Lo
duro y lo tupido. En medio de una crisis, el país recibe además los embates del
presidente norteamericano, Donald Trump. A unos días de haber tomado posesión
en el cargo, no deja de atacar, insultar y provocar conflictos de todas
magnitudes. Tanto así, que de manera inusual, el expresidente Barack Obama, ya
rompió el silencio para apoyar las protestas contra la discriminación de los
inmigrantes de países musulmanes: "Están en juego los valores
americanos". Paradójicamente, en Estados Unidos, emergió con la
presidencia de Trump, la otra cara de la moneda. Intolerancia, discriminación,
racismo. Aunque el mundo ha cambiado, siempre hay un parte que se niega a
morir. Trump aparece así como el líder de una democracia en decadencia, y actúa
en consecuencia.
Mientras
tanto, el Commander in tweet, no suelta
el Twitter ni la pluma para cambiar el viejo estado de cosas. Un día deroga
acuerdos; insultos; otro día corre a la fiscal general del Departamento de
Justicia por contradecir sus decisiones; insultos; otro más fustiga a México
con el muro; insultos; y mucho más eso en la primera semana. ¿Qué nos espera en
las siguientes?
Como
política exterior, agarró convenientemente a México para “demostrar” el regreso
de los Estados Unidos. El muro, la factible derogación del Tratado de Libre
Comercio, y la propuesta de aranceles, hasta del 20% a las exportaciones
mexicanas, son algunos temas de la semana. En ese pequeño lapso, ya quedó claro
que no nos va a soltar, porque somos un pequeño e inofensivo vecino. Para
efectos del temor, escogió un rival fácil y modesto. Curiosamente con China no
empezó los pleitos. Después de todo, Trump es bravucón, bully, pero no tonto. Por
lo mismo, el bullying con México, apenas empieza.
El
presidente Enrique Peña Nieto, reaccionó tarde y mal, no obstante, el daño ya
estaba hecho. Aunque ahora algunos llaman a la “unidad nacional”, resulta
estéril que lo convoque una autoridad con el 12% de aprobación. Es necesario
ante todo, un actor serio y de confianza para que tenga sentido la “unidad”. Hacen
faltan voces con liderazgo y credibilidad, valores que rara vez en las últimas
dos décadas, reúne el presidente de la República. Por lo mismo, ahora más que
nunca se notó la ausencia de autoridad y gobierno. En medio del asedio y la
incertidumbre, el empresario Carlos Slim anunció rueda de prensa. No faltaron
las especulaciones de que se presentaría como candidato a la presidencia de la
República en 2018. ¿Quién más, sino un personaje del tamaño de Slim para
enfrentar el reto frente al vecino? Como en otras ocasiones, recalcó su
posición: soy empresario.
De
puño y letra, Slim apareció con unos apuntes a la mano. Sereno y pausado,
expresó su posiciones frente a los cambios inminentes. Fue sutil con las
críticas, pero bastante claro. A propósito del absurdo constituyente en la
ciudad de México, comentó: “Nos sigue pasando, pensamos que con constituciones
resolvemos los problemas”. Alejado de estridencias, su conferencia, poco más de
cuarenta minutos, parecía un clase de historia económica. Habló de paradigmas,
en las sociedades agrícolas e industriales, señaló la nostalgia estéril, de
quienes aspiran “un regreso al pasado”. ¿Se acuerdan del lema de la campaña de
Trump? Make America great again. Irremediable signo de decadencia cuando la
referencia es el pasado.
Así
como Slim reconoció en Trump a un gran negociador, también advirtió sobre
paradigmas relevantes que ahora resultan confrontados por el mandatario
estadounidense, como la pluralidad, la libertad, los derechos humanos, la
globalización, el medio ambiente. “El que cierre la economía es un alto riesgo
para Estados Unidos”.
Bien
dicen que la mejor política exterior, es la política interior. De esa manera el
empresario volvió a enumerar una serie de tareas que ya sabemos, pero acaso,
hemos dado por sentadas. “El desarrollo de la economía interna, que es más
relevante que la externa”. Para Slim, la mejor barda, en referencia al muro,
son las inversiones, la actividad económica y oportunidades de empleo.
Aunque
no propuso regresar al “desarrollo estabilizador”, si refirió la grandeza de
Antonio Ortiz Mena, el mejor secretario de hacienda en México durante el siglo
XX. Y por cierto, no era economista, sino abogado. Qué perdidos estamos ahora
con los doctores en hacienda.
Sobre
el gobierno enumeró puntos ineludibles: corrupción, transparencia, bajar el
gasto corriente, eficientar el gasto público, es decir, todo lo contrario a
loque ahora tenemos. Sin caer en un
fácil optimismo, la palabras de Slim ayudaron en un momento de extravío y
crisis. Como me dijo un sabio amigo: le bajó dos rayas al tigre.
1 de febrero 2017