sábado, 20 de febrero de 2010

Ni por ética



La cultura política se refleja en sus prácticas, en los valores que la sociedad asume. Después de la transición, después de la tan desprestigiada alternancia, el cambió pareció centrarse en el voto, como si la elección misma transformara las prácticas, las reglas, las instituciones. En realidad pocos cambios se dieron. Uno de los más notables fue la ley de transparencia y acceso a la información. El avance fue sin precedentes, pero los logros y las prácticas en la cultura política son todavía imperceptibles. ¿Podemos decir que son muchas o pocas las casi 500 mil solicitudes que miles de ciudadanos han hecho a través de internet y físicamente en las dependencias? Plausibles sin duda las solicitudes, pero si tan sólo dimensionamos el número en la mitad de la población del país, poco más de 50 millones, la participación es a todas luces modesta, poco visible e insuficiente para revolucionar prácticas, para cambiar todavía la política.

Y en esto, es justamente cuando me pregunto al igual que muchos mexicanos : ¿Pueden cambiar las cosas? ¿Puede la política ser diferente, generar otros resultados? Aunque la respuesta real, dirán poderosos “real politik”, está más cerca del pesimismo, del escepticismo en el mejor de los casos, no podemos renunciar a generar condiciones para cambiar las prácticas. Al menos en la historia reciente podemos identificar esos pequeños grandes cambios que ahora asumimos sin darnos cuenta.

Si en el pasado, no muy lejano por cierto, los documentos públicos no eran públicos, ahora tenemos la oportunidad de solicitar y conocer directamente lo que sucede en el gobierno. No obstante, la información por sí misma no produce en automático rendición de cuentas, justicia o equidad. Es necesario el papel del ciudadano (agente de cambio insospechado) para darle contenido a las prácticas democráticas.
¿De qué han valido los puntuales, contundentes y precisos informes de la Auditoría Superior de la Federación si no es posible llamar a cuentas? Esta semana el órgano fiscalizador del Congreso, rindió su informe del ejercicio de la Cuenta Pública 2008. Entre otras cosas se encontraron irregularidades, desfalcos, dinero sin comprobar, desvíos, desaparición de documentos y una serie de prácticas “normales” en México.

Como otras veces, la Auditoría tiene el diagnóstico adecuado, pero las viejas prácticas tan vigentes como en el pasado, frenan la fiscalización, la rendición de cuentas. Por ejemplo, las denuncias presentadas por la Auditoría ante la Procuraduría General de la República, terminan siendo frenadas o desechadas. Así la PGR se ha ensañado inútilmente contra la ampliación derechos a minorías, en vez de proceder contra los evidentes desfalcos al patrimonio público. Esto significa según las cifras de la Auditoría, que el famoso “boquete fiscal” podría haber sido cubierto con un uso cuidadoso y eficiente del dinero público.

En otro ámbito, un grupo del partido sin brújula Acción Nacional, condenó la desobediencia de uno de sus diputados con apellido Clouthier, debido a sus diferencias con la cuestionada política de seguridad del Presidente Calderón. Al mismo tiempo, esa fracción, por no decir el partido, ignora la viveza del Secretario de Agricultura, Javier Mayorga, quien con una mano reparte el subsidio federal al campo, y con la otra lo recibe. Esto es visto y avalado por su partido como algo “normal”. Por el susodicho declaró seguro desde la Secretaría: “No creo que haya razón para renunciar a ello, aun éticamente”.

Aún así, me queda claro que los pocos o muchos cambios para transformar esta paupérrima realidad nacional, están en manos, no tanto de los políticos ni de los tlatoanis modernos, sino de los ciudadanos organizados que desde abajo así lo impulsen. Así lo exijan.