Se puede vivir sin gobierno, pero no sin estado. La afirmación en realidad se aplica a la mayoría de las sociedades modernas, sin embargo, hay claras excepciones. En un célebre estudio, Claude Lévi-Strauss se encargó de refutar esa tesis, para luego mostrar otras formas de organización política en los llamados pueblos “salvajes”. Pero dejemos los anales de la historia: ¿se puede vivir sin gobierno en las democracias actuales? Sí, aunque la respuesta parezca contradictoria.
El mes de junio en Bélgica, un país con poco más de 10 millones de habitantes, cumplió un año sin poder conformar un gobierno. Partidos divididos, intereses distintos, bloqueándose unos a otros en el congreso y hasta un escándalo de corrupción. La situación terminó por generar una crisis política muy peculiar. Allá el primer ministro Yves Leterme fue y vino en los últimos años desde 2007. En vez de que las elecciones fueran el medio para conformar un gobierno, el resultado en las urnas los dejó sin gobierno. Los votantes belgas expresaron una extraña lucidez que eligió “el gobierno” del “no gobierno”. ¿Cómo es posible esta situación? ¿De qué manera la crisis política ha afectado al país? Paradójicamente “el no gobierno” no ha representado un gran problema para el país, por el contrario, la vida ha seguido normal y el trabajo de las instituciones sigue su curso.
Las noticias han reflejado que en ese año sin gobierno “el país vio crecer su economía, redujo su proyección de déficit fiscal, ejerció la presidencia semestral de la Unión Europea y envió aviones de guerra a un país en conflicto: Libia”.
¿Cómo explicar la estabilidad de la inestabilidad? En buena medida que las cosas siguieran normales a pesar de la crisis política, se entiende por la fortaleza institucional del Estado. Está claro que el gobierno es temporal y su representación popular lleva el sello de un partido u otro, pero el trasfondo del Estado permanece. Por lo mismo, independientemente de los partidos, se tiene la certeza de un andamiaje institucional que funciona para los ciudadanos, más allá de quién detente el gobierno: demócratas, socialistas, nacionalistas. Incluso el Estado funciona tan bien, que los belgas se han dado el tiempo en las urnas para “suspender” al gobierno.
Por otro lado el sistema político en Bélgica descansa en una distribución fiscal equitativa entre las tres regiones (Bruselas, Flandes y Valonia) que conforman el país. En este sentido, la distribución fiscal, así como la autonomía política de las regiones favorece la división del poder en tanto equilibrios, pesos y contrapesos.
Cito una célebre opinión del politólogo David Sinardet, profesor de la Universidad de Amberes:
"Tenemos una nueva forma de gobierno, una nueva forma de democracia, probándole al mundo que esta idea loca de que se necesita un gobierno pleno con funciones plenas puede no ser cierta".
Al final, no sin cierta envidia, escribo esta columna.
3 de julio 2011