Para
muchos, lo más fácil es suponer que el problema de México es Donald Trump. ¿Pero
es así? A unos días de iniciar su gobierno, ya se asume como catástrofe, y
todavía no empieza. En la peligrosa lógica de amigos y enemigos, Trump aparece
como el mal. Pero nada más sencillo que pensarlo así. Frente a nuestros
problemas, el mal es el vecino; frente a nuestros conflictos, la culpa es de
los otros. Es cierto, hay agravios y alusiones inadmisibles del presidente
norteamericano. También hay racismo, y la sola propuesta del muro, nos recuerda
lo peor del siglo XX, lo cual ya es mucho decir, para un siglo pródigo en
guerras, masacres y genocidios. ¿Algo aprendimos del totalitarismo? Todo parece
indicar que no. Si el siglo pasado valoró la democracia, el siglo XX podría
convertirse en la negación democracia por sus propios medios. Para el caso, el
muro es un símbolo poderoso de regresión. Y si las autoridades no han
respondido con fuerza y dignidad, dado que nuestro presidente está asustado, la
bien organizada comunidad judía en México, sí lo hizo frente al primer ministro
isralí, Benjamín Netanyahu, quien apoya la absurda propuesta del muro.
Pero
el mal momento de México, no tiene tanto que ver con la política exterior, como
con la propia política casera. Por lo mismo, frente a nuestros problemas, Trump
es la coartada perfecta para ocultar lo que no funciona en nuestro país. El
estado de derecho, la justicia, la maltrecha democracia y una clase política
que gobierna por y para la corrupción.
Desde
la presidencia de la República creyeron suplir la falta de liderazgo y
credibilidad con un artificial llamado a la “unidad”. Parecía la ocasión
perfecta para recuperar el apoyo perdido. Ahora sí, todos a cantar el himno
nacional. Pero la unidad nacional, si alguna vez tuvo eco, fue en plena guerra
mundial, cuando México apoyó a los aliados. O más bien, a Estados Unidos. En
esa época, Manuel Ávila Camacho llamó a la unidad nacional y hasta logró juntar
a los enemigos acérrimos: Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles. Pero a
diferencia de aquellos años de la guerra, ahora las circunstancias son otras, y
no basta con un llamado del presidente. Por eso la gente en las calles, repudió
a Trump en la marcha, pero sobre todo, a Peña Nieto.
A
pesar de Trump, no perdamos de vista nuestros propios problemas. Esos que nos
competen a nosotros y a nadie más. El enemigo mayor no está afuera, ni tampoco es
“Masiosare”, como dice nuestro sagrado himno. El problema está adentro y muchos
se niegan a reconocerlo. Veamos una muestra. El corruptómetro que recién acaba
de publicar Transparencia Internacional, ratifica a México como un cleptocracia
de primer orden. A lado de nosotros, en el lugar 123, de 176 países, están
Honduras, Laos o Sierra Leona en África. ¿En verdad pensamos que Trump es el
problema?
Me
gustaría creer en un extraño enemigo, pero rápidamente me decepciona la modesta
lógica de amigos y enemigos; blanco y negro. Para males, los mexicanos nos bastamos
con nosotros mismos. No necesitamos fantasmas extranjeros, ni un extraño
enemigo que profane nuestro suelo. En cambio, es más grave la disfuncionalidad
de la democracia; la cooptación de la instituciones por la corrupción en todos
los niveles; la impunidad que el mismo estado mexicano cuida para los suyos,
los poderos. Por eso los ex gobernadores salen sonrientes, no obstante los
escándalos de corrupción y las deudas que arrastran. Por eso los ministros de
la Suprema Corte, no obstante la ausencia de justicia, defienden sus sueldos
millonarios. ¡520 mil pesos mensuales! Allá que les bajen el sueldo a otros. Para
los garantes de la ley, no aplica ley. El punto podría ser irrelevante, pero es
representativo de un país partido en dos. Ministros con sueldos de primera, y
ciudadanos con una justicia que no llega. Digámoslo más claramente: una clase
política que se sirve con la cuchara grande a costa de los contribuyentes. ¿Nos
resulta poca cosa?
15 de febrero 2017