viernes, 2 de octubre de 2009

Amhates



Por lo general es más fácil hacer la crítica, señalar lo que no funciona, exhibir las carencias, encontrar culpables. El entorno mexicano es abundante en ejemplos, casos y malestares donde la realidad es rebasada. Con facilidad sobresalimos negativamente en los indicadores internacionales cuando no en los locales. Llámese competitividad, educación, transparencia, corrupción y hasta violencia. De esta manera, el duro presente encarece las alternativas, mientras el futuro no es alentador. Entonces la salida nos lleva al pesimismo, al cinismo o la inquina. En el mejor de los casos el escepticismo se vuelve una opción. ¿Pero todo está perdido? ¿Debemos aceptar el fracaso del país y conformarnos, como escribe Enrique Serna, con las “finísimas” personas de la política? ¿Hasta aquí llegó la democracia?

Amatlán de los Reyes, un pequeño municipio de 38 mil habitantes en el Estado de Veracruz ofrece evidencia de que no puede ni debe quedarse así la realidad mexicana. Diversos grupos de ciudadanos organizados de ese municipio han encontrado vías de incidir para cambiar las cosas, corregir el rumbo, proponer nuevos caminos. Al igual que otras partes del país, los habitantes han sido testigos, pero también han padecido políticas estériles, gobiernos opacos, decisiones contrarias al desarrollo de la comunidad. Tal y como sucedió con el caso de la basura. Allá su alcalde decidió que instalaría un relleno sanitario para recibir la basura de otros siete municipios aledaños a Córdoba. Los vecinos protestaron, se quejaron con las autoridades, organizaron foros, a fin de evitar la instalación de basurero, pues argumentaron que el relleno contaminaría los mantos freáticos de los que se abastecen. Sin embargo, el gobierno no tomó en cuenta su opinión y continuó con el proyecto.

“Los veracruzanos de Amatlán de los Reyes, narra Marcela Turati en su excelente reportaje de Proceso (27-IX-09), no estaban dispuestos a que su municipio se convirtiera en basurero de otros siete. A ratos parecía que sus protestas no despeinaban al gobierno, pero de pronto se revirtió la historia. Fue cuestión de conseguir un papel oficial que demostró que el relleno sanitario en realidad dañaría al medio ambiente, y que las autoridades, con tal de construir su basurero, habían mentido. Y como dicen por ahí que información es poder, frenaron las obras. Un síndico amenazó con denunciarlos por «sustracción de documentos oficiales». Pero los amatecos no tuvieron que robar nada, sólo pedirlo por internet, y resultó que el papel no era secreto y que era más público que un baño de a tres pesos: resulta que invocando la Ley de Transparencia le pidieron al gobierno que les mostrara los permisos que tenía el tiradero para funcionar. Y se los dieron”.

El suceso de Amatlán ilustra cómo la sociedad organizada puede utilizar medios prácticos y establecidos para incidir en el rumbo de su comunidad. Al solicitar la información vía transparencia, los “Amhates” (así se autodenominó el grupo de vecinos, en su mayoría mujeres) obtuvieron el estudio ambiental donde se señaló el daño ambiental, pero al mismo tiempo exhibieron a su gobierno municipal, que con tal de instalar la inversión, no dudó en hacer informes falsos, sin importar siquiera el riesgo para las personas.

Turati señala que “un año antes ninguno de los Amhates usaba internet y menos sabía que desde 2003 en México funciona una ley que reconoce el derecho de todos a pedirle al gobierno información pública y obliga a los burócratas a proporcionarla. Ellos formaban parte de un experimento llamado IFAI-Comunidades, que enseñó a los desfavorecidos que tienen derecho a saber y que con la Ley de Transparencia pueden pedir la información existente”.

Los Amhates son un claro ejemplo de lo mucho que pueden lograr los ciudadanos organizados para su entorno inmediato. La salida fácil y común habría sido cerrar calles, hacer destrozos, recurrir a la violencia como medio de presión, o peor aún, no hacer nada, quedarse en la inmovilidad como tantos ciudadanos que no se perciben así mismos como corresponsables del cambio. Justamente hace unas semanas me refería en este mismo espacio a la urgencia de una revolución ciudadana capaz de generar como los Amhates, cambios impensables.

El gran ausente en la vida pública del país es el ciudadano porque no termina de aceptarse como tal, con derechos y obligaciones, porque como argumenta Fernando Escalante Gonzalbo, no deja de ser súbdito para asumirse ciudadano.

No obstante, hay pequeños grupos de mexicanos, organizaciones civiles, asociaciones, juntas de vecinos, amas de casa que forman redes de compromiso cívico para beneficio común. Esa aportación por más pequeña o insignificante que parezca, demuestra que se puede influir favorablemente, que poco a poco se puede recuperar la confianza e incluso construir un buen gobierno.