martes, 7 de febrero de 2012

El Estado laico y sus (mal)querientes

Conviene leer por estos días de protestas y rechazo a la reforma del artículo 24 constitucional, El estado laico y sus malquerientes de Carlos Monsiváis. En la historia, política y religión suelen llevar relaciones tortuosas. Otras, se funden y se confunden. Al respecto, todavía sobreviven estados teocráticos, algunos muy populares.
La reforma al artículo 24 la aprobaron la mayoría de los diputados, ahora toca el turno al senado. Pero hay quienes han visto en esa reforma una amenaza al Estado laico. 



Asociaciones civiles y religiosas, reconocidos académicos y figuras públicas se han sumado a las protestas, por considerar que se atenta contra el principio de laicidad. Incluso argumentan que se favorece exclusivamente a la iglesia católica en detrimento de otras religiones. De esa manera, en diferentes ciudades del país se han replicado las manifestaciones.

¿Pero realmente es así? ¿Qué dice el artículo original y qué dice ahora? Si comparamos los artículos, veremos que no hay gran diferencia entre el texto original de la Constitución de 1917 y la reforma actual. Lo que prevé la reforma es legalizar lo que de facto ya se practica (como las expresiones públicas con motivos religiosos). Hasta ahí nada que amenace remotamente el sacrosanto Estado laico. El espíritu liberal de la carta magna se mantiene. En ningún párrafo se da preferencia a una religión sobre otra.
Muy diferente la histórica Constitución de 1824. ¡Esa sí que fundía el estado con la religión! Aquella Constitución no sólo prefería una sola religión, sino prohibía cualquier competencia contra el monopolio católico. Cito textualmente: 



“La religión de la nación es la Católica Apostólica y Romana, es protegida por las leyes y se prohíbe cualquier otra”.

El extremo lo tuvimos en el siguiente siglo, cuando el gobierno de Plutarco Elías Calles impulsó reformas anticlericales. Cerró iglesias y se confrontó con el clero, en respuesta un sector de católicos se levantó en armas y el gobierno contestó la guerra. La Cristiada empezó hacia 1926 y se terminó oficialmente en 1929, aunque las vejaciones del estado no concluyeron ahí. Si bien ya no fue con las armas, el conflicto se volvió político por las restricciones del estado a las autoridades católicas e incluso a las iglesias cristianas. La tolerancia vino finalmente hasta al periodo del presidente Manuel Ávila Camacho. Entonces ya habían quedado las marcas.


En Torreón la Cristiada no se dio con las armas, pero sí llegó a suscitar otros grados de violencia. En 1926 el gobernador de Coahuila, Manuel Pérez Treviño alentó acciones anticlericales. Se expulsaron sacerdotes, el culto se suspendió y las misas se celebraron con discreción en las casas de los fieles. Para agosto de ese año hubo una manifestación de católicos, se habla de unos 800 en contra del gobierno por restringir el culto, no solamente católico, también se actuó contra las iglesias cristianas en la ciudad. El presidente municipal Nazario Ortiz Garza ordenó a la policía romper la manifestación con una bomba de agua. Eso dispersó a los manifestantes y luego los enardeció. El jefe de la policía casi pierde la vida, y nada más a balazos se controló a la turba. Hubo dos muertos y varios heridos. Tras el choque, la casa de Ortiz Garza fue resguarda por policías ante el temor de un asalto. Ese fue un caso, pero el conflicto de baja intensidad continuó hasta los años treinta.

A pesar de la difícil historia, el México contemporáneo ha ganado en tolerancia y sobre todo, en un sólido estado laico. Sin duda, la amenaza está en otra parte.



5 de febrero 2012
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9107429