Ayer murió el maestro y politólogo mexicano, Alonso Lujambio. Entre los profesores de ciencia política del ITAM, Lujambio era por mucho uno de los más queridos y respetados entre alumnos y profesores. Su claridad como académico, no sólo convencía: arrastraba. En su persona había el carisma necesario para tender con éxito un puente entre la academia y la política. Y no necesariamente por su participación más reciente como senador de la República o secretario de Educación Pública. Antes que eso, Lujambio combinó una exitosa trayectoria entre la investigación, la enseñanza y la responsabilidad pública.
Perteneció al Consejo del IFE más destacado que ha tenido este país. Sí, me refiero a ese consejo del IFE que se fajó los pantalones frente a los partidos y llevó a un nivel inusitado el prestigio de la institución que organiza las elecciones. Nuevamente, como consejero fundador del IFAI su aportación a la democracia mexicana fue notable. Pero Lujambio, el que luego fue secretario de Estado, no sacrificó la crítica de nuestras instituciones en aras del poder. En especial, sobresalía su conocimiento sobre las vicisitudes en la historia de la democracia mexicana. A propósito del “horror” de nuestra democracia, Jesús Silva Herzog Márquez escribió en 2010 sobre Lujambio, quien además era su compañero de trabajo en la academia:
“El más lúcido politólogo de mi generación tuvo el acierto de calificar nuestra democracia como tonta”.
Desde la acción Lujambio advirtió sobre los riesgos de perder un tiempo valioso para la democracia. Lo sabía bien él, que había estudiado la historia de “una estrategia difícil” por construir la democracia desde abajo, es decir, desde los municipios. Pero a pesar de la dificultad y el desesperante ritmo de la transición, dedicó un puntual libro sobre la “democracia indispensable”. Conocía las pausas, los ritmos y los desencuentros de la política en México. Acaso por ello no se conformó con el aula y asumió los riesgos de la vida pública.
Admiraba al profesor Lujambio desde mis tiempos de estudiante no sólo por su altura intelectual, sino por la valentía de comprometerse con la política. Siempre será más fácil ver la política desde fuera, criticarla como espectador y gritar que todo está mal. Pero Lujambio no rehuyó a esa responsabilidad. Más aun, le dio dignidad.
Admiraba al profesor Lujambio desde mis tiempos de estudiante no sólo por su altura intelectual, sino por la valentía de comprometerse con la política. Siempre será más fácil ver la política desde fuera, criticarla como espectador y gritar que todo está mal. Pero Lujambio no rehuyó a esa responsabilidad. Más aun, le dio dignidad.
El cáncer lo había acabado y prácticamente lo sacó de la política. Recientemente con motivo de la toma de posesión en el Senado, regreso casi para despedirse bajo el reconocimiento de tiros y troyanos. En alguna entrevista declaró sobre su regreso: “Luchando por mi vida, he tirado el estorbo de mi prisa por vivirla”.
Hombre brillante, comprometido con su país. Descanse en paz Alonso Lujambio Irazábal.
26 de septiembre 2012
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9159887
26 de septiembre 2012
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