A
veces es más fácil entender las cosas por sus diferencias, que por los valores
primarios. En nuestro entorno se elogian conceptos como democracia, tolerancia
y libertad. Casi no hay discurso, —salvo en las dictaduras—, que retome esas
palabras. Pero más allá de discursos, se trata de valores prácticos y
puntuales, tanto así, que sin demócratas, no hay democracia.
En
años más recientes se han sumado nuevos valores como la transparencia, la
rendición de cuentas, el gobierno abierto y la gobernanza. Poco a poco, y unos
mejor que otros, han encontrado cauce institucional, ya sea en leyes o en
ejercicios cotidianos de gobierno y sociedad. En ese sentido, un concepto que
está llamado a la práctica, y cada vez gana mayor aceptación, es la gobernanza.
Suena bien y hasta sofisticado, tanto así, que muchos actores públicos hablan
de gobernanza. Pero el concepto se entiende en varios niveles, y para no ir más
lejos, su significado es polisémico. Entonces ¿qué es gobernanza?
La gobernanza
implica un gobierno que gobierna con la gente. ¡Sí, con la gente! A diferencia
del sentido tradicional de gobierno, donde son los funcionarios y un grupo de
políticos tomando decisiones unilateralmente, la gobernanza implica inclusión de
la sociedad organizada. Se trata de un gobierno participativo; un gobierno
colaborativo con los ciudadanos. Hoy por hoy, las sociedades modernas, sobre
todo a nivel de los gobiernos locales, dan sentido a la gobernanza como una
forma moderna de gobernar, abierta y más acorde al siglo XXI. A decir de un
viejo lobo de mar, Winston Churchill, “la democracia es la necesidad de
doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.
Sin
embargo, no obstante los valores de la gobernanza para dar valor y legitimidad
al gobierno ante los ciudadanos, abundan en nuestro entorno, viejas prácticas
del siglo XX, cuando México vivió la “dictadura perfecta”. Aunque a veces
hablamos de historia, hay prácticas políticas del pasado autoritario que siguen
aún presentes. Hagamos un recorrido. De entrada les molesta el cuestionamiento,
la discusión, la crítica. Diferir no está permitido. Se asume desde el gobierno
que los ciudadanos deben de ser “militantes” para callar y obedecer. En cambio, lo que sí está permitido es asumir
el gobierno desde una visión patrimonialista. Los recursos públicos se
administran como recursos privados. Quizá este sea el aspecto más premoderno
que sobrevive desde el antiguo régimen: la corrupción. Por otro lado, los
ciudadanos que se interesan en la vida pública, son vistos como intrusos y
opuestos al “progreso” de la ciudad. Es una lógica primitiva, pero común: estás
conmigo o estás contra mi.
A partir de
ahí, la reacción. A falta de consistencia, se impone un gobierno obtusamente reactivo. Ahogado el niño, se tapa el pozo. Aunque
se elogie la democracia, lo que menos importa es la opinión de los otros. En
ese ambiente, la inteligencia, la duda, genera salpullido. Para el caso, no hay
opiniones, ni pluralidad. Sino descalificación. Los asuntos públicos en
realidad son privados, y partir de ahí, se teje la política. Pero más que
políticos en el poder, tenemos militantes, por eso sus respuestas responden a
la lógica autoritaria. En pocas palabras, estamos ante el triunfo de la antigobernanza.
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1321756.antigobernanza.html
15 de marzo 2017
El Siglo