miércoles, 31 de mayo de 2017

Antigobernanza


A veces es más fácil entender las cosas por sus diferencias, que por los valores primarios. En nuestro entorno se elogian conceptos como democracia, tolerancia y libertad. Casi no hay discurso, —salvo en las dictaduras—, que retome esas palabras. Pero más allá de discursos, se trata de valores prácticos y puntuales, tanto así, que sin demócratas, no hay democracia.
En años más recientes se han sumado nuevos valores como la transparencia, la rendición de cuentas, el gobierno abierto y la gobernanza. Poco a poco, y unos mejor que otros, han encontrado cauce institucional, ya sea en leyes o en ejercicios cotidianos de gobierno y sociedad. En ese sentido, un concepto que está llamado a la práctica, y cada vez gana mayor aceptación, es la gobernanza. Suena bien y hasta sofisticado, tanto así, que muchos actores públicos hablan de gobernanza. Pero el concepto se entiende en varios niveles, y para no ir más lejos, su significado es polisémico. Entonces ¿qué es gobernanza? 
La gobernanza implica un gobierno que gobierna con la gente. ¡Sí, con la gente! A diferencia del sentido tradicional de gobierno, donde son los funcionarios y un grupo de políticos tomando decisiones unilateralmente, la gobernanza implica inclusión de la sociedad organizada. Se trata de un gobierno participativo; un gobierno colaborativo con los ciudadanos. Hoy por hoy, las sociedades modernas, sobre todo a nivel de los gobiernos locales, dan sentido a la gobernanza como una forma moderna de gobernar, abierta y más acorde al siglo XXI. A decir de un viejo lobo de mar, Winston Churchill, “la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.

Sin embargo, no obstante los valores de la gobernanza para dar valor y legitimidad al gobierno ante los ciudadanos, abundan en nuestro entorno, viejas prácticas del siglo XX, cuando México vivió la “dictadura perfecta”. Aunque a veces hablamos de historia, hay prácticas políticas del pasado autoritario que siguen aún presentes. Hagamos un recorrido. De entrada les molesta el cuestionamiento, la discusión, la crítica. Diferir no está permitido. Se asume desde el gobierno que los ciudadanos deben de ser “militantes” para callar y obedecer.  En cambio, lo que sí está permitido es asumir el gobierno desde una visión patrimonialista. Los recursos públicos se administran como recursos privados. Quizá este sea el aspecto más premoderno que sobrevive desde el antiguo régimen: la corrupción. Por otro lado, los ciudadanos que se interesan en la vida pública, son vistos como intrusos y opuestos al “progreso” de la ciudad. Es una lógica primitiva, pero común: estás conmigo o estás contra mi.  
A partir de ahí, la reacción. A falta de consistencia, se impone un gobierno obtusamente  reactivo. Ahogado el niño, se tapa el pozo. Aunque se elogie la democracia, lo que menos importa es la opinión de los otros. En ese ambiente, la inteligencia, la duda, genera salpullido. Para el caso, no hay opiniones, ni pluralidad. Sino descalificación. Los asuntos públicos en realidad son privados, y partir de ahí, se teje la política. Pero más que políticos en el poder, tenemos militantes, por eso sus respuestas responden a la lógica autoritaria. En pocas palabras, estamos ante  el triunfo de la antigobernanza.  

https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1321756.antigobernanza.html
15 de marzo 2017
El Siglo