lunes, 12 de enero de 2015

El fiasco de las consultas

Se acabó el "Mexican moment". Los acontecimientos del país que van desde protestas hasta la desaparición de normalistas en Guerrero, seguido de un gobierno pasmado, son más una cadena de correspondencias, que hechos asilados. Tanto se insistió en el discurso reformista, que hasta una famosa revista entronizó a nuestro presidente como el "salvador" del país. Otra revista, otorgó al secretario de hacienda, el premio al "mejor ministro de finanzas del mundo". Según ese discurso, a México lo gobiernan los mejores. Pero si eso es cierto, ¿dónde nos encontramos ahora? Tras la batería de reformas, la lapidaria realidad se encargó de recordarnos dónde estamos, más allá del artificio gubernamental. De las reformas se espera mucho para "mover" a México. Pero todavía están la mayoría, por conocerse en acción. El turno ya tocó a la reforma política, en especial al mecanismo de consulta popular. ¿Cómo nos fue?
No hay duda del valor democrático de las consultas populares. El mejor ejemplo, y lo digo con envidia de la buena, es la consulta popular que llevó a los ciudadanos de Escocia, a plantear la separación del Reino Unido. Una pregunta muy sencilla sobre permanecer o separarse. Finalmente los escoceses reafirmaron su integración al Reino y con ello fortalecieron, a través de la consulta, la unidad. Al mismo tiempo, quedó claro por qué ese país es una democracia con una gran tradición liberal.
En México, el recientísimo mecanismo aprobado en la reforma política, resultó un fracaso porque ni siquiera las preguntas llegaron a la consulta. Por el contrario, la Suprema Corte revisó las preguntas del PRD sobre la reforma energética, del PAN sobre el salario mínimo, y del PRI con la popular propuesta de reducir legisladores. Ninguna a su juicio es procedente, por contraviene las reglas actuales y la constitución. Ninguna tampoco, alcanzó la "trascendencia nacional". Visto así, esa parte de la reforma política fue un fiasco que sirvió para recabar millones de firmas y tirarlas a la basura. Más grave aun, fue el simulacro de los partidos que alimentó el tema en los medios nacionales, pero al final, se quedó en una convocatoria estéril. ¿De qué sirvió la reforma y su flamante ley federal de consulta popular si no puede proceder a favor de los ciudadanos?
De acuerdo con la nueva ley, "la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno". Hasta ahí muy bien. El texto legal es una auténtica lección de liberalismo político. No así su aplicación, porque finalmente no llegó a nada. Quizá habría que agregar una nueva definición de la democracia mexicana, como el arte de perder el tiempo. Tanto alboroto por el salario mínimo, y tanta sensación por quitar diputados para finalmente anular las firmas para la consulta. Ni ganas quedaron ya de replantear la reforma energética. 
La inoperancia de la nueva ley no se debe a un error, sino a la inquina de la clase política. Medios de participación como la consulta, son una amenaza al monopolio de los partidos sobre la política. Pero no lo perdamos de vista, esa fallida parte de la reforma política, es reveladora de la disfuncionalidad de origen. ¿Cómo vendrán el resto de las reformas si los legisladores nos acaban de entregar un ley inoperante? Al paso que vamos, no me sorprendería mañana, que el llamado paquete de reformas, también resultó un fracaso que tendrá que ser "perfeccionado". ¡Vaya país!

5 de nov 2014
El Siglo