La promesa política por excelencia es el empleo. No es un asunto de México, sino mundial. Ahí donde las economías entraron en crisis o en el mejor de los casos, se han desacelerado, el empleo aparece como una prioridad del gobierno. A falta de mismo, España tiene una generación de desempleados y también de indignados. Estados Unidos con su supremacía económica o militar, no da cabida a todos en el empleo. Y hasta Francia y Alemania le batallan, para decir de una vez, que la envejecida Unión Europa registra el 11 por ciento de desempleo. En México vivimos una feliz mediocridad. Los indicadores de satisfacción nos sitúan entre los países más felices del mundo a pesar de la pobreza o el estancamiento económico.
Hace tiempo que el “milagro mexicano” de la posguerra quedó en los libros de historia y entre algunos nostálgicos. Dos sexenios bastaron para destruir lo ganado. Todavía los recordamos como la “docena trágica”. En otros años, el expresidente que ahora promueve la mota, prometió la multiplicación del changarro para generar los empleos necesarios. Al final no hubo más empleos ni crecimos más. En la búsqueda del empleo perdido, los responsables de medirlo lo hace a su gusto y manera. El IMSS considera los empleos formales, es decir, sólo aquellos que tienen registrados los patrones. Pero visto así, la economía da una impresión dramática y esquelética. Para evitar tan flaco panorama, el INEGI es más plural y compasivo: cuenta todo aquello que sume algún ingreso. Sea por el azar, el changarro de la esquina o alguna actividad prohibitiva. Bajo esa medida, se estiman 29 millones de trabajadores informales. Otra vez, changarros y más changarros. Pero dejemos la hipocresía: ¿Qué sería del México lindo y querido sin las remesas de los inmigrantes, el narco, Pemex y la economía informal? Sin esos pilares la cosa estaría peor.
Esta semana el presidente Enrique Peña Nieto anunció que su gobierno irá tras los informales a través del Programa para la Formalización del Empleo 2013. ¿Se acabaron los tianguis, las hamburguesas de la esquina, los vendedores ambulantes y los lavacoches? 59 por ciento de los empleos están en la informalidad. Para el presidente, “la informalidad nos afecta a todos como sociedad, vulnera los derechos de las personas y limita el verdadero potencial económico de nuestro país”. Habría que agregar lo más importante para el gobierno: no pagan impuestos. Porque con el IMSS rebasado en su capacidad, lo que cuenta no es cubrir la seguridad social de los trabajadores, sino captar los recursos que no llegan al gobierno. Les urge más lana.
Se puede pensar que “la informalidad afecta al trabajador y a su familia”, pero ¿qué haríamos sin esos millones de empleos en el servicio doméstico? ¿Qué de los taqueros nocturnos, los mecánicos y tantos y tantos que viven de lo que pueden? ¡Sin duda que estaríamos peor!
“La informalidad esa una salida falsa”, pero también es producto de las reglas del juego que promueve el gobierno mexicano, no de ahora, sino de décadas. Sin embargo, en la propuesta que hace la presidencia no queda claro cómo van a convertir a 200 mil trabajadores informales en formales. ¿A caso multiplicarán los panes? ¿Dónde encontramos los detalles y las letras grandes (deje usted las chiquitas), del nuevo Programa de Formalización? Por lo pronto, ya nos esperan más impuestos. ¡Agárrese si está en la formalidad! En septiembre se presentará la iniciativa de Reforma Hacendaria. Ya veremos cómo viene.
24 de julio 2013
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9187013