La
escena nos remonta a otras rebeliones, a otros disturbios. Agreguen
ustedes los motivos. La opresión de un
pueblo; la injusticia; el hartazgo de la inseguridad que lleva a linchar a unos
ladrones; hambrunas; o sencillamente, organizarse para robar combustible. Motivos
para rebelarse no faltan. A partir de ahí vienen la toma de las calles, el
rechazo violento de la autoridad, la protesta con niños y mujeres por delante.
Todo cabe para las alzados, incluyendo el asesinato. En nuestra historia tenemos
un buen número de rebeliones que se remontan a la conquista desde el siglo XVI.
Algunas fueron notablemente heroicas, por tratarse de pueblos luchando por la
dignidad. Otras rayaron casi exclusivamente en el bandidaje, eso sí, con cierto
tintes sociales. Es la turba justiciera o el ladrón que roba a los ricos para
repartir a los pobres. Nuestra historia tiene varias versiones mexicanas de
Robin Hood. Sin embargo, la otra cara de las rebeliones es la violencia. La
mayoría terminaron en un final trágico. Sangriento.
Con
razón, el gran historiador británico, Eric Hobsbawm, recomendó estudiar las
rebeliones. “La asonada, si es que quiere entendérsela, porque hace mucho que
ha dejado de ser fenómeno corriente en diversos países y ya no es el método
reconocido de acción popular que en su tiempo llegó a encarnar”.
En
pleno siglo XXI, surge la rebelión huachicolera. ¡Viva el combustible robado!
Por supuesto, el movimiento no surge de la nada. Ante todo, imita el entorno,
pero también refleja la decadencia del Estado mexicano que no termina de
encontrar su lugar. Desde los cargos públicos —presidente, gobernador, alcalde,
diputado—, se saquean los fondos públicos, se endeuda, se roba abiertamente. Todo
en nombre del Estado y el bienestar de los ciudadanos. Otros en cambio, se
“rebelan” porque no quieren quedarse atrás en la carrera de atracos. Si unos atracan
Pemex con tomas clandestinas y ordeñas de ductos que suman miles de millones de
pesos, otros en cambio, no se asolean ni se exponen a enfrentamientos con el ejército,
como sucedió recientemente en Puebla. Ladrones de cuello blanco les dicen. ¿Se
acuerdan del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, quien está implicado en la
red de corrupción de Odebrecht? Mientras en Brasil el estado ha llamado a
cuentas a los implicados, e incluso, ha encarcelado a políticos y empresarios,
en México, se ratifica la impunidad. ¿En verdad nos sorprende que un pequeño
pueblo se organice para saquear ductos de Pemex? Los huachicoleros son poca
cosa a lado de la organización de Carlos Romero Deschamps. Unos roban arriba,
otros roban abajo.
Por
supuesto indignan los robos, y sobre todo, las muertes en medio de una disputa
por el saqueo de combustible. Pero el conflicto revela lo que desde hace muchos
años no funciona del Estado mexicano: el sistema de justicia y las
instituciones encargadas de hacer valer la ley. Tras la alternancia en el año
2000 había la esperanza de alentar justicia y rendición de cuentas, pero pasada
la década, impunidad y corrupción sólo se agravaron. Hoy nos parece tan normal,
que hasta un poblado ejerce su derecho a robar combustible. ¿De dónde proviene
la costumbre? La justificación tiene como lógica un simple argumento: “si los
políticos roban, por qué nosotros no”. Más
que sorprendernos, la rebelión huachicolera que defiende a punta de bloqueos y
violencia las tomas clandestinas, refleja esa imitación que va de la sociedad
al gobierno, y del gobierno a la sociedad. Dicho en otras palabras: corrupción
en estado puro.
Tras
el enfrentamiento en la “zona” de huachicoleros en Puebla, once personas
perdieron la vida, entre ellos cuatro militares. ¿Qué dijo la principal
autoridad? Propuso, y no es broma, una estrategia. “He dado indicaciones para
instrumentar una estrategia integral para combatir este ilícito en toda la
geografía nacional”. ¿Cómo, no había estrategia para combatir esos delitos? Así,
a la ligera, el mismo gobierno se hace de la vista gorda, o cuando el problema
crece, sólo sale a patear el bote con eso de instrumentar una “estrategia”. Es
irónico que en medio de las elecciones estatales del Estado de México, Coahuila
y Nayarit, donde varios candidatos priistas alardean que se ellos sí saben
encargarse de la seguridad con carácter o mano dura, el presidente mismo
corrobora el tremendo vacío del Estado mexicano. Sólo faltan mañana defiendan
“usos y costumbres”.
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1339250.la-rebelion-de-los-huachicoleros.htmlEl Siglo
10 de mayo 2017