Regresé a las páginas de ese provechoso libro, El Antiguo régimen y la revolución, de Alexis de Tocqueville. El momento lo exigía y acaso, parecía que leía sobre el México actual. Comparto un breve párrafo: “La única diferencia esencial entre una y otra época es la siguiente: antes de la Revolución, el gobierno sólo podía cubrir a sus agentes recurriendo a medidas ilegales y arbitrarias, en tanto que después ha podido legalmente permitirles violar las leyes”.
Y sí, pareciera que Tocqueville no sólo se refería a la república francesa y los tiempos posteriores a la revolución, sino al México del presente. Desde luego que esto no es así, pero las observaciones de Tocqueville son útiles en tanto observador de una sociedad en cambio y permanencia. Por eso, esta semana que el PAN cumplió diez como gobierno al frente de la presidencia, conviene regresar a sus páginas para preguntar: ¿Cuál ha sido el saldo? ¿Qué tanto avanzó el país bajo el sello de los gobiernos panistas? ¿Hasta qué punto cambió la política en relación a los tiempos del partido único?
Sin lugar a dudas, lo más destacado en la década panista es la estabilidad de las grandes cifras. Un manejo del déficit público razonable, reservas internacionales notables que incluso, aguantaron los vaivenes mundiales del 2009. También se reconoce la estabilidad en la paridad peso-dólar, un promedio de inflación del 4.4 por ciento, muy por debajo del 22 por ciento con Zedillo, el 15 con Salinas. Por otro lado, la introducción de la transparencia y el acceso a la información, con todo y los obstáculos que la dificultan, representan aspectos valiosos de los gobierno panistas de Fox y Calderón. Sin embargo, el balance general, a pesar de los reconocibles logros, es decepcionante porque lo sustancial permaneció igual. Una economía estable que no crece, o sólo genera riqueza para una minoría. Dicho en otras palabras, no sólo de democracia vive el hombre, sino del bienestar económico que lo sustenta.
Pero la decepción fue esencialmente política, porque lo cambios que el PAN estaba llamado a hacer no los entendió, no pudo hacerlos o no los quiso realizar. Al final, el blanquiazul encontró “agradable” y muy cómodo el estado de cosas establecido en el viejo régimen. Por lo mismo, no cambió e incluso, terminó acrecentando los vicios, las corruptelas, los arreglos como en los tiempos del autoritarismo. En el mejor de los casos, fue una mala copia del PRI. Del “no nos falles” en el 2000, los votantes han pasado al rechazo del panismo en las elecciones locales y nacionales. Hay alternancia también.
El domingo pasado, Calderón festejó los diez años de gobiernos panistas advirtiendo, como quien mira al abismo, que regresar al pasado es corrupción y pobreza. “México no se merece quedar parado a la mitad del camino y mucho menos regresar a lo antiguo, a lo autoritario, a lo irresponsable”. ¿Lo antiguo? ¿Lo autoritario? ¿Lo irresponsable? Calderón habló para los suyos, con la “magia” que implica un encuentro interno de partido. Afuera, lo antiguo, lo autoritario, lo irresponsable fue adoptado y reproducido en tantos espacios donde el PAN no fue la diferencia, sino la similitud.
La gente no vive en el pasado, sobre todo, cuando el presente es incierto para millones de mexicanos, o para otros tantos que no viven de la política. Por eso resulta inútil la melancolía, como sugirió esta semana Jesús Silva-Herzog Márquez. Porque quizás, la mayor deuda del panismo como actor central de la alternancia, fue la justicia, la rendición de cuentas. En contraparte, los incentivos a la impunidad permanecieron como en el antiguo régimen y rápido, la intenciones por desmontar lo anterior, se hicieron agua.