domingo, 11 de septiembre de 2011
Jonás y sus quesos han hecho inevitable la sospecha de una red de corrupción tolerada y alentada por el alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal. ¿Alguien les cree ahora? La historia que se conoció después del terror en el Casino y la nueva información que poco a poco fue completando el cuadro, no ha mostrado una excepción, sino acaso un paradigma de corrupción gubernamental. Por lo mismo, el asunto del alcalde Larrazabal puede documentar el modus operandi compartido por otros gobiernos.
En todo este escándalo han surgido muchas voces que demandan la salida del alcalde. Incluso su propio partido, Acción Nacional, mediante el Comité Ejecutivo llamó por escrito al alcalde para separarse del cargo. En vez de solicitar licencia, el alcalde se aferró más. La secretaria general del PAN, Cecilia Romero, no dudó en calificar de “risible” la decisión de Larrazabal por hacer una consulta para avalar su permanencia en el cargo.
El caso de Larrazabal asoma un paradigma de corrupción, pero también por los obstáculos que tienen los ciudadanos para deshacerse de sus políticos y funcionarios. El sistema político mexicano impide que los ciudadanos directamente pueda utilizar mecanismos como la referéndum, el plebiscito o en el particular, la revocación de mandato para un gobernante. De ahí la importancia de la reforma política, hasta ahora congelada por los diputados.
De esa manera, Larrazabal se burla de la ciudadanía e inventa una consulta a modo con sus empleados o leales de partido. Al igual que todas las elecciones en México, los electores de Monterrey que sufragaron por Larrazabal depositaron su voto, sin tener a cambio una garantía para reclamar o devolver el “producto”. Sencillamente el voto es un aval de ida, pero sin ninguna garantía de regreso. No hay manera de correr al alcalde, porque al fin esa decisión descansa en la ventajosa figura de la “licencia”. Promover una encuesta no tiene legitimidad ni valor formal. La decisión de irse sólo descansa en el alcalde o en la mayoría del cabildo favorable a él.
El esquema funciona así por los resabios del viejo régimen que el PAN no quiso desmontar. Por eso la importancia de insistir en la reforma política para cambiar las reglas del juego. Reforma política ¡ya! para que el día de mañana políticos deshonestos (agregue el adjetivo que quiera) puedan ser removidos directamente por los ciudadanos. O por el contrario, reelegir a políticos eficientes y responsables.
Urge impulsar mecanismos institucionales que regresen el poder a los ciudadanos. ¿Se imagina a los regios levantado unas 20 mil firmas para convocar a elecciones a fin de echar a su alcalde? Desde luego esto no existe en México, y por lo mismo, es necesario dar ese viraje a nuestra democracia a fin de cambiar las maltrechas relaciones entre políticos y ciudadanos.
9 de agosto 2011
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9023390