sábado, 17 de julio de 2010

Cambiar para no cambiar


Vuelvo sobre la alternancia y los diez años que este mes cumplió. ¿Qué tanto cambió el país, cuánto avanzó tras la llegada del panismo al poder? A inicios de semana en Reforma, Enrique Krauze planteaba con cierto optimismo el avance democrático tras la alternancia en el 2000. Para ello enumeró una serie de logros palpables que sería absurdo escatimar: “leyes e instituciones que merecen perdurar; elecciones presidenciales y legislativas limpias; división de poderes que ha limitado el tradicional poder de los presidentes; una Suprema Corte independiente; una Ley de Transparencia que ha limitado notablemente los casos de corrupción en el Gobierno Federal; plena libertad de expresión y una apreciable participación ciudadana en la vida pública”.

Sin embargo, a la distancia, el avance ha resultado profundamente insatisfactorio como lo constata nuevamente  la más reciente medición del Latinobarómetro: sólo 28% de los mexicanos está satisfecho con los resultados de la democracia (Informe, 2009). El PAN en su empeño de replicar al PRI, terminó “gobernado” igual o peor que en el pasado.  Se debilitó la presidencia, pero en cambio los gobernadores impulsaron con fuerza y muchos millones, el comportamiento del viejo régimen. 

A diez años, la figura de la autoridad también se ha deteriorado. Por ejemplo, el caso de la figura del Secretario de Gobernación resulta emblemático. La inestabilidad habida en Gobernación es ya equiparable a la del gobierno de Ernesto Zedillo. La salida ampliamente anunciada de Fernando Gómez Mont, abrió paso a Francisco Blake, que presentado en palabras del propio presidente Calderón, se “trata de un operador político leal, práctico y eficaz, cuyo perfil servirá también en la tarea de intensificar y dignificar la actividad política de mi Gobierno en esta segunda mitad de la Administración”.

Pero ¿cuál es esa idea de dignificación política de la que habla Calderón? Sin duda, la renuncia de Patricia Flores Elizondo, ex jefa de la Oficina de la Presidencia, ayuda a contestar esta pregunta. Flores Elizondo, quien su cercanía al poder le permitió repartir puestos públicos en beneficio familiar, supo plasmar el fracaso de alternancia (véase el apabullante número de Enfoque, 16 de mayo de 2010).
 
Resulta paradójico el sistema de premios y castigos con el que se dignifica la política. Por un lado el presidente Calderón agradeció el profesionalismo y la lealtad de Flores Elizondo, pero por otro le encarga a Gerardo Ruiz Mateos arreglar la Oficina: “La función del ingeniero Ruiz será coordinar a todas las áreas que integran la Oficina de la Presidencia. Le he instruido hacer una revisión puntual de la Oficina; rediseñar mecanismos que incrementen su eficacia y, en consecuencia, una reestructura indispensable de la misma para cumplir con sus objetivos en sus distintas facetas, tanto de comunicación, como de relaciones públicas, y seguimiento de los programas prioritarios de Gobierno” (Discurso, 14 de mayo de 2010).

A diferencia de otros ámbitos, en el caso de la política mexicana, las palabras de Calderón no son contradictorias, sino paradójicas, es decir: cambia para no cambiar. Por eso no resultaría incongruente premiar a Flores Elizondo con la embajada en Portugal. 
En realidad el “avance democrático” planteado por Krauze ha resulta menor e insuficiente porque al final la alternancia no logró ni intentó desmontar el viejo régimen. Otro historiador, Lorenzo Meyer ha expresado al respecto: el futuro es nuestro pasado. ¡Vaya forma de llegar al Bicentenario!