miércoles, 31 de mayo de 2017

La rebelión de los huachicoleros


La escena nos remonta a otras rebeliones, a otros disturbios. Agreguen ustedes  los motivos. La opresión de un pueblo; la injusticia; el hartazgo de la inseguridad que lleva a linchar a unos ladrones; hambrunas; o sencillamente, organizarse para robar combustible. Motivos para rebelarse no faltan. A partir de ahí vienen la toma de las calles, el rechazo violento de la autoridad, la protesta con niños y mujeres por delante. Todo cabe para las alzados, incluyendo el asesinato. En nuestra historia tenemos un buen número de rebeliones que se remontan a la conquista desde el siglo XVI. Algunas fueron notablemente heroicas, por tratarse de pueblos luchando por la dignidad. Otras rayaron casi exclusivamente en el bandidaje, eso sí, con cierto tintes sociales. Es la turba justiciera o el ladrón que roba a los ricos para repartir a los pobres. Nuestra historia tiene varias versiones mexicanas de Robin Hood. Sin embargo, la otra cara de las rebeliones es la violencia. La mayoría terminaron en un final trágico. Sangriento.
Con razón, el gran historiador británico, Eric Hobsbawm, recomendó estudiar las rebeliones. “La asonada, si es que quiere entendérsela, porque hace mucho que ha dejado de ser fenómeno corriente en diversos países y ya no es el método reconocido de acción popular que en su tiempo llegó a encarnar”.
En pleno siglo XXI, surge la rebelión huachicolera. ¡Viva el combustible robado! Por supuesto, el movimiento no surge de la nada. Ante todo, imita el entorno, pero también refleja la decadencia del Estado mexicano que no termina de encontrar su lugar. Desde los cargos públicos —presidente, gobernador, alcalde, diputado—, se saquean los fondos públicos, se endeuda, se roba abiertamente. Todo en nombre del Estado y el bienestar de los ciudadanos. Otros en cambio, se “rebelan” porque no quieren quedarse atrás en la carrera de atracos. Si unos atracan Pemex con tomas clandestinas y ordeñas de ductos que suman miles de millones de pesos, otros en cambio, no se asolean ni se exponen a enfrentamientos con el ejército, como sucedió recientemente en Puebla. Ladrones de cuello blanco les dicen. ¿Se acuerdan del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, quien está implicado en la red de corrupción de Odebrecht? Mientras en Brasil el estado ha llamado a cuentas a los implicados, e incluso, ha encarcelado a políticos y empresarios, en México, se ratifica la impunidad. ¿En verdad nos sorprende que un pequeño pueblo se organice para saquear ductos de Pemex? Los huachicoleros son poca cosa a lado de la organización de Carlos Romero Deschamps. Unos roban arriba, otros roban abajo.
Por supuesto indignan los robos, y sobre todo, las muertes en medio de una disputa por el saqueo de combustible. Pero el conflicto revela lo que desde hace muchos años no funciona del Estado mexicano: el sistema de justicia y las instituciones encargadas de hacer valer la ley. Tras la alternancia en el año 2000 había la esperanza de alentar justicia y rendición de cuentas, pero pasada la década, impunidad y corrupción sólo se agravaron. Hoy nos parece tan normal, que hasta un poblado ejerce su derecho a robar combustible. ¿De dónde proviene la costumbre? La justificación tiene como lógica un simple argumento: “si los políticos roban, por qué nosotros no”.  Más que sorprendernos, la rebelión huachicolera que defiende a punta de bloqueos y violencia las tomas clandestinas, refleja esa imitación que va de la sociedad al gobierno, y del gobierno a la sociedad. Dicho en otras palabras: corrupción en estado puro.

Tras el enfrentamiento en la “zona” de huachicoleros en Puebla, once personas perdieron la vida, entre ellos cuatro militares. ¿Qué dijo la principal autoridad? Propuso, y no es broma, una estrategia. “He dado indicaciones para instrumentar una estrategia integral para combatir este ilícito en toda la geografía nacional”. ¿Cómo, no había estrategia para combatir esos delitos? Así, a la ligera, el mismo gobierno se hace de la vista gorda, o cuando el problema crece, sólo sale a patear el bote con eso de instrumentar una “estrategia”. Es irónico que en medio de las elecciones estatales del Estado de México, Coahuila y Nayarit, donde varios candidatos priistas alardean que se ellos sí saben encargarse de la seguridad con carácter o mano dura, el presidente mismo corrobora el tremendo vacío del Estado mexicano. Sólo faltan mañana defiendan “usos y costumbres”.
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1339250.la-rebelion-de-los-huachicoleros.html
El Siglo
10 de mayo 2017

El ranger filósofo



Me gustan los western por la recreación imaginaria del viejo oeste norteamericano. Ficción y realidad se mezclan en la conquista de un vasto territorio. A veces desértico, otras rico en ríos, manantiales y minerales. El paisaje se confunde con la inmensidad misma. Llanura sin fin para decirlo con el poeta potosino, Manuel José Othón. El ferrocarril abrió las puertas a lo ancho y largo del duro territorio comanche, pero la disputa entre lo “salvaje” y la “civilización” continuó a lo largo del siglo diecinueve. Aunque el género cinematográfico predomina en interpretaciones historicistas, hay una vertiente que reinterpreta el western de manera contemporánea. El escenario tradicional es escenificado por vaqueros, indios y forajidos; el contemporáneo también es de rangers, indios y forajidos. En unos luchan por la riqueza y la promesa del progreso, en los nuevos sobreviven desde la pobreza, pero en ambos, siempre hay violencia. Todo se resuelve tan fácil en un western, sobre todo, si es a punta de pistola. En las historia del viejo oeste las fronteras son difusas entre Estados Unidos y México. Más que diferencias, aparecen dichos territorios, integrados por la economía, la migración, el narcotráfico, y amplios territorios despoblados. El paisaje del desierto es un protagonista tan importante como los actores mismos. “Los tres entierros de Mequiades Estrada” (2005), dirigida por Tommy Lee Jones y escrita Guillermo Arriaga, es un buen ejemplo del género.
Hace algunos meses, disfruté el western contemporáneo, “Hell or High Water” (2015), dirigido por David Mackenzie y escrito por Taylor Sheridan. Alejado de la prosperidad de las principales urbes texanas, la historia nos cuenta la travesía de dos hermanos que luchan por rescatar la hipoteca de una propiedad familiar. Sumidos en la pobreza, no pueden pagar la cuentas. A punto de confiscarles la propiedad, el banco amenaza con quitarles las tierras. Sin nada que perder, los hermanos Toby y Tanner Howard se proponen robar los bancos de la misma compañía a la que le deben dinero, el Texas Midlands Bank. La premisa encaja, y funciona bien, en el adagio popular: “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. Con ese propósito, asaltan sucursales en modestos pueblos polvorientos. Desde el principio, un improvisado mensaje callejero en las espaldas del banco, advierte el presente estadounidense: “Tres vistas a Irak pero no hay rescate para personas como nosotros”.   
A diferencia The Big Short (2015), una película que narra los momentos decisivos del fraude bursátil y la caída de la bolsa en 2008, los protagonistas de “Hell or High Water”, no son banqueros, ni utilizan finos trajes y mucho menos trabajan en un rascacielos de Manhattan. Los personajes viven en el campo y padecen los efectos del sistema bancario. En algún momento, Toby Howard describe su condición para dar voz a la periferia americana: “He sido pobre toda mi vida, así como mis padres y mis abuelos. Es una enfermedad que pasa de generación en generación… eso es lo que es, infecta a cada generación, pero no a mis hijos, ya no más”.

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Mientras los hermanos Howard luchan por sobrevivir en medio de asaltos y balaceras, Marcus Hamilton (Jeff Bridges), un viejo ranger de Texas, los persigue, al mismo tiempo que libra su propia lucha interna. Jubilarse o continuar en el campo. Por momentos, sus intervenciones son las de un ranger filósofo que se resiste a vivir apoltronado al sofá frente al televisor. La imagen nos recuerda otro western brillante de Joel e Ethan Coen, “No Country for Old Men” (2007). Al igual que el Sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones), sus reflexiones son las de un filósofo con pistola y tejana. Tanto uno como el otro, son lacónicos, pero el ranger ratifica en sus formas y lenguaje, chistes e insultos racistas, para mostrar que las diferencias nunca se fueron. Tan presente hoy como en el pasado. Pero lejos de ser una simple ficción, “Hell or High Water” muestra desde abajo la decadencia del sistema norteamericano, que tiene a su mejor representante en la presidencia de Donald Trump. Si tienen oportunidad, no se pierdan este western del siglo XXI.
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1341590.el-ranger-filosofo.html
El Siglo
17 de mayo 2017

Coahuila, la posibilidad de la alternancia


Vayamos al grano con George Bernard Shaw: "A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos con frecuencia y por las mismas razones." ¿Más claro?
En las próximas semanas, Coahuila vivirá lo que sin duda, será el proceso electoral más competido de su historia reciente. Antes, las elecciones eran un mero trámite. Con suma antelación sabíamos quien iba a ganar. Vamos, hasta los procesos eran bastante aburridos. Pero ahora, la circunstancias han cambiado. Como nunca antes, el partido en el poder no tiene la elección en la bolsa. Por el contrario, enfrenta a diversos actores relevantes, pero sobre todo, carga la pesada losa del desprestigio, la desconfianza y la falta de legitimidad ante los ciudadanos. Más todavía, sobre el gobierno pesa visiblemente la corrupción. De manera abierta saquearon el erario, endeudaron y todavía hay quien busca regresar bajo la bandera de la “honestidad”. Como verán, ni la burlan perdonan. Sin embargo, no bastan los “likes”, las quejas de café o los ácidas críticas en las redes sociales. Al respecto, me gustó la fresca propuesta de un grupo plural de  jóvenes universitarios: No memes y vota.
En condiciones como estas, la crítica por sí misma es insuficiente. Ante todo, es necesario salir. ¡Participar! Mucho se ha denigrado a las elecciones y la democracia, pero en las próximas semanas los ciudadanos tenemos un modesto, como poderoso mecanismo para decir: ¡Ya basta! 
De esa manera, no nos quedemos con los puros señalamientos en el Facebook o en Twitter. Demos el paso de las redes a la acción. Participemos. Vayamos con nuestro granito de arena. No menospreciemos el derecho de voto que tenemos. Por lo tanto, hay que vencer el miedo, la costumbre y el conformismo. ¿O en verdad ustedes quieren que las cosas se queden como están? Coahuila no va por buen rumbo. En lo personal considero que los grandes cambios provienen de pequeñas acciones. Al igual que tú también estoy enojado por la corrupción, las empresas fantasmas, el megafraude de la deuda, la impunidad. En nuestras manos está la diferencia, y sobre todo, la posibilidad de enderezar el camino. Quizás nos parezca poco, pero las próximas elecciones nos dan la oportunidad única e irrepetible de frenar esa inercia perniciosa. De reemplazar los pañales. De sustituir las chapas y quitarle las llaves a los cleptómanos. En nuestras manos está trascender el malestar. Las próximas elecciones en Coahuila son un válvula de escape para una situación que no aguanta más.
En ese sentido, hay en la alternancia una posibilidad sanitaria para la democracia. A decir de Winston Churchill, “La alternancia fecunda el suelo de la democracia”. Es hora que nuestro voto fecunde Coahuila. Por supuesto, la alternancia no es un dechado de virtudes como tal, pero es una manera de oxigenar la política y sobre todo, la vida pública. ¡Cuanta falta nos hace! Por lo mismo, lo que se juega en las siguientes semanas es la factibilidad de la alternancia en contraposición a la corrupción y la complicidad. Romper ese círculo vicioso es posible. Marcar un alto a las malas prácticas también. Necesitamos ir por otro camino, redirigir el rumbo. Si queremos, si nos lo proponemos, los ciudadanos podemos dar un golpe de timón. La decisión está en nuestra manos.


https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1343860.coahuila-la-posibilidad-de-la-alternancia.html
El Siglo
24 de Mayo 2017

Esto no es un homenaje a Rulfo


El mes de mayo es el mes de Juan Rulfo, así que antes de que termine, van unas palabras en el centenario de su natalicio, aunque es preciso aclarar, para que no se enoje la Fundación que resguarda el monopolio: no se trata de un homenaje. No obstante, ya lo explicaba Eco, el texto, una vez que sale, ya no es del autor, sino del lector. Es presente perpetuo para quien lee, y esa dicha nadie nos las puede quitar. Pero dejemos a los celosos guardianes de la marca registrada, y mejor hablemos del gran escritor, y sobre todo, del precioso legado al alcance de las manos.
En Rulfo aplica a la perfección la sentencia de Gracián: “lo breve si es bueno, es dos veces bueno”. Por lo mismo, el escritor jalisciense pertenece a esa extirpe que perdura desde la brevedad. Así como Arthur Rimbaud escribió su obra poética en la juventud, a esa misma edad también abandonó la literatura. A Rulfo sólo le bastaron dos pequeños libros para lograr un lugar entre los grandes. Como verán: el tamaño no importa. Para la inmortalidad, Rulfo no necesitó más.  El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), que mal conservo con las hojas desparpajas en la clásica edición popular del Fondo de Cultura Económica. Aunque por estos días me daré de nuevo el gusto de reponerlas con las bonitas ediciones de RM.
Si hay un texto señero en la literatura mexicana del siglo XX, son las primeras líneas de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”.
Sobre Rulfo mucho tinta ha corrido. Al respecto, es bien sabido el testimonio de Gabriel García Márquez, quien al llegar a México en 1961, no había leído a Rulfo. Un día, Álvaro Mutis llegó con un montón de libros y separó el más pequeño y corto —Pedro Páramo— para el escritor colombiano: ¡Lea esta vaina, carajo, para que aprenda!
“Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí el Llano en llamas, y el asombro permaneció intacto […] el resto de aquel año no pude leer a ningún autor, porque todos me parecían menores”.   
Entre las pocas cosas buenas que recuerdo de la preparatoria, fue el acercamiento maravilloso a Rulfo. Lo que comenzó como una ordinaria clase de literatura y español, en realidad fue la antesala a las lecturas y relecturas rulfianas. Todavía recuerdo con viveza la tarde en que el profesor Toño Álvarez Mesta, —por mucho, uno de los mejores y más brillantes de la escuela jesuita Carlos Pereyra—, hizo una interpretación dramática de Macario. Realmente su lectura nos cautivó. Nos emocionó profundamente. Resuenan en mi todavía sus palabras, porque aquella lectura lo convirtió en otro, como quien al leer asume al personaje mismo de la obra: “Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció”.

Como dije al principio, no se trata de un homenaje, sino un modesto testimonio de gratitud de lector hacia ciertos libros y ciertos autores que hacen nuestra vida más llevadera. Y ustedes ¿ya oyeron ladrar los perros?

https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1346070.esto-no-es-un-homenaje-a-rulfo.html
El Siglo de Torreón
31 de mayo 2017