Lamentable la tragedia, la pérdida de vidas. Hasta ahora se contabilizan 36. Después de la explosión en el edificio de Pemex la semana pasada, la sospecha se multiplicó. Todo o casi todo fue objeto de sospecha. La entrevista, la bolsa abandonada, los archivos regados, los desaparecidos, la intervención de las autoridades. Hasta el presidente Peña Nieto, que todo lo dice por previa consulta y escenificación, estuvo a punto del lapsus verbal, pero se detuvo a tiempo, con eso de que “llegaremos hasta las últimas….” Luego insistió en no especular.
Pero la especulación es un deporte bien extendido. Está al alcance de todos. Ahí donde la explicación no convence o se tarda, la imaginación la completa. En el imaginario popular se repitió una teoría de la conspiración que llevó al mismo saco a terroristas, saboteadores del gobierno, opositores a la reforma en la paraestatal e incluso hasta se dijo de una explosión inducida desde el propio gobierno. Una de las teorías conspirativas más recurrentes refiere el autogolpe. Mientras los días pasaban y no había una explicación clara, los medios también se encargaron de alentar las opiniones.
No la duda, el cuestionamiento razonable. En algunos hasta se habló de maletas con explosivos. Una especie de verdad develada provenía de otros que afirmaban, de otros que aseguraban. Al final, la tan gustada teoría de la conspiración alimentó a borbotones la opinión. Con razón Platón, de quien todavía hacemos glosas, despreciaba la opinión. Para el filósofo la opinión era la degradación de la razón y por lo tanto, de las ideas.
En gran medida, la tragedia en Pemex alimentó al monstruo de la opinión, por más que el presidente pidió no especular y esperar el peritaje. Para decepción de la imaginación colectiva y de quienes ya habían “visto” una maleta con explosivos, la conclusión del peritaje señaló una acumulación de gas y falta de mantenimiento. Nada de terroristas, ni criminales contra el gobierno. Nada de radicales opositores a la reforma en Pemex. La explicación fue una triste decepción para quienes aman la teoría conspirativa. Luego, una bolsa de comida podrida se encargó de regresar el temor. Nuevamente: todo es sospechoso.
Al final, no hubo conspiración, por más que se imaginó una elaborada teoría. Pero la tragedia devela algo peor que lo malos deseos; la negligencia y la incuria también cobran vidas. Luego veo las imágenes del director de Pemex, Emilio Lozoya, acompañado del casi eterno líder sindical, Carlos Romero Deschamps. Ambos reciben en la entrada del edificio a los trabajadores de Pemex. Por un momento parece que les importa.
8 de febrero 2013
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9171872