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Aunque la sociedad moderna promueve la universidad, la ciencia y el conocimiento, otros principios más fuertes suelen dominarla. La verdad no siempre es suficiente. Edgar Morin nos insiste una y otra vez que somos “homo sapiens”, pero no por eso dejamos de ser “homo” (es decir, animales). A pesar de la crítica demoledora al psicoanálisis, Freud no se equivocó al suponer que la sociedad se mueve entre Eros y Thanatos.
¿A qué viene todo esto? Hace unos días, una historia de amor trascendió las fronteras de lo privado a lo público. En medio, la terrible tragedia de tres jóvenes que fueron linchados por una turba en Huitzilzingo, Chalco. Cuando la verdad no basta, la opinión, el rumor o la especulación completan las explicaciones. No se diga más. El rumor de que los jóvenes José Manuel Mendoza, Raúl Aboytes y Luis Alberto Cárdenas eran criminales, alimentó una peculiar justicia: “¡mátenlos, son secuestradores!”. La multitud los golpeó y finalmente fueron quemados.
En algún sentido, el drama nos recuerda al Fuenteovejuna de Lope de Vega: ¿Quién mató a los “secuestradores”? Todo el pueblo, Señor… La policía local no pudo controlar a los más de 300 pobladores que tomaron la justicia en sus manos. El acto quedó consumado tras la “verdad” popular. Una fuente periodística rescata la visión del linchamiento: “Eran secuestradores, la autoridad no hace nada y por eso la gente se unió, porque estamos hartos: cómo es posible que haya 23 detenidos si los que deberían estar en la cárcel son los delincuentes”, expresa una mujer que al hablar manotea y alza la voz.
La Procuraduría del Estado de México aprehendió a una veintena de responsables acusados de asesinato y esclareció que los jóvenes no eran criminales y muchos menos secuestradores. La verdad había llegado muy tarde.
19 de febrero 2012
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9115442