sábado, 14 de febrero de 2009
Sindicalismo trasnochado
Del optimismo presidencial al catastrofismo del empresario, nuestro país sufre en cadena los efectos de la crisis mundial: despidos masivos en las empresas, depreciación de la moneda, caída de las ventas en el mercado interno, contracción de la exportaciones, aumento en los precios y finalmente el riesgo que implica no ver la luz al final del túnel. Es cierto que en México no se generó esta crisis como tanto insiste el Gobierno Federal; y también es cierto, que ahora, las finanzas públicas están mejor preparadas que en la catástrofe irresponsable de 1994, cuando la economía mexicana se colapsó.
Sin embargo, también hay que señalar que en muchos sentidos, nuestro país, sigue siendo frágil por una serie de rezagos históricos que han impedido sistemáticamente el crecimiento y desarrollo, o en el mejor de los casos, sólo han privilegiado el crecimiento de unos pocos, en detrimento de la mayoría. Por eso resultan incompletas las declaraciones de Carlos Slim cuando le exige apertura y competencia al gobierno de Felipe Calderón, siendo que el mismo controla una industria con servicios caros y poco competitivos, como bien lo demuestra en sus informes mundiales la OCDE.
Por otro lado, la presencia del Estado Mexicano para regular lo que sí puede y debe regular, ha sido débil e irrelevante, o para decirlo de otra manera: no ha generado la condiciones para una economía competitiva, pero tampoco una economía lo suficientemente dinámica para beneficiar a la mayoría de la población. Revisemos un ejemplo actual, donde claramente la herencia del pasado resulta un obstáculo para el desarrollo, pero al mismo tiempo evidencia las tareas pendientes y básicas que no ha producido el Estado, esa enorme institución, ahora señalada por algunos como “fallida”. Desde el domingo pasado, la Sección 64 del Sindicato Nacional Minero está en huelga al interior de una de las empresas más importantes de la región, Met Mex Peñoles. El asunto parecería trivial y la exigencia de aumentos por parte del Sindicato, en 9% directo al salario y 4% más en prestaciones, se mantiene en el estira y afloja de las negociaciones.
No obstante, resulta irrazonable la petición del sindicato ante los efectos de la propia crisis. Mientras miles de trabajadores en la industria automotriz mundial, la cual también afecta directamente a Coahuila, están sufriendo recortes en su planta laboral, algunos parece que viven en otra realidad, una ajena a los colapsos financieros y las contracciones del mercado. Tal es el caso del Sindicato minero, que lejos de valorar su plaza laboral, ante el paro técnico de sus compañeros en otras industrias, rompen toda lógica, o al menos cordura en el mercado. Y ya sabemos que la huelga no sólo es un asunto interno de una empresa, sino que el hecho desencadena una serie efectos negativos en la economía regional. Y esa es justamente unas de las relaciones obsoletas entre las empresas y los trabajadores. Si lo pensamos en el Estado, la situación es mayor y peor entre la institución y los sindicatos. Y este es sin lugar a dudas, uno de los temas que nos llevan al retraso y que en algún momento nuestros honorables legisladores tendrán que tratar en el Congreso de la Unión.
Actualmente, nuestro país se rige bajo una Ley Federal del Trabajo emitida en 1970, cuando el país vivía otras circunstancias y condiciones hace 39 años. Y no es que lo diga el Secretario de Trabajo, Javier Lozano, en el foro “México ante la crisis ¿Qué hacer para crecer?”, sino se trata de una reforma que los gobiernos mexicanos han dejado legislatura tras legislatura. En el fondo se aspira a modernizar al país y dotarlo de un marco institucional adecuado a las necesidades. Ahí están como muestra, los privilegios perpetuos y las plazas hereditarias del Sindicato de la Educación, o qué decir, de los petróleos y su seguro e inamovible líder corrupto. Cada año el gobierno transfiere miles de millones para mantenerlos tranquilos y apaciguados.
El sindicato minero y su líder virtual no se quedan atrás, al fin que la tecnología facilita las labores de un cacique que nadie puede llamar a cuentas.
Mientras tanto, la crisis no distingue los entusiasmos y los discursos, requiere ante todo acciones inteligentes y duraderas, y si este momento difícil para muchos, no nos lleva a revisar y replantear, a responder y renovar, difícilmente saldremos del atraso en el que llevamos atorados desde mucho tiempo atrás, pero no por la crisis, sino por la pobreza institucional, esa suerte de progreso improductivo que generan los gobiernos.
Nuestros legisladores tienen la palabra, pero la más de las veces, guardan silencio, o simplemente no les importa porque están al servicio de otros intereses que no son los públicos. Si no es esta legislatura, no veo cuándo, pero la reforma laboral no puede esperar más, mientras otros países, incluyendo nuestros vecinos del sur, han presentado mejores condiciones jurídicas para favorecer inversiones, y consecuentemente el empleo, el país mantiene condiciones obsoletas y contraproducentes como la caduca relación que guardan las empresas e instituciones con los sindicatos. ¿Vendrá la reforma que necesita el país, o nos saldrán con la excusa de que aprobaron lo posible a sabiendas de lo deseable?