Podemos iniciar con una pregunta sencilla: ¿A los mexicanos nos gusta debatir? ¿Encontramos un gusto y sobre todo, una utilidad en el debate? Más aún, ¿nos agrada confrontar nuestras ideas? La realidad es dura, pero cierta. Entre nuestras virtudes cotidianas no figura la deliberación. Es decir, no nos gusta debatir, ni tampoco estamos acostumbrados a defender nuestras ideas con argumentos y con razones. Máxime cuando se trata de temas sobre política. Bien recomienda una frase popular entre nosotros: es mejor no hablar de política ni religión sobre la mesa. Otra variante, aconseja por educación, omitir estos temas en las conversaciones comunes. Por eso, las encuestas nos refieren que de cada diez mexicanos, sólo dos hablan de política en una conversación (ENCUP, 2008).
Y quizá el tema resultaría trivial, si la política en la democracia, no se basara en argumentos, pesos y contrapesos. Por eso, tampoco extraña, que muchos de nuestros políticos hayan descuidado tanto el arte de la argumentación. En cambio, prolifera la retórica en un sentido peyorativo, la demagogia o el enojo y los aspavientos fáciles ante los cuestionamientos. Hemos alimentado una relación poco sana con nuestros hombres públicos, tan dados a la foto y las imágenes, las apariencias y las simulaciones, que a la defensa de las decisiones públicas. Por lo general, los políticos no tienen empacho en pedir el voto por las calles, pero a la hora de defender el proyecto, de mostrar una justificación sensata, por no decir racional, pocos levantan la mano.
Un caso ejemplar lo encontramos en Enrique Peña Nieto, Gobernador del Estado de México. Peña Nieto es sin duda, el político más popular del país, incluso más que el Presidente de la República. Su exposición mediática nos recuerda más a un actor de televisión que a hombre de Estado, sin embargo, no recuerdo alguna propuesta relevante o alguna intervención decisiva para dirimir un problema. Se trata de un hombre que seduce por las apariencias, pero del cual se repara poco en su capacidad deliberativa. Probablemente habrá quien considere que no la necesita, a fin de cuentas, lo que importa es verse bien. Si bien, en este punto, no condeno la imagen, tampoco considero perder de vista que un régimen político como la democracia, es en esencia, un régimen deliberativo donde los actores se aprestar a defender decisiones y proyectos, pero también donde los ciudadanos utilizan distintos medios para cuestionar, exigir explicaciones y cuentas.
En uno de sus lúcidos artículos, Gabriel Zaid, recomendaba más “organizar debates informados e informativos de los problemas y oportunidades nacionales, entre los aspirantes al poder”, en vez atiborrar los medios con propaganda política de buenas intenciones. Hay que obligar a los aspirantes del poder a defender sus propuestas ante los electores, a que también las confronten con sus rivales de campaña y que finalmente busquen convencer por qué sus propuestas son mejores y más viables que las de su adversario. Sobran los anuncios y los espectaculares de un país mejor, pero falta saber con claridad cómo lo van a lograr y cuánto nos va a costar.
En sentido, y gracias a You Tube, pude ver el debate entre los dirigentes de los tres principales partidos: Germán Martínez del PAN, Beatriz Paredes del PRI y Jesús Ortega del PRD. De entrada, no me aburrió el debate, lo cual ya es algo, sobre todo, por el tipo de debates acartonados que procura el IFE. Sin embargo, faltan más ejercicios abiertos como ese encuentro, pero a horas más accesibles, donde los ciudadanos puedan formarse directamente opiniones. En este caso parece algo extraordinario, más en realidad se trata de algo común y frecuente en democracias consolidadas, donde los ministros de un gabinete por ejemplo, suelen confrontar sus resultados con el poder legislativo. De la misma manera, ahora debemos impulsar más las discusiones públicas con el fin de que los ciudadanos vean los pros y los contras, las carencias y las capacidades de quienes nos pretender gobernar. Tal vez así, candidatos y políticos, muestren al fin, una propuesta clara o simplemente exhiban su incapacidad para defenderla.