En estos días he regresado a una serie de textos de Mandela, publicados tres años después de que fuera encarcelado en 1965, por buscar la liberación de su pueblo. Sudáfrica vivía opresión y racismo de Estado, apartheid, el cual encumbró legalmente la superioridad de la “raza” blanca sobre la negra. Sin duda, la peor herencia colonial en tiempos de modernidad, tecnología y democracia. Desde el Congreso Nacional Africano lucharon en varios frentes por la liberación. Una vertiente radical hizo el llamado a las armas y el terrorismo. Otra línea moderada, peleó pacíficamente por la igualdad y el reconocimiento de los derechos civiles. En la lucha, Mandela pasó de la radicalidad política que utiliza la violencia, a la resistencia civil. Al mismo tiempo, el gobierno endureció más su política contra las llamadas Campañas de desafío. No sólo encarceló a los disidentes, también los masacró. Si las armas no fueron motivo de liberación, tampoco lo fueron por los años sesenta, los discursos públicos, que cada vez se hacía más escasos y clandestinos. Entonces Mandela optó por la letras para denunciar los que es vivir en la segregación: “He sabido que se ha promulgado una orden de prisión en mi contra y que la policía me está buscando… he escogido este último camino que es más difícil y que supone más riesgos y asperezas que estar sentado en la cárcel. He tenido que separarme de mi amada esposa y de mis hijos, de mi madre y de mis hermanas, para vivir como un proscrito en mi propio país. He tenido que cerrar mi despacho, que abandonar mi profesión y vivir en la pobreza, en la miseria como muchos de mi pueblo lo hacen. No dejaré Sudáfrica, no me entregaré. Sólo a través de asperezas, de sacrificio y de una acción militante puede ganarse la libertad. La lucha es mi vida. Continuaré luchando por la libertad hasta el fin de mis días” (1961).
Mandela sobrevivió a la cárcel 27 años, para lograr lo imposible en la política. El resto de la historia sencillamente es extraordinaria. Mario Vargas escribió un texto inmejorable (El País, 30-VI-13): “Mandela es el mejor ejemplo que tenemos —uno de los muy escasos en nuestros días— de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron”.
7 de julio 2013
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