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lunes, 13 de febrero de 2012
Modelo de ciudad
¿Hacia dónde van las ciudades? ¿Dónde nos encontramos nosotros? En lo últimos 20 años Torreón creció hacia el oriente y el norte. La ciudad se densificó de manera extensiva. Con ello crecieron las distancias y los servicios públicos se encarecieron. Más que el estado, el rumbo de la ciudad lo marcaron las constructoras. También se encareció el transporte. Ese modelo de ciudad que ahora diríamos “el Torreón nuevo”, tiene en primer lugar al automóvil, en segundo al automóvil y en tercero al automóvil. Acaso en cuarto y quinto, a peatones y ciclistas. No hay más. Por lo mismo, las obras “necesarias” para ese modelo de ciudad son los puentes, las autopistas de varios carriles y la sincronización de los semáforos. Desde esa óptica, cuando alguna de esas obras falla, la ciudad no funciona. Ejemplo: se habla de un sin número de cruceros viales “tronados”. Pero la respuesta no es vialidades más anchas, sino opciones de transporte de alta densidad como el metrobús y las ciclovías.
No obstante, un buen indicador de la salud (o atrofia) de una ciudad lo tenemos en las banquetas. En el modelo actual las banquetas no son necesarias o parecen un estorbo. Basta con recorrer las zonas más nuevas de la ciudad para constatar que los ciudadanos se ven obligados a competir peligrosamente con los coches a falta de banquetas que los integre. La tendencia es la exclusión. Y conste que cuando hablamos de democracia, no hablamos solamente de votos y partidos.
Como población urbana, Torreón nació liberal desde su origen. La ciudad fue concebida como un proyecto empresarial, no había autoridades, y cuando al fin las hubo, éstas no tenían ni recursos ni capacidad para atender la creciente demanda urbana. El ingeniero Wulff trazó el plano de la futura ciudad en 1887, pero no había ahí plazas, ni alamedas. Sólo un conjunto cuadriculado, listo para el libre mercado. Con el tiempo la pequeña población se organizó; más con las aportaciones privadas y las instituciones espontáneas (para decirlo con Friedrich von Hayek), que con el gobierno y los recursos públicos. Eran tiempos tan escasos, que los primeros presidentes municipales ejercieron su cargo de manera honoraria.
Ante la necesidad de espacios de convivencia, se destinaron, ya sea por donación o bajo una venta simbólica, los terrenos que ahora ocupan la Alameda y la Plaza de Armas (antes “2 de abril”). Paulatinamente se construyó el primer cuadro (ahora llamado histórico) y fue hasta la década de los no tan maravillosos años veinte, cuando la ciudad vivió su primer esplendor estético. Pavimentación, alumbrado, construcción de monumentos y el primer bulevar de la ciudad en la avenida Morelos. No voy abundar en detalles, pero me centro en uno: las banquetas. Torreón todavía conserva espléndidas banquetas en el centro primitivo, algunas tienen la huella de la Willite Company. Esa ciudad que fue ejemplo y orgullo del porfiriato, guardó un lugar privilegiado para los ciudadanos al integrar amplias banquetas. Ahora sencillamente no existen o en el mejor de los casos, fueron achicadas tacañamente. ¡Un tercio de aquéllas!
¿En qué momento nos extraviamos? Muchas veces, los peatones caminan en el pavimento, no tanto por gusto, sino por la miseria de nuestras banquetas. El modelo no deja opciones. Pero sí, como afirma Enrique Peñalosa, una ciudad enferma.
En Torreón como en otras ciudades mexicanas, abundan los muros, los espacios de exclusión, la prioridad de los presupuestos públicos para una minoría de personas con auto. En el mediano plazo, el Fondo Metropolitano ya obliga a integrar alternativas más democráticas para las ciudades. Pero esa lucha por la equidad no es evidente. A propósito, Andrés Lajous escribió: “No es obvio que el gasto en infraestructura para bicicletas sea la mejor forma de gastar el dinero público”. ¡Y vaya que los es! No dudo que en el mediano plazo más banquetas y ciclovías puedan incluir a esos ciudadanos de cuarta y de quinta.
12 de febrero 2012
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9111235
lunes, 7 de noviembre de 2011
Un mundo de 7 mil millones
Confieso que es difícil asimilar la cifra, pero somos un mundo de 7 mil millones de habitantes, y quién sabe si dentro de 50 años llegaremos a los 10 mil millones. El gran empuje demográfico lo tomamos en 1950 y a la fecha la tendencia es “ligeramente” creciente. China e India son enormes motores. África también se apunta. Sin embargo, hace unos dos mil años, la población mundial era de unos 300 millones de personas. Tuvieron que pasar 1600 años para que la población se duplicara. ¡De ese tamaño eran los cambios!
Los datos los pueden encontrar en el informe de la ONU, Estado de la población mundial 2011. A raíz de la lectura que hice del documento, volví a ver la película dirigida por Alfonso Cuarón, Niños del hombre (2006), donde se incluye un perturbador documental. Retomo la historia: es 2027 y el mundo perdió la fertilidad. El hombre más joven de la tierra, con 18 años, acaba de ser asesinado en Buenos Aires y la noticia conmociona por todos lados. En vez de crecimiento, la humanidad vive un largo periodo de infertilidad.
El filme es una antiutopía inquietante, pero no lo son menos las utopías descritas por Platón, Moro, Fourier o Marx. En el siglo pasado Aldous Huxley y George Orwell imaginaron sociedades terribles. Para el primero la tecnología significó el camino de un mundo feliz; para el segundo, la tecnología conduce a un nuevo orden totalitario.
Nunca han faltado alternativas a los problemas inherentes del crecimiento demográfico. Ante la crisis que vivía Irlanda en 1729, Jonathan Swift hizo una “Modesta proposición” para resolver el problema del hambre y la pobreza. Su propuesta es una cruel e irónica distopía. Hoy, cualquier distraído lector podría terminar indignado con esa lectura.
Ortega y Gasset veía con desconfianza el imparable fenómeno de las masas en el siglo XX. “Es lo mostrenco social”, escribió con cierto espanto en uno de sus más célebres ensayos. Para el filósofo español “asistimos al triunfo de la hiperdemocracia”. Actualizando esta idea, Slavo Zizek considera que la tiranía del siglo XXI se llama democracia. Según este filósofo pop, tenemos una versión “descafeinada” de los viejos principios democráticos. Polémica para otra discusión.
Por su parte, Elias Canetti, quien escribió un catálogo sobre las masas, nos dice que su origen es tan enigmático como universal: “Hay una compulsión de crecer”. Aunque el informe de la ONU prefiere, en palabras de Babatunde Osotimehin, no concentrarse en preguntas dramáticas, como “¿Cuánta gente puede sostener nuestra Tierra?”, tenemos una serie de datos y tendencias innegables: altos niveles de desigualdad; modelos económicos poco sustentables; una mayor expectativa de vida frente al problema de las pensiones; migraciones; el diseño de las ciudades; la explotación de los recursos naturales e incluso, el llamado cambio climático.
Hay un dato notable: los jóvenes menores de 25 años de edad representan un 43% de la población mundial. En buena medida, ese segmento está llamado a definir el siglo XXI. Aunque nunca se sabe en qué acabará todo esto, ahora pienso en las palabras de Lévi-Strauss: “El mundo empezó sin el hombre y terminará sin él”.
6 de noviembre 2011
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9056963
Los datos los pueden encontrar en el informe de la ONU, Estado de la población mundial 2011. A raíz de la lectura que hice del documento, volví a ver la película dirigida por Alfonso Cuarón, Niños del hombre (2006), donde se incluye un perturbador documental. Retomo la historia: es 2027 y el mundo perdió la fertilidad. El hombre más joven de la tierra, con 18 años, acaba de ser asesinado en Buenos Aires y la noticia conmociona por todos lados. En vez de crecimiento, la humanidad vive un largo periodo de infertilidad.
El filme es una antiutopía inquietante, pero no lo son menos las utopías descritas por Platón, Moro, Fourier o Marx. En el siglo pasado Aldous Huxley y George Orwell imaginaron sociedades terribles. Para el primero la tecnología significó el camino de un mundo feliz; para el segundo, la tecnología conduce a un nuevo orden totalitario.
Nunca han faltado alternativas a los problemas inherentes del crecimiento demográfico. Ante la crisis que vivía Irlanda en 1729, Jonathan Swift hizo una “Modesta proposición” para resolver el problema del hambre y la pobreza. Su propuesta es una cruel e irónica distopía. Hoy, cualquier distraído lector podría terminar indignado con esa lectura.
Ortega y Gasset veía con desconfianza el imparable fenómeno de las masas en el siglo XX. “Es lo mostrenco social”, escribió con cierto espanto en uno de sus más célebres ensayos. Para el filósofo español “asistimos al triunfo de la hiperdemocracia”. Actualizando esta idea, Slavo Zizek considera que la tiranía del siglo XXI se llama democracia. Según este filósofo pop, tenemos una versión “descafeinada” de los viejos principios democráticos. Polémica para otra discusión.
Por su parte, Elias Canetti, quien escribió un catálogo sobre las masas, nos dice que su origen es tan enigmático como universal: “Hay una compulsión de crecer”. Aunque el informe de la ONU prefiere, en palabras de Babatunde Osotimehin, no concentrarse en preguntas dramáticas, como “¿Cuánta gente puede sostener nuestra Tierra?”, tenemos una serie de datos y tendencias innegables: altos niveles de desigualdad; modelos económicos poco sustentables; una mayor expectativa de vida frente al problema de las pensiones; migraciones; el diseño de las ciudades; la explotación de los recursos naturales e incluso, el llamado cambio climático.
Hay un dato notable: los jóvenes menores de 25 años de edad representan un 43% de la población mundial. En buena medida, ese segmento está llamado a definir el siglo XXI. Aunque nunca se sabe en qué acabará todo esto, ahora pienso en las palabras de Lévi-Strauss: “El mundo empezó sin el hombre y terminará sin él”.
6 de noviembre 2011
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9056963
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