miércoles, 12 de agosto de 2015

Porfirio


Es impresionante que de Oaxaca salieran dos de los hombres más influyentes del XIX en México: Benito Juárez y Porfirio Díaz. Ambos combatieron por el país y llevaron la construcción del Estado moderno. También ambos se disputaron el poder y a la larga, fue Díaz, ya como presidente quien levantó los altares eternos a Juárez. El pasado 2 de julio se cumplieron cien años de la muerte de Díaz, quien murió en Francia en 1915. A primera vista, el suceso despierta polémica y discusión acerca del legado de Díaz. Estoy seguro que no faltará quien se desagarre las vestiduras por siquiera pronunciar su nombre. Pero el terreno de la historia, al menos en el campo profesional, no se trata de escribir historia como quien prende hogueras para quemar villanos. Por lo mismo, cada vez más, se ha revalorado el porfiriato en México desde diversos ámbitos.
Antes del porfiriato, México vivió un largo y turbulento período durante el siglo XIX. Entre guerras internas, disputas políticas, invasiones extranjeras de Francia y Estados Unidos, por fin el país pudo rehacerse hacia el último tercio de ese siglo. En buena medida, la consolidación del Estado moderno fue obra de Porfirio Díaz. Se logró la paz (hoy diríamos seguridad), y hasta hubo un importante crecimiento económico. Se instaló de lleno la revolución industrial con sus avances. El Estado tomó forma y se restablecieron relaciones con los potencias. Ya no era la guerra, sino la inversión, la diplomacia y el intercambio económico. Al mismo tiempo, el ferrocarril se convirtió en el emblema del porfiriato. Unió al país no sólo económicamente, sino políticamente. Por primera vez tuvimos unidad como nación. Es innegable la aportación al desarrollo del país, como también es innegable la condición de dictadura, pero sobre todo, la desigualdad, que hasta la fecha tiene a la mitad de la población sumida en la pobreza.
Díaz fue el dictador y el hombre obsesionado con el poder. Pero también Díaz fue el constructor del Estado moderno y el hombre que unió al país a través del ferrocarril. Díaz fue el gobernante de mano dura que sofocó a sus críticos y oponentes. Pero al mismo tiempo, fue el presidente que dio paz y estabilidad al país después de un convulso siglo XIX. Díaz fue el exitoso combatiente de la invasión francesa y después como presidente, supo equilibrar el poderío de Estados Unidos, con las potencias europeas como Inglaterra, Francia y Alemania.
Sin embargo, no supo ni quiso retirase del poder y sobrevino la revolución con sus fatales consecuencias. A cien de años de su muerte, es oportuno revalorar el papel de Díaz en el desarrollo del país. Por cierto, a diferencia de tantos presidentes, don Porfirio no se enriqueció. A la distancia, un excombatiente francés de los tiempos de Maximiliano en México, Gustave Niox, le ofreció la espada con que Napoleón Bonaparte triunfó en Austerliz. De ese tamaño fue el reconocimiento hacia el expresidente en su exilio. Pese a estar enfrentados en el pasado, allá no les impidió reconocer la grandeza del viejo gobernante.
Para el caso, ayuda más conocer la historia en su riqueza y complejidad, en sus contradicciones y sentidos, que pretender una visión simplista e ingenua del pasado. Desde hace años algunos se han propuesto traer los restos de Díaz a México, pero mejor dejemos en paz a los muertos. En cambio, atendamos la memoria, y sobre todo, los problemas del presente. Es fecha que no tenemos un Estado para el buen servicio de los ciudadanos. Lo que sobra hoy, es un Estado para servicio de la oligarquía partidista. No hay más.
12 de agosto 2015