Fui a la presentación del nuevo libro que nos entregó el maestro Saúl Rosales: Don Quijote, periodistas y comunicadores (Amanuense editorial, 2012, 161 páginas). Como en otras ocasiones, el autor nos comparte una lectura imprescindible en la formación de cualquier escritor, y para acabar pronto, en la formación de todo buen lector. A riesgo de equivocarme, en Torreón hay dos grandes apasionados y eruditos en la obra de Cervantes. Uno, por supuesto, es el escritor Saúl Rosales, quien en 2010 ya había publicado Un año con el Quijote. Otro, el político panista Juan Antonio García Villa, quien además cuenta con una edición invaluable y extraordinaria de Don Quijote. Ambos han dedicado durante años, lectura, pasión y escritura sobre la obra de Cervantes. De ambos cervantistas agradezco su generosa amistad y el apreciable arte de la conversación.
Desde el título de su libro, Rosales Carrillo entusiasma con la mejor experiencia de quien por tantos años ejerciera el periodismo. Por lo mismo, su visión del Quijote para periodistas y comunicadores resalta el idealismo humanista en la obra de cervantina. Ese humanismo es el que inspira a Saúl para guiar a los “menesterosos” que ejercen diariamente el ingrato oficio de periodistas y comunicadores en los medios. Por el efecto social de su trabajo, nos dice el autor, a ninguno le calza tan bien el traje de Don Quijote como a los periodistas. La insistencia del autor en el idealismo, me hizo recordar la prosa poética de León Felipe, cuando distingue la verdad entre el poeta y el filósofo:
“Para encontrar la verdad hay que reventar el cerebro, hay que hacerlo explotar. La verdad está más allá de la caja de música y del gran fichero filosófico. Cuando sentimos que se rompe el cerebro y se quiebra en grito el salmo en la garganta, comenzamos a comprender. Un día averiguamos que en nuestra casa no hay ventanas. Entonces abrimos un gran boquete en la pared y nos escapamos a buscar la luz desnudos, locos y mudos, sin discurso y sin canción”.
Con toda su vena de periodista, Rosales Carillo hace una lectura del Quijote aplicable al periodismo. Pero hay que advertir que no se refiere a cualquier periodista, sino el empeñado, como un extraño, en los ideales. Porque “Don Quijote es también el Caballero del Bien. A Don Quijote no le gustan la desigualdad ni el abuso de los poderosos”. Con un ferviente idealismo el autor nos dice: “Hemos querido resaltar este fermento de su conducta porque nos parece esencialmente un valor deseable en este mundo que se va erigiendo cada vez más en un contrastante espacio de la prepotencia y la arbitrariedad”.
No pienso en el idealismo para la práctica del periodismo, menos aún, en los tiempos donde la violencia se impone en las calles. Pero sin duda, todavía hay algo en el oficio del periodismo que llama a la crítica inteligente y a la inconformidad con estado de cosas.
Para Sául Rosales, maestro de destacados escritores, “el periodista es, por la práctica de su oficio, un idealista empeñado en componer el mundo, en corregir sus injusticias, en enderezar tuertos”. Tuerto o no, la lectura de este libro me ha llevado nuevamente a releer Don Quijote.
1 de julio 2012
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