Aplazado por una y otra administración municipal, abandonado por años, el Centro histórico de Torreón por fin encuentra un rumbo necesario. Primero fueron las negociaciones con los comerciantes ambulantes, luego la inscripción de los mismos para su reubicación, seguido del desalojo como aviso, y finalmente, el inicio de la obra el pasado primero de julio por el alcalde José Ángel Pérez. El alcalde torreonense inicia así un ambicioso proyecto de rescate para el Centro. Varias acciones lo constatan: el sector Alianza, la reubicación de los ambulantes, la iluminación de edificios históricos e incluso la construcción del Museo del Algodón. La administración municipal está retomando la dignidad urbana del principal espacio de la ciudad.
En principio parece sencillo, pero durante décadas, los ayuntamientos dejaron crecer una serie de problemas materializados en la decadencia del Centro. Los ambulantes y el comercio informal ganaron terreno a los peatones y a los reglamentos; el abandono de la imagen urbana, si es que imagen es algo, acabó con el viejo lustre de los paseos como la porfirina Plaza de Armas, la Morelos o las amplias avenidas de la Juárez e Hidalgo. Durante años el Centro de la ciudad acumuló una negligencia tras otra que bien puede resumirse en el estado lamentable de nuestras banquetas. Por otro lado, el desplazamiento económico, debido a la apertura de nuevas zonas comerciales, terminó por acelerar la decadencia del Centro, un espacio rodeado de edificios e inmuebles sin habitar.
Recientemente, en una serie de cinco breves artículos, Héctor Aguilar Camín, describió con claridad las desgracias de nuestros espacios públicos. La analogía comienza con las banquetas: “El estado de las banquetas mexicanas es el retrato involuntario de un país donde lo público va después de lo político y lo político puede desentenderse de lo público. Hay algo muy viejo, muy mexicano, en el desastre que exhiben las banquetas de nuestras ciudades, un desarreglo del espacio público tan antiguo y persistente que parece no haber empezado nunca”.
La dimensión política es la que suele desplazar el sentido de lo público porque siempre está por encima de ella. Por lo general, no es difícil encontrar que las autoridades en el ejercicio de sus funciones, sacrifiquen el interés público por el costo político que representa una u otra decisión. ¿Durante cuánto tiempo no se tocó a los ambulantes por el temor a pagar un “costo político”? ¿Qué pasa con las intransitables banquetas del Centro, quién es el responsable de arreglarlas? ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar a que se aplique la normatividad existente para hacer una mejor ciudad?
José Antonio Aguilar, quien ha sido referencia en la reciente discusión sobre la economía política de las banquetas, escribió: “Las banquetas revelan una parte del carácter nacional. Se encuentran a medio camino entre la propiedad privada y la vía pública. Son un espacio híbrido, una especie de tierra de nadie donde se permiten los despropósitos más escandalosos. Los particulares saben que son espacios públicos, pero creen que les pertenecen; el Estado sabe que atenderlas es una obligación que jamás cumplirá y por lo tanto le concesiona a los particulares sus banquetas”.
Si el gran Víctor Hugo pensaba que la ciudad es una escritura, las banquetas del Centro serían ilegibles.
Al final, nadie se hace responsable de un territorio que es de todos y es de nadie. Caminar por el Centro de Torreón se vuelve así en una odisea de obstáculos, grietas, hoyos, desniveles y trampas que el peatón tiene que sortear. Y con justa razón la analogía de las banquetas representa la incuria pública de autoridades y particulares. Bajo esta realidad no se trata de inventar el hilo negro, sino de aplicar la reglamentación que ya existe. La remodelación del Centro histórico, más que tratarse de “voluntad política”, como nos acostumbran a percibir, es una obligación que debe hacer cumplir la autoridad.
En este sentido, el inicio del paseo Cepeda-Valdés Carrillo y la decidida actitud del Ayuntamiento, resulta inédita. Tradicionalmente los gobiernos han rehuido a asumir sus responsabilidades públicas, se prefiere negociar la ley antes que acatarla, se pospone el bien común a cambio de no pagar el costo político, se desechan los planes de largo plazo por atender el presente.
Las remodelación del Centro indica ir por buen curso, aunque no se si el tiempo alcance, pero no se trata de inventar todo, sino de seguir lo que ya existe. Al menos tres reglamentos municipales que actualmente están vigentes, podrían ser eje del merecido y urgente rescate del Centro. El reglamento de Asentamientos humanos, desarrollo urbano y construcciones, un poco de orden no caería mal. El reglamento de Anuncios para los espectaculares desgarrados y la basura visual que demerita algunos edificios históricos. Y finalmente el reglamento del Protección y conservación del patrimonio histórico de la ciudad como una garantía a los inmuebles valiosos de nuestro paisaje urbano. ¿Alguien se acuerda del Hotel Salvador?
Cada uno de estos reglamentos contiene especificaciones que bien deben invocarse para el rescate del Centro. Otras ciudades mexicanas como Chihuahua, Aguascalientes, Querétaro y hasta Durango son muestra de una política bien dirigida. Centros limpios, ordenados, habitables y con espacios culturales insustituibles. ¿Acaso el Teatro Nazas o el Museo Arocena no lo son? La fealdad que arrastra el Centro, no es solamente un problema estético, sino un problema cívico que refleja nuestra cultura. ¡En horabuena por el inicio del rescate!.
5 de julio 2008
El Siglo de Torreón