Los héroes son más admirados que nada, se trata de ciudadanos convertidos en modelos para los demás. Han hecho algo que la mayoría no puede o no está dispuesta a hacer. Lamentablemente, hay también en el héroe (esa suerte de “moderno Prometeo”), un parte de tragedia. Por lo mismo resulta preocupante cuando las personas de una sociedad encuentran la salida trágica en el heroísmo.
De cierta manera,
el acto individual del heroísmo exhibe la debilidad
institucional del Estado Mexicano. Ya sea para brindar justicia, ya sea para proteger a sus ciudadanos.
En los últimos años se han sumado en el país diversas historias de héroes que terminaron en tragedia. Los más conocidos del año pasado fueron los casos de Don Alejo Garza Tamez en Tamaulipas y Marisela Escobedo en Chihuahua. No son los únicos, también hay madres que luchan por proteger a los hijos, padres que claman justicia ante la impunidad de un crimen o ciudadanos que defienden con su propia vida el patrimonio construido a lo largo de los años.
Además de la admiración, la tragedia es la otra cara del heroísmo. Al decir esto, no quiero condenar a los héroes y sus actos, sino mostrar cómo una sociedad con instituciones débiles, orilla a algunos ciudadanos a realizar actos extraordinarios. En fondo, detrás del heroísmo se esconde la ineptitud del Estado para responder a su obligación básica: la protección de la vida, la seguridad de las personas.
Por eso la trágica historia del Álvaro Sandoval Díaz, llamado efímeramente el “héroe de Palomas”, demuestra la fragilidad del Estado, y por lo tanto, de la sociedad. Sandoval, quien vivía en Puerto Palomas, municipio de Ascensión, una comunidad fronteriza con Columbus, Nuevo México, defendió a su familia de un grupo de criminales que derrumbó el barandal de casa para robarlos. Sandoval no dudó en proteger legítimamente a su familia, y con pistola en mano abatió a tres delincuentes, mientras un cuarto escapó. “Eran ellos o yo y mi familia” había dicho Sandoval a la prensa.
Por entonces, el gobernador César Duarte declaró sobre el caso que “Chihuahua es aliado de los ciudadanos que defiendan su patrimonio”. Pero Sandoval rechazó la protección del gobierno. Semanas después, los criminales regresaron para asesinar a Sandoval y su esposa, Griselda Pedroza Rocha. Les sobrevivió su hija. Lo inquietante del caso no es la autodefensa que han emprendido o pueden emprender los ciudadanos, sino la endeble y efímera paz que con esto se construye.
Bajo la ley de la selva, esa que Thomas Hobbes había descrito como “estado de naturaleza”, los hombres viven una precaria seguridad que siempre puede ser rota por el más fuerte, el mejor armado o el más audaz. ¿Es la antesala del “todos contra todos”? ¿Cuántos héroes más necesitamos para fortalecer de una vez todas el Estado de derecho? Tristes tiempos cuando el heroísmo se vuelve la opción trágica del momento.
La Opinión Milenio