En
apariencia, dicen que las cosas en seguridad van bien. ¿En verdad van bien? Regiones
como La Laguna mejoraron visiblemente. Pero no vayamos de prisa, hagamos una
pausa. ¿Qué significa mejorar? Que las cosas están menos peor. Es cierto, ya no
hay guerra en las calles, aunque siguen los homicidios con menos frecuencia. En
esa región se estabilizaron las corporaciones policiacas, antes infiltradas por
el crimen organizado, pero los robos siguen, los asesinatos también. La vida
nocturna se recuperó, pero el mercado negro sólo cambió de lugar. Ciudad Juárez,
la otrora ciudad más violenta del país, pasó de una demencial violencia, a una
baja considerable, pero los problemas continúan. Siguen matando impunemente y
el jugoso negocio de la frontera parece interminable. La zona metropolitana de
Monterrey ha vivido ciclos de alzas y bajas, pero ya sabemos, que en los
penales mandan otros. Gracias a la justicia de Estados Unidos, no crea lector
que la de México, nos enteramos que en Nayarit, la cabeza de la Fiscalía
General del Estado, era —¿o es?— la cabeza del crimen mismo. La realidad supera
la ficción.
En Reynosa,
Tamaulipas, recién se vivió hace unos días tremendo enfrentamiento. Ahí la
guerra nunca se fue. Balaceras, incendios, bloqueos. Como Prometeo, siempre hay
un capo nuevo. En el extremo del país, Acapulco no se queda atrás. Pelea el
campeonato de asesinatos. El telón de fondo muestra abiertamente la presencia
del crimen, no obstante, los miles de policías, militares, marinos, armas, y
fuerza bruta. ¡Muy bruta! Nomás no hay tregua, y sin embargo, domina la
impunidad.
Hace
diez años, al presidente de la República, se le ocurrió lanzar la guerra contra
el narco, en vez de sanear las instituciones desde dentro. Un día de diciembre
de 2006, miles de soldados partieron a Michoacán. Por desgracia, el resto de la
historia ya la conocemos. De esa guerra conocimos el principio, pero todavía no
damos con el fin. El sexenio panista terminó con miles y miles de muertos.
Otros tantos miles desaparecidos… vino el PRI, que nos dijo con hombría que sí
sabía gobernar, y ya ven como estamos ahora: los criminales son los gobernantes
mismos. Les propongo la nueva acepción de “gobernador” en la RAE: dícese de un
ratero electo popularmente.
¿A
que viene todo este horrendo recuento? No piensen que nos gusta sufrir por demás
en este valle de lágrimas. Pero el pasado mes de marzo se encendieron las
alertas en cuestión de homicidios dolosos, aunque ya habíamos iniciado el año
rompiendo marcas. Lo preocupante, no es un mes, sino la tendencia del trimestre
que está para pensarse. De acuerdo con las cifras oficiales del Secretariado
Ejecutivo de Seguridad Pública, se mata tanto como en sexenio pasado. Esto ya
es mucho decir, dado que los gobiernos estatales suelen maquillar o rasurar
alegremente los datos. El pasado mes de marzo registró 2 mil 20 homicidios
dolosos en el país. Lo cual representa el mayor pico del sexenio de Enrique
Peña Nieto. Para entender la cifra, el punto máximo que alcanzó el sexenio de
Felipe Calderón, se registró en mayo de 2011, con 2 mil 131 asesinatos. En ese
sentido, la principal estrategia del presidente priista fue no hablar del
problema de seguridad, aunque este siguiera ahí. Tan sigue ahí que marzo nos
dio un durísimo aviso. ¿Qué más nos espera?
Diez
años después seguimos entrampados en una guerra de baja intensidad. La guerra
contra el narco no nos llevó a la paz, sino a una peligrosa militarización.
Diez años después poco se han transformado las instituciones para generar otros
resultados. Incluso, algunos legisladores, hasta proponen una ley para dar más
fuerza al ejército en las calles. ¡No aprendimos nada!
Con
el corazón roto, un poeta al que le asesinaron a su hijo, llamó a esa guerra,
“guerra imbécil”. Es fecha que no terminamos de comprender la profundidad del
daño, las secuelas, el mal de la tragedia. Hay una generación huérfana. Heridas
abiertas, traumas, miedos. Palabras de nuestro lenguaje se volvieron comunes: fosas,
desaparecidos, restos humanos. Diez años después seguimos en el laberinto de la
violencia.
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1335006.diez-anos-despues.html26 de abril 2017
El Siglo