No soy un poeta: soy un peatón.
El peatón, Jaime Sabines
A propósito de mis caminatas por el centro de la ciudad, en la semana recordé el poema que sirve de epígrafe a esta columna. Aunque caminar es una actividad cotidiana, hacerlo por la ciudad se ha vuelto una carrera de obstáculos. Camino por una céntrica calle con nombre de poeta, Manuel Acuña, pero una gran camioneta me expulsa de la banqueta hacia el pavimento. Es obvio que para el dueño de esa camioneta no existen los peatones, existe él. La escena se repite en otros lugares, en realidad es normal. Pero esas prácticas dicen mucho de los ciudadanos. Cuando nos topamos con semejante obstáculo, el mensaje es claro:
a-q-u-í No h-a-y p-e-a-t-o-n-e-s.
Incluso, si por dignidad o valentía se les ocurre cuestionar al automovilista in situ, corremos el riesgo de ser insultados o incluso amenazados. Mejor pensarla dos veces. ¿Y la autoridad? ¿Quién sabe? Quizá habría que proponer al enjundioso tesorero una campaña intensiva de multas. No inventaría nada, sólo aplicaría la ley y de paso ingresaría dinero a las castigadas arcas municipales.
Caminar es prohibitivo. No así transitar en auto. Bajo ese paradigma, el peatón es un perdedor. Ya lo dijo en su momento la Thatcher (ahora degradada en película). Desde esa “normalidad” transito por el bulevar más moderno de Torreón que va rumbo al estadio. Pasas el nudo Mixteco y en medio de la nada, dos parabuses inaccesibles, distantes a puntos de encuentro para peatones que toman el transporte público. Pero entonces, si esos parabuses no son prácticos para el usuario, ¿por qué están ahí? Sencillo, fueron concesionados a un particular que renta el espacio para publicidad. Pierde el ciudadano, pierde la ciudad, pero gana el particular. Eso de “ganar ganar” no es una precondición que beneficie a los ciudadanos. La concesión se vuelve así una prebenda discrecional que no aporta a la ciudad. Ahí están los clausurados por adeudos.
Vayamos a otra concesión: los puentes peatonales. En el mismo rumbo de la ciudad donde ya se dice que habrá tiendas de indiscutible lujo, los tres puentes peatonales antes de llegar al templo del fútbol fueron concebidos como bases para anuncios. El negocio es bueno, pero la utilidad pública del puente no es relevante. Incluso, ¡vaya ironía! esos puentes tuvieron publicidad antes de abrirse a los peatones. ¿Cuál es entonces la prioridad? Obviamente los anuncios. Por lo mismo, hasta la fecha los tres carecen de banquetas; no así de anuncios, iluminación ex profeso y hartas lonas que llegan a ocultar el paso de los peatones. Por cierto, una es del ayuntamiento. El buen juez…
Si no lo dicen textualmente, ese paradigma de ciudad sí materializa una normalidad: los peatones que se jodan. Parece lógico, suena normal, y creemos que así debe ser. Si analizamos la tendencias, en el largo plazo ese paradigma se vuelve contra la ciudad. No pido una ciudad de poetas, pero sí de peatones. Es posible que ahí nos reencontremos, y entonces sí, surja la poesía.
18 de marzo 2012
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9131253