domingo, 15 de julio de 2012

La bola de cristal



Como nunca las encuestas jugaron un papel decisivo en la elección presidencial. Incluso, por primera vez un medio de comunicación estrenó un tracking diario para conocer las tendencias. Pero también como nunca las encuestas nacionales dejaron un mal sabor de boca. No sólo por el manejo propagandístico, sino por la distancia abismal con respecto al resultado de las elecciones. Desde el punto de vista técnico fueron un fracaso. Desde el punto de vista político fueron un éxito como propaganda. Al final, en vez de dar prestigio a los encuestadores, sólo generaron recelo entre los ciudadanos, y con justa razón, desconfianza.

Si bien hubo estudios que se salvaron por manejar rangos de registro razonables como Demotecnia de María de las Heras, Ipsos-Bimsa, Votia y Berumen. Otras fueron notablemente desproporcionadas: Gea-ISA (Milenio), Mito-fsky (Radio Fórmula), Parametría (OEM), Buen Día y Laredo (El Universal), Reforma, BGC (Excélsior) y Arcop.

Pero vayamos por partes. Las encuestas no son la bola de cristal que nos permiten adelantar el futuro. Sí son instrumentos de medición para conocer la opinión pública. Su método está basado en el error, el azar, la probabilidad, la estadística y los modelos matemáticos. No es poca cosa. Miden tendencias, relaciones y opiniones en contextos dinámicos. Cuando aciertan muchos las aplauden.

Cuando fallan, son objeto de crítica. Lo cierto es que no hay político profesional que se de el lujo de prescindir de las encuestas. Pero de eso a pensar que las encuestas ganan campañas, es tanto como confundir los medios con los fines. Por lo mismo, es inaceptable el manejo propagandístico. Aún así, no falta quien se preste. El pobre de Roy Campos, que por lo general entrega estudios serios, de plano falló. Ya no sabía cómo explicar las diferencias.

Al igual que Francisco Abundis de Parametría, se consolaron con afirmar que las encuestas de salida sí fueron certeras. Y en efecto, fueron precisas, salvo GEA que nuevamente volvió a fallar. Uno de los pocos que sí reconoció las fallas, fue Ciro Gómez Leyva: “No hay justificación que valga”. Con autocrítica asumió la responsabilidad y ofreció disculpas.

No es la primera que suceden diferencias abismales, ni tampoco será la primera vez en que los encuestadores se presten a manipular números. Lo he constatado personalmente en diversas ocasiones. Hace un par de años documenté cómo un conocido periódico local inventó encuestas y pensó ingenuamente que podía influir en los votantes.

En las pasadas elecciones no se evitó la misma tentación. A varios candidatos del PRI para diputados y senadores en Coahuila se les vendió la idea de que iban ganado hasta por ¡14 puntos! Incluso publicaron las encuestas de Mito-fsky en tono triunfalista.

Muy tarde se dieron cuenta de que fueron engañados por su mismo partido. Ahí se rompió un regla básica de las campañas: ante todo el candidato debe de recibir información útil, veraz y confiable. En una contienda electoral es mejor la verdad, que una mentira tranquilizadora.

Vale entonces subrayar el papel del encuestador: proveer de información verificable, útil y confiable. La propaganda debe hacerse desde otro lugar, pero no en las encuestas. El costo, como lo vivimos en la pasada elección, es alto. ¡Pero sin duda que hay sinvergüenzas!


15 de julio 2012
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9153177