viernes, 23 de septiembre de 2011

Sin quórum

“A los ojos de la opinión nacional… nada hay tan despreciable como un diputado o un senador; han llegado a ser la unidad de medida de toda la espesa miseria humana. Por eso parecen tan vulnerables los progresos cívicos que México haya alcanzado en los últimos años, pues es desesperada toda idea de restaurar en su pleno prestigio un órgano de gobierno tan esencial para una democracia como lo es el congreso”. 


La cita provine de La crisis de México, uno de los ensayos más brillantes sobre el sistema político mexicano. Fue escrito por Daniel Cosío Villegas en 1947 y refleja con claridad el pobre papel del poder legislativo en su época.
Recupero el texto a propósito del estudio que acaba de publicar la politóloga María Amparo Casar: ¿Cómo y cuánto gasta la Cámara de Diputados? (CIDE, 2011). Por lo mismo, no hace falta hacer la crítica a los diputados, porque son ellos con su trabajo, quienes ofrecen elementos negativos para su calificación. 



A diferencia de la época en que escribió Cosío Villegas, el Congreso mexicano se volvió un actor relevante en la democracia mexicana, sobre todo, a partir de 1997. Sin embargo, la evidencia recabada por Casar, aporta elementos que cuestionan seriamente su papel. Por un lado tenemos un Congreso muy bien pagado, pero por otro, la producción legislativa es paupérrima. También, hay mayor pluralidad, pero no legitimidad. Hay transparencia, pero las cuentas ejercidas por los diputados son la excepción. Hay muchas comisiones, pero pocos días de trabajo.

En todo esto hay excepciones, y con seguridad, habrá legisladores responsables. En la práctica, la generalidad de los diputados contribuye a fincar una imagen negativa. El miércoles pasado, por ejemplo, compareció el secretario de hacienda en la cámara, pero la sesión tuvo que ser suspendida a falta de quórum. ¿Dónde estaban al menos la mitad de los 500 diputados? Seguramente haciendo cosas más importantes que su trabajo. El caso se repitió el día 8 de este mismo mes. No hay seriedad, ni responsabilidad.



A ese ritmo ¿cuánto nos cuesta el Congreso? Casar propone varias vías para relacionar el gasto y el desempeño. Si atendemos al Sumario de Actividades del Pleno durante el año 2010, cada producto legislativo entre las 137 nuevas leyes, reformas y decretos, nos costaron en promedio ¡35.9 millones!

En las circunstancias actuales no hay incentivos para que el Congreso cambie esta situación, ni tampoco para que su productividad beneficie al país. ¿Hará falta tomar las calles o tomar la cacerola para obligarlos al cambio? Ganas no faltan, porque en el camino actual, no vamos a llegar muy lejos.


23 de septiembre 2011
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9031376