De un escándalo a otro, la opinión pública puede ser demoledora. Es un monstruo que vive en calma, y de un momento a otro estalla. Caprichosa, a la opinión pública se le suele subestimar, incluso confundir fácilmente con la opinión publicada. Cuidado cuando una y otra se corresponden cerca de una elección. Aunque parezca tan general y adormecida, requiere de una constante atención. Por eso resultan representativos de nuestra vida pública, los casos de tres personajes públicos recientemente degradados.
El primero, es una persona normal, que dice vestir de pantalón de mezclilla y camisa de cuadros, pero cuando se pasa de copas, presume un sobrado guardarropa, viajes y lujos. Una persona normal que tienen cientos de zapatos y cientos de camisas. Pero la acumulación no tiene nada de malo. Lo sospechoso en el caso de Andrés Granier, el exgobernador de Tabasco, es el origen y sobre todo, el desastre que dejó en las finanzas del estado. Un Humberto Moreira del sur. Pero nada es casualidad. El hombre que cuida las camisas y las aprecia, no negó su voz, sino la reconoció sólo para recordarnos ese viejo dicho latino: in vino veritas.
El problema no está en el espionaje telefónico, tan común entre los políticos, sino en la bebida: “Me pasé de copas. Desgraciadamente me tomé muchas copas, ese fue mi error… alardeé de lo que no era”, según expresó el exitoso exgobernador que ya no quiere saber nada de la política.
El otro caso corrió como pólvora en las redes sociales, ¿alguien duda de su poder? Dominado por los caprichos de su hija, Humberto Benítez, efímero titular de la Procuraduría del Consumidor (Profeco), nunca pensó, ni siquiera un poco, en renunciar tras el escándalo de la influyente “Lady Profeco”. Tranquilo, pensó que nada pasaba, salvo unas malas notas y la impertinencia de las redes sociales. Así continuó durante días, hasta que se hizo insostenible para el gobierno de Enrique Peña Nieto. En el colmo del escándalo, el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, tuvo que salir a dar la cara. El caso de Benítez, un hombre “leal” al presidente, muestra que para el gobierno de Peña es sumamente importante cuidar la imagen ante la opinión pública. Y vaya que en política pesa más la percepción que la supuesta realidad. Bajo ese precepto, no habría tolerado más un tercera semana de golpeteo contra “la imagen y prestigio de la institución”. Todo por un hombre que nunca le pasó por la mente renunciar. Al final, Benítez terminó clausurado por su hija, y en el colmo de la cortesía, el gobierno de Peña le dio todo su reconocimiento. ¡Vaya eufemismo!
Para intercambiar puestos, partidos y responsabilidades públicas, el nuevo blanco recayó en César Nava, el exdirector jurídico de Pemex y también expresidente del PAN. Como en los otros casos, ya ni se niega lo evidente. Para qué perder el tiempo en los detalles dirán los que fueron funcionarios. En los próximos meses vendrán otros escándalos, otros Benítez, otros Granier, otros Nava, pero difícilmente veremos, más allá de los eufemismos y las ridículas justificaciones, un llamado a cuentas a estos auténticos truhanes.
17 de mayo 2013
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