Al principio, el bloqueo parecía una cosa normal, una protesta más de la que suelen aparecer en el país, sin embargo, la continuidad, la organización y los días fueron revelando otra cosa. No se trataba de una protesta más, ni tampoco de un simple reclamo, más bien, en los hechos, se asemejó a las formas que suele emplear un partido político a la hora de movilizar gente para su causa. Más tardó en reaccionar el gobierno, más tardó en entender la ciudadanía de qué se trataba, por qué se protestaba, en que los propios bloqueos se multiplicaran en distintos puntos y ciudades. La frontera en Ciudad Juárez, Reynosa, Nuevo Laredo y Matamoros, pero también al interior del país, en ciudades como Victoria, Veracruz y Monterrey.
¿De qué se trata? ¿Por qué el malestar? Tras los días, la autoridad fue confirmando las suposiciones: detrás de las movilizaciones “ciudadanas”, del conjunto de “tapados” está el narco. Jugando con los medios y fines, utilizaron lo mismo jóvenes que niños, señoras que ancianos, para bloquear las avenidas, con la finalidad de exigir la salida del ejército de las colonias, el retiro de las operaciones militares contra el narcotráfico. No se trató de un demanda contra las violaciones a los derechos humanos perpetradas por el ejército, como afirmaban los mensajes de los bloqueos, tampoco de una lucha civil para restablecer un servicio o exigir un beneficio social, sino de la utilización, previo beneficio económico, de la población de escasos recursos para los fines del narco. ¿Cómo explicar esto? ¿Por qué un sector de la sociedad está dispuesto a colaborar con el narco? ¿Qué beneficio les genera, más allá de los 200 o 500 pesos y una mochila con útiles escolares? Pasamos de las narcomantas a las narcoprotestas.
En 1995, el afamado politólogo y sociólogo norteamericano, Robert Putnam, publicó un influyente e innovador ensayo para explicar por qué unos pueblos son exitosos y otros no. Putnam utilizó el concepto de “capital social” para entender un conjunto de redes sociales, normas y confianza que posibilitan alcanzar beneficios sociales e incluso económicos para favorecer el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, la construcción del capital social, requiere de condiciones propicias y valores que le permiten a los grupos de la sociedad cooperar y asociarse para el beneficio mutuo (una comunidad cívica). En este sentido, el concepto de capital social es una útil herramienta para explicar una crisis social como la que vivimos con el crimen organizado. A diferencia de las sociedades exitosas, lo que estamos padeciendo en México, es el lado oscuro del capital social que se promueve desde dos vías: la ausencia de un estado de derecho (la impunidad) y un gobierno ineficaz.
El crimen organizado, por ejemplo, también teje redes de confianza y lealtad, que en ante el incentivo de esas dos vías, sustituye e implanta sus propias reglas. Piénsese en la Mafia. Por otro lado, existe una realidad lacerante entre los mexicanos: no confiamos entre nosotros, lo cual mina claramente el sentido de una comunidad cívica. Menciono un dato para dimensionar la afirmación: 6 de cada 10 mexicanos confían poco en las demás personas (ENCUP, 2005). El asunto de los tapados, los bloqueos y las protestas contra el ejército, son apenas la superficie de una distorsión. Desde hace buen tiempo, el ejército es una de las instituciones públicas que mantiene amplios niveles de confianza y credibilidad entre los mexicanos. En la más reciente encuesta del Gabinete de Comunicación Estratégica realizada en Monterrey (GCE, 18 de febrero), se demuestra que 8 de cada 10 está a favor de la presencia y el reforzamiento del ejército. Otra encuesta, hecha por El Norte (13 de febrero), demuestra que 93% de los regiomontanos, aprueban la presencia del ejército. Entonces, ¿dónde quedaron las protestas?
En el fondo, lo que sí está bien arraigado, es esa cultura de ilegalidad que ha tejido con fuerza sus propias redes sociales, su confianza y solidaridad, ante la ausencia de autoridad. En otras palabras, implanta sus propias reglas con base a un capital social negativo.
Ante la amenaza que impone el narco, ante el poderoso mensaje que manda la violencia, ante las dificultades que implica esta lucha entre gobiernos y entre los propios grupos del crimen organizado, no podemos creer que el problema es sólo de restricciones y mercados, como han propuesto recientemente diversos exmandatarios; ni tampoco es meramente un problema de corrupción e impunidad arrastrada por el gobierno. A lo que me quiero referir, es que todo esto está inmerso en la sociedad, es decir, proviene de ahí, y de las reglas del juego que lo han permitido, que lo han impulsado, pero también que lo han tolerado.
El problema no viene de fuera de la sociedad, ni se originó de algo muy lejano, ajeno a la sociedad misma. Y en este punto, no podemos ignorar la relación que guardan gobierno y sociedad, por dos razones, porque el poder emana o se legitima a través de los ciudadanos, pero también, porque las personas que dan vida al gobierno, provienen de ahí. Entonces, no tenemos el gobierno que nos merecemos, sino el que se nos parece. De la misma manera, el medio millón de “ciudadanos” que el gobierno federal afirma que es parte del narco, proviene de esa sociedad. Lo paradójico del caso, es que cuando se le pregunta a la gente, qué tan responsable es la propia sociedad en la solución del problema, ésta piensa que es el gobierno, el presidente, la policía, los jueces, y casi al final, los ciudadanos (GCE, 2008). Un cambio profundo en la cultura y las instituciones, diría Putnam, requiere tiempo y lentitud.