muy adinerado sistema de partidos. ¿Será la crisis la palanca que empuje el necesario cambio o simplemente quedaremos igual, con una política millonaria y poco productiva?
31 de febrero 2009