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domingo, 22 de noviembre de 2015

20 años de Latinobarómetro

Me gustan las mediciones, los números, las estadísticas. Tan necesaria puede ser la narración de una historia, como los números que la acompañan. En el mundo de los estudios sociales, las estadísticas son imprescindibles. Ayudan a dimensionar un problema, a saber dónde estamos. Aunque no siempre, también sirven para mejorar. En el día a día abundan las opiniones, pero las cifras dan un balance a las meras impresiones personales. A pesar de la relevancia de los números, no deja de sorprenderme la ausencia de datos duros en la aplicación de políticas públicas.
Las mediciones dan un perfil. Así como ciertas obras literarias, o estilos musicales distinguen a los países y sus sociedades, las estadísticas también ofrecen una mirada sobre el comportamiento. Recién se acaban de cumplir 20 años de Latinobarómetro, una asociación especializada en medir la democracia en América Latina. El estudio Latinobarómetro inició en 1995 a instancias del reconocido politólogo español, Juan Linz. A partir de entonces, un grupo de especialistas e investigadores desarrollaron la primera encuesta para monitorear las sociedades latinoamericanas. Al principio comenzaron midiendo 8 países y actualmente se incluyen 18. Entre la ciencia política y la sociología, el Latinobarómetro es uno de los principales referentes de estudios comparados en Latinoamérica.
El informe 2015 no sólo presenta los resultados más actuales, sino las series de las últimas dos décadas, de tal manera, que tenemos un panorama sorprendente sobre la región. Es notable que los latinoamericanos, somos los más insatisfechos con la democracia, sin embargo, y a pesar de los malos resultados, existe un apoyo importante de los ciudadanos a dicho régimen. Más en la región latina, que durante buena parte del siglo pasado conoció los horrores de la guerra civil, las guerrillas y las dictaduras. A caso por lo mismo, la democracia tiene vigencia, porque sencillamente lo otro era peor. Mientras la media regional es de 37 por ciento de satisfacción, en México es de 19 por ciento. Este dato se corresponde a la aprobación de gobierno. Mientras en la región promedia 47 por ciento de aprobación, en nuestro país sólo 35 por ciento aprueba al actual gobierno.
No obstante, a la manera de Winston Churchill, 60 por ciento de los mexicanos preferimos la democracia como forma de gobierno, en el entendido de que la democracia es la peor forma de gobierno excepto por todas las demás.
La corrupción es un tema compartido entre los latinoamericanos. Sólo 33 por ciento considera que sí se avanza en combatir la corrupción, pero en México, los datos más recientes que aporta el estudio, nos dicen que apenas 22 por ciento considera que se ha reducido la corrupción. ¿Por qué será?
A pesar de la extendida pobreza en la región, aunado a economías con insuficientes crecimientos, 77 por ciento de los latinos nos sentimos muy satisfechos con la vida. Algo similar corroboran otros estudios sobre la felicidad. Los latinoamericanos estamos jodidos, pero felices. En el caso de México, 76 por ciento está muy satisfecho con la vida. No en vano, el gran Emil Cioran elogió el gran vitalismo de los latinos frente al cansancio de los europeos. ¡Vaya ironía!
Repaso los números del estudio en tres aspectos fundamentales: la vida, la política y el dinero. 76 por ciento de los mexicanos estamos muy satisfechos con la vida, pero sólo a 19 por ciento le satisface la democracia, y peor aún, nada más a 13 por ciento le satisface la economía. Con esas cifras ¿qué estamos sembrando cómo país?, ¿qué conflictos estamos cultivando? Aunque por momentos, los ciudadanos mexicanos parecemos dormidos frente al hartazgo político, no descarten la irrupción de un movimiento que venga a sacudir nuestra vida pública. Como verán, los datos que ofrece el Latinobarómetro no son precisamente alentadores. Y sin embargo, por algo tenemos que empezar.
30 de septiembre 2015 
El Siglo 

Guatemala, ¿y México?

Foto: BBC

Es difícil negar que las comparaciones son odiosas, y sin embargo, ¡cuán útiles suelen ser! Entre los países es frecuente generar índices y tablas comparativas que permiten dimensionar y saber dónde estamos. Ya sea en economía o gobierno, las comparaciones están a la orden del día. Con cierta regularidad aparecen las comparaciones con países ricos. Por ejemplo la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Ahí se dice cómo estamos, qué tan bien o mal andamos… pero muchas veces, aunque deseamos esos buenos niveles, en realidad salimos mal librados. Cercanos a nosotros, las comparaciones resultan más pertinentes con nuestros pares latinoamericanos. Ya sea por idioma, historia, o por calamidades, Latinoamérica comparte unas ciertas características que nos hermanan.
Recientemente he seguido con suma familiaridad el escándalo de corrupción en el gobierno de nuestro vecino Guatemala. Unas serie de llamadas telefónicas exhibieron todo una red de corrupción que implica al nivel más alto de ese país, en la persona del presidente Otto Pérez Molina. El "mero mero" dicen en las llamadas telefónicas. En las últimas semanas el escándalo escaló a tal punto, que no sólo hubo otras marchas para exigir la renuncia al mismo presidente, sino además, otros poderes del gobierno se pronunciaron a favor de que el presidente renuncie.
La Fiscalía y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, lo acusó de estar al frente de una red de corrupción para "administrar" los recursos del Estado desde las aduanas. Ya se imaginarán por dónde va la cosa. Un grupo de funcionarios de alto nivel ser organizan para capturar la renta del Estado. Algo así como impuesto del impuesto. ¿Les suena conocido? Pero si bien, la corrupción hasta la más alta esfera del gobierno guatemalteco no difiere en mucho de la documentada en México, algo que es impensable en el nuestro país, es la intervención de la Suprema Corte. En Guatemala, la Corte Suprema de Justicia avaló realizar un juicio político contra el presidente Pérez Molina. Ya antes habían renunciado seis de trece ministros de su gabinete, así como otros altos funcionarios de gobierno. A los ojos ciudadanos, sólo falta el presidente, quien se aferra a la impopularidad como último recuso de la impunidad.
En las calles se han repetido marchas multitudinarias contra el presidente. Se fueron sus ministros, y hasta la exvicepresidenta Roxana Baldetti ya está en la cárcel condenada por operar la red de corrupción al interior del gobierno. En un gesto de compromiso, el arzobispo de la Archidiócesis de Guatemala, Oscar Julio Vián Morales, también pidió que dimita el presidente. De los obispos en México, mejor ni decimos.
Con amparos, el presidente Pérez Molina gana tiempo, pero lo que no puede ganar ya, es la confianza de los ciudadanos, que viven una vez más la ignominia como marca irremediable de su país. ¿No estamos así nosotros? Más todavía, a pesar de los escándalos de corrupción en México ligados al presidente (recién exculpado por la Secretaría de la Función Pública), todavía otorgamos una mayoría en el Congreso al partido gobernante.
Incapaces de llamar a cuentas al presidente, los poderes divididos en México, parecen el primer frente para proteger la corrupción. ¿Se imaginan a los ministros de la Corte pidiendo la renuncia del presidente? ¿O qué les parece una Auditoría Superior haciendo un informe sin precedentes? Por supuesto, al día siguiente todos esos funcionarios se quedarían sin chamba. Con todos sus defectos, las democracias bien consolidadas ofrecen a los ciudadanos la posibilidad de llamar a cuentas a sus gobernantes, empezando por la figura del presidente.
Lejos de debilitar la democracia, el emblemático escándalo de Watergate que terminó con la dimisión de Richard Nixon, fortaleció el poder de los ciudadanos desde el cual emana el gobierno. Sin duda, es el paso que como democracia no nos hemos atrevido a dar en México. Preferimos aceptar la impunidad como parte de la "cultura" y la "condición humana". En una de ésas, Guatemala nos da el ejemplo.

2 de septiembre de 2015

domingo, 16 de septiembre de 2012

Transparencia y transición

Finalmente el tiempo de las elecciones quedó atrás. Ahora la expectativa se centra en los posibles cambios que pueda hacer el gobierno al mando de Enrique Peña Nieto. Sin duda alguna en primer lugar salta la necesidad de mejorar la seguridad y disminuir la violencia. Le siguen, de acuerdo con lo declarado por Peña Nieto, la reducción de la pobreza, la calidad educativa, el crecimiento económico (¡hasta triplicarlo!), y recuperar el liderazgo de México en el mundo.
Aunque es inusual en el PRI, el equipo del presidente electo también ha puesto como primer tema antes de la toma de posesión, la transparencia y la rendición de cuentas. ¡Sí! Vaya que suena extraño. Pero vayamos por partes.

No es casualidad que el próximo gobierno ya busca legitimidad más allá de los votos. De entrada, lo novedoso fue la actitud asumida por el equipo de transición en materia de transparencia. No sólo ha propuesto una serie de iniciativas, sino ya hizo junto con el IFAI (una de las instituciones con mejores niveles de credibilidad en el país), un esquema inédito de transparencia sobre el costo de la transición. En ese aspecto arrastramos un enorme defecto en nuestro sistema político. Mientras los nuevos legisladores (diputados y senadores) ya tomaron posesión en el lapso de un mes, el presidente electo tiene que esperar cinco meses para hacerlo. Esos cinco meses nos cuestan a los contribuyentes ¡150 millones de pesos! En otras democracias contemporáneas el tránsito de poderes se da en pocos días. Por ejemplo en Francia y Gran Bretaña el tránsito se da a nueve días de la elección. En Canadá en 14 días. Un mes en España. En Alemania y Finlandia dos meses, y en Estados Unidos dos meses y medio.

Pero en México no apreciamos el valor del tiempo, por eso tiramos cinco meses. ¿Por qué perder tanto tiempo y dinero? El viejo régimen dio demasiada complacencia al presidente saliente para hacer y deshacer. Pero en ese aspecto y en otros ya sabemos que el PAN no quiso ni supo reformar las viejas prácticas del antiguo régimen ¡Y todavía se extrañan por el tercer lugar en las elecciones!
Mientras transcurre la larguísima transición presidencial, el IFAI ya habilitó un link en su página de internet, www.transiciongob2012.pot.mx, donde se informará sobre los gastos del equipo de transición. El sitio se divide en seis ámbitos que incluyen: recursos humanos, domicilio del equipo de transición; informes y gastos; contratos; disposiciones normativas y otros informes.

En cuanto a las iniciativas para fortalecer la transparencia, ya presentó el presidente electo un plan para reformar el IFAI, ampliar sus facultades a estados y municipios, aumentar los comisionados, dotar de autonomía constitucional al Instituto y fortalecer la Ley de contabilidad gubernamental. Y si bien, se suele desconfiar del PRI para estos temas (y con justa razón), mal haríamos en no tomarle la palabra en esos puntos y sobre todo, en el ofrecimiento de “iniciar un gobierno democrático, plenamente transparente”. ¿Habrá suficiente sociedad organizada para exigirlo? Pienso que sí, y más nos vale asumirlo.

12 de septiembre 2012
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9158570