lunes, 20 de octubre de 2014

Fina persona


Con razón de sobra, nuestros políticos son el centro de las críticas, el repudio y hasta los males públicos. Ese discurso está bien aceptado en la opinión pública, de tal forma que cuestionarlo es inadmisible. En la avasallante lógica de la colectividad, los culpables son ellos y nadie más. Sin embargo, para decepción de ese pensamiento, los políticos no son los únicos actores en la vida pública, y no siempre, son los más decisivos. Tampoco, para desilusión de los críticos, son los únicos responsables de eso que llamamos política. Con desdén suele decirse que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Pero como bien apunta Antonio Navalón, tenemos los gobiernos que se nos parecen. Frecuentemente aquellos hombres que despreciamos hasta la ignominia, no vienen de fuera de la sociedad, sino provienen de la sociedad misma. Cuando señalamos a los diputados como representantes del desprestigio público, señalamos también a la representación de los ciudadanos de tal o cual distrito en país. Pero lejos de haber un ruptura entre unos y otros, como sugiere la crítica convertida en cliché, hay una cierta congruencia entre las prácticas políticas de ambos. No es solamente que el político al obtener el poder se transforme, sino que sus prácticas para bien o mal, reflejan un mismo piso compartido con los ciudadanos. De nadie más. A los nombres particulares, sean regidores, diputados o distinguidos gobernadores, lo que se corresponde son una serie de prácticas compartidas que se aceptan y se reproducen. No descubro nada nuevo, más bien trato de describir la correspondencia que hay entre políticos y ciudadanos. Más que hacer una distinción, habría que empezar por reconocer un piso común. La crítica más recurrente supone una separación de ambos. Unos, los ciudadanos, son puros. Otros, los políticos, son el mal. No obstante, cada vez que apuntamos de los hombres públicos sus vicios, errores o corruptelas, habría que dar un paso atrás para comprender, no las diferencias, sino la congruencia de las prácticas. De esa manera, encontramos cotidianamente similitudes que no deseamos ver, porque al final es más sencillo culpar a unos, que aceptar lo propio. Así, es más revelador de nuestra vida pública lo que hacen los ciudadanos, que los representantes públicos.
Recientemente, tras el huracán que afectó a Baja California, se evidenció en extremo el comportamiento de los ciudadanos. No de todos, pero sí de una significativa masa que se apoderó de las calles mientras el caos reinó en la ciudad. El paso de "Odile" causó graves daños, pero esa fuerza natural mostró que al no haber autoridad todo está permitido. En consecuencia se generalizaron los saqueos y la rapiña en los comercios. Pero no se trató solamente de "recolectar" alimentos o agua para la supervivencia, sino de ir por televisores, cerveza y hasta artículos navideños, como quien prepara con antelación las fiestas. Al mismo tiempo, en las colonias de Los Cabos, también se organizaron defesas contra los delincuentes que más tarde volvieron a saquear comercios. Bajo cierta variante, "Odile" también convocó a Fuente Ovejuna. Con el pretexto de la masa anónima saquear se volvió común. En un acto de congruencia, Joaquín Téllez Álamo, coordinador de Protección Civil en el municipio de Cabo San Lucas, salió del anonimato de la masa. Su domicilio se convirtió en bodega de motocicletas, refrigeradores, estufas, camas, bicicletas, aparatos electrodomésticos, y hasta muebles de salas. El hombre hizo su propia tienda departamental, según mostró la Procuraduría General de Justicia de Baja California, quien detuvo a la fina persona. Sólo falta que el ayuntamiento le otorgue un bono de productividad.
Pero dejemos las eventualidades climáticas, porque es en el día a día cuando los ciudadanos demuestran el contenido de la política. Más vale que no nos sorprendamos.


El Siglo de Torreón
1 de octubre 2014

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1042695.fina-persona.html