Escuché el mensaje del presidente Felipe Calderón con motivo del quinto informe de gobierno. En esencia, el eje de su discurso se basó en la seguridad. Desde hace tiempo que la presidencia de la República está atrapada en el tema de la violencia, la inseguridad y la disputa con los criminales. Parece que ya no hay espacio para imaginar otro país, para construir otro futuro. En ese sentido, la agenda pública va y viene en torno al mismo tema: la seguridad.
La vorágine de la violencia impide llevar otros temas, hablar de logros o incluso mostrar avances en otros ámbitos. Sencillamente la inseguridad oscureció el resto de la agenda. La presidencia monotemática ahora es presa de sus propios laberintos. A estas alturas del sexenio el presidente vuelve a insistir en las reformas. No ha sido escuchado y sus propuestas fueron bloqueadas en el Cámara baja. En el quinto año, los presidentes tienen ya pocos recursos. Están cansados y desgastados por el largo periodo presidencial. Sin incentivos para continuar, los últimos dos años se vuelven para algunos una pesada carga; para otros una pesadilla.
No hay duda de que Calderón será recordado como el presidente de la (in)seguridad. Él mismo lo ha reconocido en otras ocasiones. Se habla ya del presidente de los cincuenta mil muertos. Luis Echeverría queda en nuestra memoria como un mandatario marcado por el autoritarismo y la violencia de Estado contra los mexicanos. López Portillo es recordado por los excesos y el quebranto al país. De la Madrid y Salinas emprendieron una serie de reformas para reducir el Estado y llevar al país a la apertura económica. Al final, el papel del primero fue olvidable y la corrupción del segundo terminó en una catástrofe económica imperdonable. Zedillo, sin duda, fue el mejor presidente de las últimas décadas, acaso, porque no se esperaba nada de él. Sobrio y responsable en su gobierno, fue consecuente con la transición democrática. La estabilidad en el país puede contarse desde su gobierno hasta la fecha.
Fox fue el presidente locuaz que nos hizo soñar con el “cambio”, pero no quiso ni supo desmontar el antiguo régimen. Sencillamente se sintió cómodo con lo que encontró. La minúscula legitimidad con la que llegó Calderón, ¡0.56!, lo llevó a posicionarse desde los primeros días con el ejército. No obstante el riesgo que eso conlleva.
Desde el gobierno del Dr. Zedillo se construyó una razonable estabilidad en el país. Sin sobresaltos, el cambio de sexenio ya no es motivo de inestabilidad económica. No obstante, la estabilidad no ha permitido crecer en promedio más allá de un punto porcentual. Con programas sociales no vamos a sacar a la mitad de los mexicanos de la pobreza. Sólo una economía con niveles de crecimiento sostenido permitirá forjar otro país. En eso hay que trabajar.
4 de septiembre 2011
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9020384