lunes, 9 de junio de 2008

Fuera de lugar





Después de la tercera estrella, el campeón Santos logró lo que ni las más indignantes carencias públicas de nuestra región: movernos, unirnos, identificarnos, aunque sea efímeramente. Sin embargo, mi propósito no es hablar de futbol, o no al menos directamente. Ya mucha y profunda tinta ha corrido sobre el tema, además, ¿qué podría superar la experiencia de haber presenciado el juego mismo, de haber celebrado?
Entre la euforia colectiva y las ganas espontáneas de festejar, los laguneros pagamos también otro juego. Me refiero al juego mediático que desplegaron los gobiernos de José Ángel Pérez por la presidencia municipal de Torreón y del profesor Humberto Moreira por el Gobierno del Estado. Como si fuera un juego de futbol, la disputa se dio por la conquista de los electores en la antesala del próximo proceso electoral el 19 de octubre. Paralelamente, los aficionados y los no tan aficionados, presenciamos una campaña equiparable a la que realizan las grandes empresas privadas.

Al final quedamos ante la seducción de las imágenes como sustituto de la realidad. De esa manera no importa, la calidad del gobierno, ni mucho menos su capacidad de gestión para ofrecer servicios razonables, duraderos.
Cada uno a su mediada promovió su juego, que no el juego del intereses públicos. Con la guerra de espectaculares, tiempos en televisión, vasos, calcas y hasta pulseras, que de paso, incitan a cambiar los viejos hábitos para generar menos dióxido de carbono, los gobiernos aparecen así, más interesados en publicitarse que en gobernar con calidad, más interesados en gastar a toda costa, sin importar que el contexto mexicano parta del subdesarrollo. Y no es que me oponga al gasto en publicidad, sino al exceso que se convierte en abuso. ¿Harían lo mismo estos gobernantes si se tratara de su dinero?

Ya los conocidos académicos de la Escuela de Frankfurt, nos habían advertido sobre las nuevas realidades que generan los medios y la dinámica de legitimidad impulsada desde el poder. Se trata pues, de una realidad construida a partir de una exposición mediática. No importa tanto la verdad, sino lo que tiene por verdadero. En este sentido, la crisis de legitimidad, la ausencia casi perenne de resultados razonables por parte de los gobiernos hacia los ciudadanos, y en este punto no me refiero con exclusividad a los nuestros, lleva a los mismos a buscar vías artificiales para llenar vacíos. Es decir, se suelen proyectar dos realidades que frecuentemente no suelen coincidir una con la otra, convirtiéndose en la fórmula más fácil para gobernar: inauguro la calle, el puente o lo que sea, con tal de salir en la foto, con tal de aparecer, ya lo que venga (hundimientos, derrumbes, deuda) no es mi responsabilidad. Lo que importa ante los otros es lo que parece, no lo que después aparece. Así que manos a la obra.

Ninguno de nuestros cercanos gobiernos desaprovechó la extraordinaria oportunidad, por demás emotiva, para llenar vacíos. Frases como, “Nos pintamos para campeón”; “¡Porque la afición se lo merece! El Gobierno de la Gente le cumple a la afición”, vienen a hacer aquello que en lo concreto no es el gobierno.
A falta de legitimidad vía gobiernos de resultados, gobiernos eficaces y eficientes, se pretende ganar aceptación a través de campañas mediáticas tan rentables, como efímeras, tan caras como olvidables.
El afán de la imagen aparece así como la sacra suposición que sin ella no hay gobierno. Parafraseando a Régis Debray en su libro Vida y muerte de la imagen, podemos decir que la imagen es más contagiosa que el gobierno mismo porque se basa en la ecuación: lo Visible lleva a lo Real, por lo tanto a lo Verdadero. Pero ¿qué sucede cuándo una dimensión no corresponde a la otra? ¿Qué pasa cuándo se privilegia la imagen por el gobierno mismo? Además del dispendio de recursos públicos, que hasta hace no mucho y gracias a la reforma electoral, ya no vemos esas campañas primordialmente egocéntricas; tenemos como producto una frágil legitimidad que se esfuma al primer ventarrón.

Tan sólo hace unos días, una emisión del programa radiofónico Contextos GREM, preguntó a los radioescuchas qué opinaban acerca del gasto realizado por los gobiernos con motivo del partido. Desde luego no hubo ni una sola llamada que apoyara el gasto e incluso hubo reprobación generalizada del mismo. Una vez más, los intereses políticos tiene poco que ver con los intereses ciudadanos, una especie de fuera lugar futbolístico sin límites.

7 de junio de 2008, El Siglo de Torreón