El gran Alfonso Reyes, humanista que supo apreciar el valor de las encuestas, llamó a esos ejercicios de opinión pública, “escrutinio de paja”. Al escritor le impresionaba cómo una muestra relativamente pequeña era capaz de ofrecer la representación general de un conjunto de la población. Así, desde que se inventaron las campañas modernas, es impensable lanzarse a una elección sin encuestas. Desde luego que no son el único ingrediente de una campaña, pero no hay otra forma (salvo la fe), de cuantificar efectos, conocer tendencias o tener una medición puntual sobre el avance o retroceso de “x” o “y” candidato.
En tiempos electorales abundan las encuestas y también la confusión para leerlas o la manipulación al presentarlas. Hace algunos años, en una elección para presidente municipal, conocí de cerca el caso de un candidato y un periódico que se aventaron la ocurrencia de inventar una serie de encuestas. Sus datos fueron los únicos que dieron por ganador al candidato perdedor. En el fondo, se manejó la cándida idea de que la encuesta también vota e influye en la opinión pública. No obstante, el resultado de la elección dejó las cosas en su lugar, mas nunca hubo aclaración y mucho menos autocrítica. Con arrogancia, se guardó silencio.
La historia viene al caso por la famosa lámina que presentó el presidente Felipe Calderón ante los consejeros de Banamex. Según sus datos, Josefina Vázquez Mota está sólo a cuatro puntos de distancia de Enrique Peña Nieto. La mayoría de las mediciones, al menos las serias, registran otros datos muy diferentes. Un rango que no baja de 10 puntos y se extiende hasta los 20 puntos de diferencia. No se nos olvide que las encuestas se basan en métodos estadísticos que tienen un margen de error. La cuatro puntos que manejó el presidente supone varios caminos: un margen de error muy grande, algo inaceptable en una encuesta (no más del 5 por ciento); todas las encuestas están equivocadas excepto la de él; y finalmente, las encuesta sí votan, por aquello de cambiar la percepción.
Pero nada más erróneo que pensar esto último. En tiempos electorales se vale casi todo, qué tanto importa quitar diez o quince puntitos de diferencia. En mi opinión no me parece que debamos impedir el pronunciamiento del presidente sobre cuestiones electorales, como lo demanda el PRI o el PRD. Llegar hasta las últimas consecuencias de ese impedimento sólo nos llevaría a un contrasentido constitucional. Al final, lo que decide la elección no es la publicación de las encuestas ni las palabras del inquilino de los Pinos, sino la capacidad de los candidatos y sus partidos para disputar el voto en las calles. Es cierto que Peña Nieto registra una ventaja importante; por ahora. Porque si algo nos muestra la historia electoral reciente es la volatilidad del voto y la alta competencia en los comicios federales.
La última elección presidencial se ganó por medio pelo, es decir, 0.5%.
En un contexto de competencia es difícil ganar por márgenes tan amplios. Más bien se gana con cifras cerradas. Está por verse si sostiene Peña Nieto o qué tanto crece Andrés Manuel López Obrador de tal suerte que baje al tercer lugar a Josefina. Nada está escrito.
29 de febrero 2012
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9121016