martes, 1 de enero de 2013

Memoria y tolerancia




Entre los museos que visité este año, verdaderamente me sorprendió el Museo de la memoria y tolerancia, frente al hemiciclo a Juárez, en la ciudad de México. No está demás decir, que este museo tuvo un primer inicio en un par de cuartos de la casa particular de Sharon Zaga, donde narraba el holocausto a estudiantes. Fue ahí, que compartió junto con otra joven, Emily Cohen, el gran proyecto de hacer el museo que hoy podemos visitar.

Para empezar, el edificio es espléndido, una pieza arquitectónica notable a cargo del despacho +RDT Arquitectos. Los espacios, la iluminación, los muros de vidrio y las distintas atmósferas del edificio, ofrecen al visitante una auténtica experiencia para los sentidos. Recorrer el museo conjuga dos experiencias a su vez, la obra arquitectónica y el discurso museográfico.

Quizás se pregunten, ¿qué sentido tienen ir a un museo sobre la tolerancia y la memoria? Pero realmente, para la condición humana nunca es suficiente advertir y recordar sobre lo atroz que somos contra nosotros mismos. El siglo XX fue pródigo en guerras, masacres y exterminios. Hasta un palabra (genocidio), tuvimos que inventar para nombrar esos males. En los anales de la historia mundial, el genocidio contra los armenios en 1915 marcó una reincidencia a lo largo del siglo contra grupos, minorías y etnias completas. La misión del museo es “difundir la importancia de la tolerancia y la diversidad. Crear conciencia a través de la memoria histórica, particularmente a partir de los genocidios y otros crímenes. Alertar sobre el peligro de la indiferencia, la discriminación y la violencia para crear responsabilidad, respeto y conciencia en cada individuo”.

El discurso museográfico es impresionante, aunado a la fuerza y los diversos recursos empleados para emitir el mensaje de la memoria. A lo largo de las salas dedicadas al holocausto, pero también a los genocidios en ex Yugoslavia, Ruanda, Guatemala, Camboya y Darfur, el visitante no puede menos que conmocionarse, y a partir de ahí, reflexionar. Es lo que Nietzsche llamó: filosofar a martillazos.
Visité el museo un sábado por la tarde. Para mi sorpresa, tuve que hacer fila para entrar, pero vi una gran cantidad de familias, y sobre todo, niños. Este museo es fundamental para los adultos, pero más para los niños y jóvenes. La historia no se trata de memorizar fechas, sino de pensar sobre los sucesos del pasado, y lo que hacemos para el futuro. Por lo mismo, la otra parte del museo está dedicada a la tolerancia, el diálogo, los derechos humanos, la convivencia.

Salgo del Museo de la memoria y tolerancia sacudido, no obstante de conocer previamente la historia de varios genocidios. Sin duda, una función del museo es mover a los visitantes. En algunos, nos impacta la belleza, pero en otros, como es el caso de este museo promovido pacientemente por Sharon Zaga y Emily Cohen, nos obligan a confrontar el pasado, a fin de prevenir un peligro siempre latente en el presente.

30 de diciembre 2012
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9168375