A falta de reinvención, Andrés Manuel López Obrador repite los mismos errores del 2006. Descalifica las encuestas y cuando le conviene las presume. Critica a sus oponentes, pero cuando lo critican se dice víctima de la mafia. Denuncia la corrupción de otros partidos, pero prefiere no hablar de la propia. A unas semanas de las elecciones y con varios spots en su contra por parte del PRI y el PAN, advierte que ya se prepara ¡un fraude!
“Ya los conozco bien, cuando vean que tampoco les funcionó la guerra sucia, ¿a qué se van a ir? Al fraude”
Cuando el cuento de la República amorosa ya no dio más, ahora prefiere repetir las escenas del 2006. Es un recurso conocido en el perredista que durante estos años ejerció la “presidencia legítima”. ¡André Breton tenía razón!
A la larga no se probó el fraude y sí se reconoció un triunfo cerradísimo del PAN. Nos puede gustar o no, pero la democracia se gana con votos. Así, el PRD fue incapaz de cubrir con sus representantes la totalidad de las casillas en el país. Ahora, a unas semanas de la elección, la coalición de partidos de izquierda enfrenta el mismo problema. ¿Y qué le hacen a tanto dinero? Pero claro, es más fácil echar la culpa a los otros, que reconocer la propia ineficiencia.
Siempre caigo en los mismos errores… dice el sabio de Guanajuato. Esa parte de la película ya la conocemos porque López Obrador fue un mal perdedor. Me temo que el tabasqueño no es capaz de ofrecer otra imagen. Prefiere la compasión para asumir el papel de víctima. No tanto por padecerlo, sino por la simulación que implica el acto. No obstante, después del 2006 es difícil creerle. Hoy, en vez de reinventarse, prefiere repetirse. De continuar con ese discurso, es improbable que convenza a los indecisos o a más votantes independientes. La ausencia de crítica es tan perjudicial como la constante alabanza.
Al igual que no considero que el regreso del PRI sea un regreso al autoritarismo, tampoco pienso que AMLO sea un peligro para México. Sin embargo, el perredista tiene que dar un viraje a sus antiguos temas y convencer a más electores. El tiempo se agota y lo que menos podemos esperar es un desplante como lo hizo hace seis años.
Aun así, me quedo con lo que escribió hace unos días Juan Villoro sobre el candidato de las izquierdas: “Entre ser estadista o militante, ha preferido lo segundo. Cuando quiso moderarse, propuso la inverosímil república del amor.
Con todo, es más fácil perdonar estos defectos que los de los demás candidatos”. La suerte está echada.
8 de junio 2012
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