Fuente, aquí.
Pródiga
empezó la semana con los tres galardones al cineasta mexicano, Alejandro
González Iñárritu. Me gustó la alegría que los premios generaron. También me gustaron
los brevísimos comentarios políticos de un mexicano que es la antípoda de
nuestra clase política. Retomo sus palabras: "Finalmente solo quiero
tomarme un segundo para dedicar este premio a mis compañeros mexicanos: los que
viven en México, ruego porque podamos encontrar y construir el gobierno que
merecemos, y a aquellos que vivimos en este país, quienes somos parte de la
última generación de inmigrantes en este país, espero que podamos ser tratados
con la misma dignidad y respeto que aquellos que llegaron antes y construyeron
esta increíble nación de inmigrantes”.
Como
en todo, las palabras de Iñárritu calaron al gobierno de Enrique Peña Nieto. Un
gobierno desmoronado por la corrupción, carente de confianza. ¡Y pensar que
todavía le quedan cuatro años! La respuesta del PRI en Twitter no se hizo
esperar: “Estamos construyendo un mejor gobierno”. Pero ¿qué tanto el PRI en
Los Pinos está construyendo un mejor gobierno? ¿Qué tanto el gobierno de Peña
Nieto construye un mejor gobierno? El gobierno de Peña Nieto se mostró eficaz
el primer año para operar una agenda reformista, aunque todavía no queda claro
los beneficios de esas reformas. La reforma hacendaria sólo expurgó más a los
contribuyentes, pero a cambio, la corrupción en el gobierno se disparó, se
multiplicaron las casas y la economía no crece. En telecomunicaciones, los
usuarios ya no pagarán larga distancia, pero a cambio, el gobierno le concedió
un regalazo millonario a Televisa y TV Azteca. La reforma energética, hasta
ahora la mayor apuesta peñista, se desmoronó en un santiamén con la caída del
precio del petróleo. La reforma política abrió paso a las candidaturas
ciudadanas y también dejó intacto el régimen disfuncional.
¿Un
mejor gobierno? Peso devaluado, criminalidad por aquí y por allá. Más que
percepciones, se trata de juicios de hecho. Sin lugar a dudas estamos en el
peor de los escenarios, es decir, un gobierno arrogante y enconchado en su
poder. Un gobierno que la crítica y reprobación de sus ciudadanos no parece
importarle por una razón muy sencilla: tiene el poder. Desde esa estéril
relación, el poder emana de los ciudadanos, para luego desentenderse de ellos. La
“gran política” nacional está destinada a mantener ese poder. Un ejemplo
reciente lo ofrece la degradación del exgobernador de Guerrero, Ángel Aguirre.
No sólo lo tumbaron de la “plenitud” del poder, ahora el Gobierno Federal lo
persigue no tanto por haber asaltado el erario, sino por ser de un partido contrario.
Caso contrario lo tenemos en Coahuila con el exgobernador Humberto Moreira.
Moreira I endeudó el estado casi hasta la quiebra. También fue artífice de un
enorme escándalo de corrupción, pero en México la libró por ser del mismo
partido. No sabemos todavía cómo le irá en Estados Unidos, donde la regla no es
la impunidad.
Pero
apenas sacudió un mensaje, cuando otro desató más rencores. El Papa Francisco,
carismático y con ciertos aires de renovación en la Iglesia Católica, expresó
sobre México y Argentina la verdad en relación al narcotráfico y la
criminalidad: "Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve
hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror". La comparación del Papa enojó al gobierno
mexicano, que rápidamente expresó su repudio a través del canciller de la
Secretaría de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade. El problema para un
gobierno de artificio, no es la realidad criminal que impera en el país, sino
las declaraciones de terceros. En consecuencia, lo que más preocupara es la
imagen, o lo queda de ella, pero no la eficacia, y mucho menos la
responsabilidad de Estado.
No
hay duda de la capacidad de los mexicanos para el trabajo y destacar más allá
de las fronteras. Una vez más se reafirma una generación de mexicanos que sale
adelante, destaca y genera tendencia. Al mismo tiempo, tenemos en México una
generación de políticos mediocres que arribaron al poder sin ningún sentido de
responsabilidad pública. Y ese es precisamente el contraste entre lo que
tenemos y nos merecemos. ¿Dónde estarán los González Iñárritu de la política en
México? No lo sé, pero cómo nos hacen falta.
25 de febrero de 2015
El Siglo de Torreón