miércoles, 8 de septiembre de 2010

El Torreón que continúa


Cien años después nos volvemos a reunir. Otra generación, otras circunstancias, otra ciudad. Los cien años del Casino de La Laguna nos convocan en el presente. El Casino es uno de los símbolos de Torreón, recuerda una serie de historias, pero sobre todo, el característico  espíritu de trabajo que movió a los laguneros a construir esta ciudad.

Tradicionalmente se ha recordado a los laguneros como hombres de trabajo y empresa, de fidelidad y lucha; solidarios, independientes, abiertos a la innovación y al cambio, orgullos de su entorno, de sus obras. En este sentido, las cualidades del lagunero, resultan similares a las de otros pobladores norteños de Nuevo León, Chihuahua, Sonora, por mencionar otros estados. Entre el siglo XVI y el XIX estas poblaciones eran la frontera nómada, un inmenso territorio despoblado, árido, difícil y expuesto a constantes ataques de los llamados “indios bárbaros”. 
El Norte, conocido también como la gran chichimeca, fue el escenario de una lucha entre barbarie y civilización. Eran tiempos de una guerra de “baja intensidad”. Para nuestros abuelos coloniales, formar esas poblaciones implicó la amenaza constante de la propia vida, aunado a la dificultad geográfica del entorno. De ahí que los valores de lucha, solidaridad, trabajo, confianza, espíritu de grupo, fueran decisivos para la supervivencia de los pueblos.

El Dr. Sergio A. Corona Páez, historiador y cronista de la ciudad ha estudiado a profundidad cómo esos valores característicos del norteño, forjaron la identidad del lagunero. Por eso, no sería extraño que una población como Torreón reflejara esas cualidades hacia finales del siglo XIX. Otro historiador, Mario Cerutti, experto en historia económica del noreste mexicano, ha explicado el paradigma del empresario norteño en los centros urbanos de Chihuahua, La Laguna y Monterrey, ese eje empresarial bien demarcado hasta nuestros días.

¿Pero a qué viene esta historia? ¿Por qué hablar de valores, identidad y regiones? Hace unos días, un famoso empresario de Monterrey, heredero de ese antiguo paradigma empresarial, causó revuelo al escribir en su cuenta de Twitter una serie de críticas a los empresarios que han huido de Monterrey. “Me quedo a aportar, sumar esfuerzos y construir.... y repito, Regio: quédate, lucha, exige, actúa”. Luego insistió en defender lo que los ancestros construyeron.
Lo expresado por Lorenzo Zambrano me lleva a preguntar sobre La Laguna: ¿Dónde está el liderazgo, la crítica, la independencia del otrora empresario lagunero? Me temo que La Laguna sufre una crisis similar a la de Monterrey, bien definida por Diego Enrique Osorno como la muerte de los padres fundadores.

En numerosas ocasiones he escuchado hablar de los valores laguneros, pero en realidad se trata de clichés, de viejas añoranzas que poco tienen que ver con nuestro presente. Es una historia que se ha perdido y no forma parte de nuestro imaginario, de nuestro quehacer colectivo. Las antiguas empresas como La Fe, La Unión, La Esperanza, La Constancia, hoy están en ruinas.

A pesar del deterioro, la marcha continúa. Aquí vivimos, trabajamos, transitamos. Por eso resulta valioso resaltar lo que sigue sucediendo a pesar de la demencial violencia. Hace una par de semanas, las letras fueron motivo de una nutrida convocatoria en la biblioteca municipal de la Alameda. El maestro Saúl Rosales nos entregó un nuevo libro, producto de “Un año con el Quijote”.

Esta misma semana, más de un centenar de personas acudieron a la conmemoración centenaria del Casino de La Laguna. La exposición de unas 250 imágenes, fueron aportadas por el público que en algún momento estuvo en el Casino. Bajo la idea de construir una participación en las exhibiciones del Museo Arocena, la curadora Adriana Gallegos, abrió el museo a la comunidad. Al mismo tiempo, una generación de jóvenes artistas, el colectivo “Sector Reforma Arte Contemporáneo”, hizo una intervención en diferentes espacios del museo.  
Esto también pasa en nuestra ciudad, y quizá la dura crisis que vivimos ahora, está forjando de manera insospechada una ciudad más fuerte, capaz de construir su futuro. Porque al final, como ha escrito Juan Villoro: “A México no lo salvarán las balas, lo salvará la gente”.