En
años recientes, la arquitectura que florece en Torreón son las gasolineras,
además de una serie de cadenas comerciales con el número siete. Por aquí y por
allá, en cualquier rincón siempre aparece una gasolinera. No importan que una
esté enfrente de otra, o a un lado. Olvídense también de la lógica económica o
el sentido de competencia. Lo que importa es construir una. ¡Qué viva la
reforma energética! Pero lejos de pensar en las gasolineras como un signo de
desarrollo (habrá quien sí lo considere), no veo cómo la multiplicación de las
estaciones aporta a la ciudad. Me explico: en el modelo actual de ciudad, donde
se privilegia el uso del automóvil por sobre todas las cosas, las gasolineras
son casi un derecho.
Por lo tanto, su presencia no sólo es justificada, sino
indiscriminada. Al mismo tiempo, quienes transitan en carro, son una minoría no
sólo en Torreón, sino en el país, con todo y que en los últimos veinte años el
número de vehículos automotores creció tres veces hasta alcanzar 35 millones. Todavía
lejos de representar a los 117 millones de mexicanos. En otras palabras, la
mayoría de los mexicanos no se mueve en automóvil, pero casi toda la inversión
pública va destinada a la minoría que sí se mueve en automóvil: puentes,
segundos pisos, bulevares, desniveles, pavimentación y más pavimentación…
No
obstante las condiciones de movilidad, la visión dominante privilegia el desarrollo de unos, en detrimento de
muchos. Tan lejos vamos del desfile, que por primera vez el gobierno federal,
incluyó en el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, las palabras “peatones” y
“bicicletas”.
Regreso
al punto: una ciudad no es mejor en su nivel de vida por el número de
gasolineras y automotores en las calles, sino por su capacidad de integrar a los
ciudadanos a un sistema más equitativo y eficiente de movilidad urbana. De esa
manera, no admiramos a las mejores ciudades por sus gasolineras, y mucho menos admiramos
una inmensa fila de autos, sino la capacidad para integrar con humanidad sus
espacios.
Veamos
algunos datos. En Torreón, el padrón de vehículos automotores registrados por
el INEGI hasta 2012, fue de 150 mil 814, sin contar “Onapaffas” y “copropafas”
(el chiste se cuenta solo). Aun así, sólo representan el 23% de la población de
la ciudad. Sin embargo, la mayoría de las inversiones públicas que se han hecho
y se harán van destinas a esa minoría. ¿Y el resto de la población? El metrobús
todavía es un proyecto, y ni que decir de las ciclovías o los cruces peatonales
seguros. En el atroz modelo de ciudad, la visión necesaria es del automóvil. Si
los ciclistas son un estorbo, los peatones ni siquiera existen. Abundan las
baquetas destrozadas, pero en los nuevos desarrollos urbanos de la ciudad, las
banquetas ¡ni siquiera existen!
De
ahí mi argumento. Una ciudad como Torreón no necesita de más gasolineras para
ser competitiva, sino un sistema incluyente de movilidad, donde todos aquellos
que no se mueven en vehículos reciban la mejor inversión. Tan mal se han hecho
las cosas en la ciudad, que actualmente hay altas probabilidades de morir como
peatón. Refiero una serie de datos del INEGI entre los años 2000 y 2012. En
Torreón 6 de cada 10 muertes asociadas al transporte, son de peatones, mientras
que 3 de cada 10, son automovilistas. Y a pesar de la mala prensa, sólo 3 de
cada 100 accidentes mortales están relacionados a los ciclistas.
Cual
fue mi sorpresa que al estudiar los datos, encontré una terrible correlación
entre las muertes de automovilistas y peatones. Dicho de otra manera, cada vez
que hay un accidente vehicular, tenemos una probabilidad alta de peatones
muertos. ¿En verdad es la ciudad que queremos?
Esas
muertes serían evitables si en los próximos años el gobierno invirtiera el dinero
público en un sentido radicalmente distinto: No para autos, sí para las
personas. La fórmula parece obvia, pero no lo es, sobre todo, cuando los
puentes y bulevares lucen por encima de amplias banquetas y ciclovías. En toda
esta historia de distorsión urbana, nos urge una modelo de ciudad que cuide y
proteja la vida humana. Quizá sea mucho pedir.
19 de marzo 2014
El Siglo de Torreón